miércoles, 31 de diciembre de 2008

sin festejos

Que Papá Noel fueran los padres no me afectó tanto. Lo que nunca pude superar fue que el Año Nuevo lo estrenaran los australianos y me llegara recontra usado.

Adida´s delito´s

Ayer supe que abrió un local de Adidas a la vuelta de mi casa. La marca de las tres líneas. Y no deja de emocionarme, porque cuando chica supe ser fanática de sus equipos deportivos y championes. No por haberlos tenido, sino por lo contrario.

En realidad, a mi sí me compraban cosas Adidas, pero brasileras. Eran los Adidas del Chuy, que no eran iguales, por mucho que mamá dijera que sí. Igual me encantaba tener equipos Adidas brasileros.

En general, llegaban antes de empezar las clases, con el viaje del "surtido". Yo sufría náuseas en la ruta, pero cuando llegábamos ahhh… qué lindo. Llenar el carro en el super y después ponerse ropa nueva de pies a cabeza era, sin dudas, una de las mejores alegrías.

Y la emoción de comprar bolsas enteras de bombachas o de llevar medias por docena… ¡Dios! Las idas al Chuy despertaron un exacerbado consumismo en mi primera infancia que hasta ahora estoy tratando de revertir. Pero esos viajes eran mucho más que comprar. Tenían puntos emocionales altos, como pasar la Aduana.

El operativo de esconder las cosas en el auto incluía hacer desaparecer bolsas, ponerse ropa hasta parecer el muñeco de Pirelli y coser almohadones con sábanas adentro, sobre los que había que sentarse. En general, era la abuela la que se les sentaba arriba porque era tan gorda que tapaba todo y además ella ponía cara de mala para disuadir al aduanero.

Antes de llegar al puesto de control, adrenalina pura. Y mamá que nos manda callar… shshsh… Y se abre el baúl y la respiración contenida y el hombre que observa y revuelve... Y me miro los pies con mis championes Adidas, y por gusto me piso uno con el otro, como si fueran viejos y no me importara. Y el auto que arranca y grandes festejos entre ventanillas.

El estreno de los Adidas en la escuela era otro gran momento. Aún sabiendo que no eran los mejores, que los verdaderos eran caros y estaban en otro lado. Acaso, a la vuelta misma de mi casa.

lunes, 22 de diciembre de 2008

la Ronda del miedo

De todos los miedos que tengo (todos los que existen) sólo me animo a hacerle frente a uno: el miedo al ridículo.

Una amiga me contó hace años que, mandada por su terapeuta y con la idea de transitar ese camino, se subía a los ómnibus a vender inciensos.

Yo he hecho un recorrido mucho más humilde, aunque en ascenso. Cantar en la calle, bailar de ojos cerrados y dejar de usar cierta ropa interior fueron los primeros pasos.

En estos tiempos, le he dado un buen golpe a ese miedo gracias a la bicicleta. Por algunas descoordinaciones logísticas, me ha tocado ir a conferencias de prensa con pantalón deportivo y pedalear en pollera. También andar con la cara llena de grasa sin saberlo o tener a medio edificio esperando para usar el ascensor cuando la bici se me tranca en su interior.

La mayor parte de mis avances se la debo al casco violeta que mi madre me regaló y me conmina a ponerme. Mamá no lo sabe, pero me gritan cosas en la calle por el casco. Yo repito como un mantra “no le temo al ridículo, no le temo al ridículo, mi casco me protege, parezco un astronauta pero estoy protegida”.

La debilidad me gana cuando paso por La Ronda con la cara colorada del esfuerzo. Ningún bar me intimida tanto como ese, vaya uno a saber por qué. Acaso porque los que están ahí sentados se ven tan lindos... Y yo paso hecha un desastre, transpirada y con un globo violeta en la cabeza.

El sol es el gran enemigo de mis paseos ciclistas. Por eso el otro día, cuando me crucé con una turista que llevaba una sombrilla de colores, pensé: “qué buena idea para mi bici. Yo podría manejar con una mano y sostener la sombrilla con la otra”.
Desde ese día lo pienso, pero no me decido.

La lucha contra el ridículo es un arma de doble filo. Mientras junto valor, fantaseo con estacionar la bici en La Ronda una tarde de estas, sacarme despacio el casco, apoyarlo en esa mesa divina que tienen, dejar la sombrilla colgada en un respaldo y pedir una cerveza. Para brindar claro, por los que venden incienso para dejar de temer.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Anti age

Mamá me regaló una crema antiarrugas. Ese hecho, por sí sólo, valdría una reflexión, pero el problema no es la crema en sí. Creo que el problema es el frasco, el pote, el envase.

A la crema la usé con mucho gusto. Hace como un mes me pareció que se estaba terminando y compré otra. Pero a la de mami le quedaba un poco, así que la dejé boca abajo.

Empecé a ponerme de la nueva. Todos los días, cuando termino de untármela, saco un restito de la de mami, con la esperanza de que sea la última vez. Pero sigue saliendo. Y me pongo de esa también.

A veces la cara ya no puede absorber más y me la desparramo en los brazos. Cuando me parece demasiado derroche, la cierro y pienso: “mañana se termina seguro” y la dejo boca arriba. Pero no se acaba.

No quiero pensar que el frasco está endiablado y se rellena solo. Sólo trato de ver por qué me falta valor para tirarlo de una vez. Tener dos cremas en la pileta me deja sin espacio para el jabón, por ejemplo, pero no me decido a hacer nada.

Me pregunto si esa indecisión es hija de mi masoquismo… Ese mismo masoquismo que siempre me hace prolongar las incomodidades o mirar primero el “Correo no deseado” en el Hotmail.

También puede ser avaricia, o castigo divino por hacerle frente al paso del tiempo. O puede ser una prueba más de que las cosas que nos dan las madres duran para siempre.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Complicidad xenófoba

A Karina le encantó la comparación. Yo le estaba contando que en el casamiento de Elena me sacó a bailar un muchacho. A medida que iban pasando las canciones, me bailaba más arrimadito y no tuve coraje para separarlo. Más bien le seguí la corriente, tratando de mantener el decoro.

En determinado momento, ponen “Quisiera ser un pez” de Juan Luis Guerra, y el hombre se emocionó y me cantaba “quisiera ser un pez, quisiera ser un pez”, pero cada vez más de cerca.

Por suerte llamaron a comer los postres y fui a mi mesa, adonde enseguida llegó Elena, la recién casada.

- Maru. El tipo que está bailando con vos… Quería avisarte que su esposa no vino porque está embarazada de ocho meses.
- Qué???? Pero qué descaro- atiné a decir. Y sentí vergüenza.

El tipo insistió con bailar, incluso después de hablar de su mujer parturienta. Por eso, cuando le estaba haciendo el cuento a Karina, le decía que - aunque no me gusta hablar de los hombres en general- los que yo me cruzo son de muy mala calidad.

“Son de taaaaan mala calidad que parecen chinos”, dije. Y a ella le dio risa. Entre otras cosas, porque hace años que viene con el mismo rubro de importación.

Incluso cuando uno está grande, es divertido generalizar. Y decir: “son tan chinos… que yo quisiera ser un pez”. Y reírse más.

lunes, 24 de noviembre de 2008

alegría multicolor


En Montevideo se usa tirar arroz de colores en los casamientos. La moda la propuso – imagino- la única vendedora que hay frente al Registro Civil. Y se consolidó – también imagino- gracias al estrés de la gente, que hace que todo el mundo diga “Ayyy, me olvidé de traer arroz” y no tenga más remedio que comprar el multicolor.

En Treinta y Tres, donde no hay puesto de venta, seguro que los novios se siguen casando con arroz blanco, como Dios manda. Lo digo más que nada pensando en las palomas, que sin querer se comen toda la tinta y vaya uno a saber qué les pasa después y cómo cambia la suerte que suelen regalar desde las alturas.

Todos los días pienso estas cosas, porque el destino me puso a trabajar en una oficina pegada al Registro Civil y me la paso de casamiento en casamiento. Mis preferidos son los de los presos, pero me gustan casi todos.

Miro a las palomas mientras me saco el arroz que me queda pegado en los zapatos. Aunque no sé qué les pasa después, es divertido ver cómo se van convencidas de que comieron una ensalada primavera.

Me sacudo con las dos manos los restos de la alegría ajena, pero me dejo un poquito, para no empezar siempre de cero a buscar la mía.

Foto: Paula Artasánchez

domingo, 9 de noviembre de 2008

el dilema vegetal

La psicóloga me instó varias veces a tener plantas en casa. El argumento, creo, era que podían ayudarme a “sostener” con disciplina un comportamiento (regar), al tiempo que me enseñarían a velar por otro ser vivo que no fuera yo misma.

Nunca le hice caso, pero cuando me mudé con Marina, ella me preguntó si me molestaba que trajera algunas.

- Explícame, Marina, ¿cómo es que puede molestar una planta? Para mí son la NADA. No entran en mi umbral de percepción… Traé todas las que quieras.

Se fue a Ciudad Jardín y volvió con un montón de macetas, para adentro y para afuera. La mayoría no pasó el primer mes, confirmando que nuestra vocación más clara por aquel entonces era el diván.

Marina se fue de casa. Jamás me dijo que me legaba un ser inmortal. O casi inmortal, porque la verdad es que me ha faltado valor para llegar a las últimas consecuencias.

Se trata de la única sobreviviente de la tanda "Ciudad Jardín". Cada un mes, más o menos, se queda doblada y le amarillean las hojas inferiores.

“Que se muera de una vez”, pienso y sigo de largo. Pero después la veo más encorvadita y no aguanto. Le tiro un poco de agua. A veces, incluso, le saco el polvo de las hojas con una media usada.

Quiero que alguien se la lleve. No disfruto de su compañía y no me está enseñando nada. La hago agonizar sistemáticamente sin proponérmelo, pero después siento culpa... Es que cuando percibo su estado, la pobre ya está con una hoja adentro y otra afuera.

He pensado en matarla… Pero ¿cómo lo hago? ¿Cómo se mata una planta para que no sufra? (Que no sufra yo, sobre todo).

Recuerdo a mi psico y trato de sacar una enseñanza. Que me resigno con lo que me dejan, que no soy capaz de darle un final a lo que no quiero, que sólo puedo reaccionar cuando las cosas se están muriendo… todo muy cierto, pero lo sabía incluso antes del palo de agua.

sábado, 1 de noviembre de 2008

rambla

Después de una observación cuidadosa de los rostros que habitan la rambla, estoy en condiciones de afirmar que a ese lugar acuden dos grupos de personas: los que están muy tristes o tienen muchos problemas y los que no tienen ninguno. También voy yo, que algunos días me uno a los primeros y otros a los segundos.

viernes, 31 de octubre de 2008

Clave

Empezaba a trabajar de nuevo con Mauri. Por segunda vez le pedía mi password.

- Son todas iguales. “A” y el primer nombre- respondió.

Mientras escribía, me di cuenta de que en la mía quedaba la palabra “AMARÍA”.

-Ahhh, me encantaaaaaa, bromeé. Y repetí: “Yo amaría, amaría, amaría”.

- Te encanta mientras esté en condicional- tuvo que decir.

domingo, 26 de octubre de 2008

Pies burgueses

Las actividades en las que otra persona actúa sobre mi cuerpo a cambio de dinero, en general, me hacen sentir una maldita burguesa. Siento culpa cuando me hacen masajes, me lavan el pelo o me peinan.

Ayer fui a hacerme los pies. Como todo acto fundacional, llevó su tiempo, pero estuvo muy bien.

- ¿Cada cuánto te hacés los pies?- pregunta la chica cuando mira mi planta encallada.
- Ehhh… Sólo una vez me los hicieron- respondo y pienso: “mi madre, cuando yo estaba en la panza”.

Primero me lavó. Después limó, cortó, pulió… Yo patas arriba y la mina ahí, a mis pies… “Soy el símbolo del sometimiento del hombre por el hombre. Soy asqueante”, pensaba, pero luego venía el alivio y el masaje taaan placentero y …

Quise lavar mis culpas y le pregunté:
- ¿Vos cada cuánto te los hacés?
- Yo cada un mes, más o menos.
- Ah, qué bien. Hay que hacérselos...

En el final, sus dedos tocaron puntos que me hicieron unas cosquillas raras. Quiero creer que eran puntos secretos y por eso me causaron tanto placer… Me niego a pensar que me excita ser burguesa.

lunes, 20 de octubre de 2008

tu farmacia, tu salud

Me detengo en la vidriera antes de entrar a la farmacia. En la vereda hay un muchacho. Está con un perro y mira hacia adentro, donde una chica rubia espera que la atiendan. El muchacho le habla al perro:

- Andá a buscar a mami, andá…. Vaya. Vaya a buscar a mami. ¿eh?

El perro no se mueve. Yo entro y, como está bastante lleno, me subo a la balanza. Una señora muy viejita tiene a su marido del brazo. Está en la otra punta y por eso me sorprende cuando me pregunta muy decidida:

- ¿Cuánto pesas?
- ¿Qué?- replico incrédula y miro las caras alrededor.
- Que cuánto pesas- repite fastidiada, con tono de “¿sos sorda?”

Hay silencio.

- 75 - miento.
- ¡Ah! ¡Muy bien! ¡Te felicito! Porque mirá la altura que tenés...
- Muchas gracias.

Me bajo y no quiero mirar a nadie. Los viejitos salen. En la puerta le ceden el paso a “Mami”.

¿qué era lo que venía a comprar yo?

domingo, 19 de octubre de 2008

tic

Como toda mi familia materna, nací con un tic que hace temblar la pera. Me tembló toda la vida y para mí era normal. Cuando entré a facultad, una compañera me preguntó si era operable. Me traumé un poco y busqué información.

Ante situaciones de estrés, a veces el cuerpo deja de segregar el ácido que mantiene juntos a los músculos. Aislado de sus pares, un pobre músculo a la deriva sólo puede temblar.

En casa, todos temblábamos por cosas diferentes. La abuela en los cumpleaños, mamá cuando lloraba, Ana en los actos de la escuela… Yo cuando me despertaba asustada o cuando estaba con alguien que me gustaba.

Con los años, se ve que el sistema nervioso, por las suyas, se va volviendo menos impresionable, porque últimamente no me pasa ni cuando voy al dentista. Él está agradecido, pero yo extraño un poco la sensación.

Quiero creer que no es falta de emociones lo que tengo, sino que mi tic se ha vuelto adulto y moderado. Aunque nunca falta un amante memorioso que reclama y hace dudar: “antes, vos temblabas cuando te besaba”.

sábado, 4 de octubre de 2008

Ciempiés

En la casa de mi madre hay cucarachas. En la mía, ciempiés. El ciempiés es un insecto superior. Es un bicho fino, estilizado, no molesta para nada y, por si fuera poco, tiene un nombre encantador. A mí me gusta tener ciempiés en casa.

Cuando Marina vivía en este apartamento me pedía que los matara. A ella le daba miedo. A mi, lástima.

―Marina, las leyes kármicas prohiben matar a cualquier ser vivo. Si mato a un insecto, es un pecado. ¿Vos querés que yo retroceda en el espiral del alma y después me reencarne quién sabe en qué? Matalo vos si te molesta tanto…

Ella tenía la flaca teoría de que si usaba flit, no era tanto el pecado, pero yo me acostumbré a no matarlos. Como prescriben los libros orientales, me limito a ordenarles:

―Trata de retirarte. Tú no perteneces aquí (les hablo de “tú” para que adviertan respeto).

Y después me voy o me olvido o no sé. Pero hoy fue distinto. Había uno grande dentro del videt esta mañana. Le ordené que se fuera y no lo hizo. Se lo reiteré antes de salir en la tarde… Oídos sordos. Permanecía en el mismo lugar esta noche.

Entonces tuve que hacerlo. Abrí el videt y el pobrecito nadó un rato largo, aleteando con su desesperada centena de piés. Recordé las leyes kármicas y sentí miedo del castigo. Con la esperanza de agarrar distraído al universo, se me ocurrió decirle a través de la rejilla:

― ¡Pa! ¡Qué macana! Hubiera jurado que eras un bicho de agua…

Después, por aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque, puse tono de enojada para quejarme:

― ¡En esta casa hay miles de pies y nunca avanzamos ni medio metro!

jueves, 2 de octubre de 2008

Juego de arraigo

Cualquiera que haya recurrido al body para estimular la libido habrá concluido, como yo, que a esas prendas las diseña el enemigo. Es cierto que tienen un toque sexy, pero esos broches traicioneros y mal ubicados son de las cosas más rebeldes que he experimentado en el mundo indumentario.

Recordé los body porque fueron las únicas prendas íntimas que compré en mis primeros 25-28 años. El resto de la ropa interior la heredaba de mi hermana o me la compraba mamá cuando yo tenía algún viaje (para evitar la vergüenza ajena indirecta). Mamá me decía que, en vez de recurrir al body, tenía que mirar a los tipos de mi edad, pero ese es otro tema.

Yo intuía que en algún momento de la vida iba a tener que empezar a comprarme la ropa interior. Y pasó. Hace como cinco años que yo misma me procuro las bombachas de oferta. También sospechaba que en otro momento, posterior a ese pero no muy lejano, tendría que comprar cosas de la casa. Y pasó.

El germen estuvo en un acolchado de plumas que se me antojó por probar el de Andrea. Estaba decidida a invertir en eso, pero luego pensé: “¿y si el invierno que viene no estoy acá en Montevideo? Si emigro, no me voy a llevar el acolchado”. Desistí.

Todo lo que hay en mi recinto, desde los muebles a los tenedores, todo es heredado, regalado, resaca… Soluciones del espacio ajeno. Ahora, en realidad, debo decir casi todo. Porque compré mi primer juego de sábanas la semana pasada. Llegué a casa, las coloqué y, desde entonces, cada día me parecen más lindas.

Ya el hecho de que se llamen "juego de sábanas" me encanta. Y además ahora me dan más ganas de tender la cama, me gusta llegar y verlas... Me siento orgullosa de mi "juego" de sábanas.

Ya tienen varios días de uso pero no me decido a cambiarlas. Al menos hasta que compre otras nuevas.

De mañana, antes de levantarme, las froto un poco en la cara y pienso que ahora ya no puedo irme. ¿A dónde me voy a ir?... Si ya mis sábanas están acá, aunque no haya body que les haga el juego.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Coquetería

Inés es adorablemente coqueta. Siempre parece una muñeca linda y cuidada y, entre otras cosas, es por eso que la queremos. Por ese cariño que pone para regalar lindura al mundo.

Hoy nos cruzamos temprano en la calle.

- Hola! - la saludé contenta, pero vi que estaba contrariada.
- !Viste lo que me pasó!
- No. ¿Qué pasó?
- ¿No me ves la cara? Me puse bronceador sin sol y me dio alergia y mirá como tengo la cara!!!
- Bueno, yo no me había dado cuenta. No es tan grave…
- Síiii, se nota piiila ... ¿No ves que tengo rojo acá? Horrible.
- Ah... puede ser sí... un poquito rojo...

Redondeamos, nos despedimos y seguimos camino.

Cuando llegó a la esquina se dio vuelta y me gritó:

- Maruuu... ¿y vos por qué tenés el brazo enyesado?
Le hice señas como diciendo "No es nada... una pavada".

jueves, 25 de septiembre de 2008

como mi país

inhabilité a la derecha y estoy explorando hasta dónde puedo llegar con la izquierda

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Tendinitis

Ahora consulta al cirujano plástico, con pase.

En la sala de espera, frente a mí, una pareja. No se sacaron las camperas, son sesentones y gorditos. Ella apoya la cartera negra sobre la bolsa de las placas. Él tiene los lentes apoyados en la barriga. En el medio de los asientos, él le sostiene una mano y se la acaricia. Le acaricia un dedo, más precisamente. A veces lleva la caricia desde la muñeca hasta la punta del índice de la señora. Va y viene la caricia. Va y viene… A ella parece darle lo mismo... No entienden por qué los miro así.

De a ratos me aburro y planeo mi entrada al consultorio. Es mi primera vez con un cirujano plástico. Cuando me pregunte el motivo de la consulta, sería divertido asustarlo… Por ejemplo, poner cara de loca y decirle fuerte: “¿Me estásss jodieeeeendooo? ¿Te hacés el que no se notaaa?”

No me animo. Apenas me atrevo a bromear: “Me dijo el traumatólogo que usted puede ocuparse de las partes blandas”. Se sonríe, me advierte que no de todas, le digo que lo sospechaba.

Le extiendo mi mano: “No puedo más. Empieza en el hombro pero termina acá”, le explico, y le señalo mi mano derecha.

No me toca. Pregunta muchas cosas y después sugiere: “Reposo. Inmovilizar el brazo por tres semanas y fisioterapia”.

No levanto la mano de la mesa. Me duele. Quiero que me la acaricie como hace el señor que está afuera, por favor. No se lo digo, pero la dejo ahí. Extendida, suplicante. Me duele.

Me dice y me repite que no podré escribir nada en ese tiempo. Le pido que ya no me castigue en las partes blandas. Se ríe. Me voy.

Me acaricio la mano en el ómnibus.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Así nomás

Yo soy la señorita “Así nomás”. En el mundo de la materia, me caracteriza el método “a la que te criaste”, que comúnmente se distingue por el uso de la frase “yo creo que así funciona igual”. Me di cuenta de esto cuando conocí a Daniel, hace cinco años. Daniel es el señorito “Lo mejor posible”.

Los dos tenemos ventajas y desventajas. Por ejemplo, él pierde media tarde tendiendo la ropa. Incluso con los poco simétricos calzoncillos hace gala de una precisión matemática irreproducible para cualquier otro humano.

Yo tiendo la ropa en cinco minutos. Y cuando la voy a buscar demoro menos aún, porque la mitad se vuela a otros edificios, o queda toda embarrada en el piso y hay que tirarla, porque lleva como veinte días ahí.

Daniel hace las cosas bien, mide, planifica… Yo hago ayuno de todo esfuerzo.

Hace un tiempo se me ocurrió que, en vez de ropero, quería tener cuatro cubos para hacer una montañita de cubos de colores. Pero no se lo comenté a Daniel.

- Mami, quiero cuatro cubos para poner la ropa dentro.
- ¿Ropa dentro de cubos? ¿Y por dónde la metés?
- Ahh, mami!!! Serían cubos carentes de uno de sus lados. ¿entendés?
- Bueno… ¿y de qué medida? ¿Sacaste la medida?

No tenía idea, pero me imaginé mentalmente tres baldosas y arriesgué:

- De sesenta por sesenta.
- ¿No serán muy grandes?
- No, no. Así me entran los zapatos también.

Los cubos viajaron desde Treinta y Tres con sus sesenta por sesenta. El fletero me los dejó en la puerta de entrada y hasta ahí todo bien, pero cuando los quise subir… Ups… No pasaron por la puerta. Fue apenitas, por un poquito nomás… Pero no pasaron.

Ahora hace meses que los cubos esperan desconcertados que les llegue algún destino, mamá repite su “yo te dije” y yo miento que el carpintero le erró.

Como siempre, espero que venga Daniel y lo arregle todo. Es que en la vida de todo “Así nomás” tiene que haber al menos un “Lo mejor posible”.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Autoestima

No sé por qué tardé tanto esa vez, pero me llevó como una semana enamorarme de ese profesor de inglés. Eran clases individuales y diarias, así que pasábamos más de diez horas semanales face to face, only us, only nos dois.

A la tercera semana ya teníamos confianza y yo quería que él notara mis intenciones. Entonces llevé la charla por los caminos de siempre, aunque en inglés, claro.

Hablábamos de mi soltería y él me comentó que le parecía raro que no tuviera novio. Yo me jugué a que una buena victimización podía funcionar y le dije que tenía problemas de autoestima.
- Yo nunca vi a una persona con problemas de autoestima con la ropa tan apretada- dijo con toda la espontaneidad del mundo.

Era demasiado humillante, entonces le respondí con un “What?”

- Nothing- se reprimió. Y empezamos el Fill in the blanks.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Shiatzu Zen

La técnica del masaje se llama Shiatzu Zen. La masajista, Silvia.

Me la recomendó mi amiga Karina . Yo la llamé, agendé y (como casi siempre) cancelé el día antes.

Ella le dijo a Karina que mi actitud era muy típica de las personas evasivas.

Karina me lo contó.

Al otro día la llamé de nuevo y fui. (No sé si será una estrategia de marketing pero conmigo funcionó, evasiva será tu madrina).

Empezamos la sesión y me preguntó mi signo en el horóscopo occidental y en el chino.

-Esta es tu última reencarnación- sentenció.

- ¿Por qué decís eso?

- Para los chinos, esta es tu última vida antes de la Iluminación. Si te portaste bien, claro. Si te portaste mal, empiezas de nuevo a reencarnarte pero en el escalafón más bajo. Puede ser una cucaracha o un pez.

Menuda encrucijada. Porque ya había hecho pedidos para mis próximas diez reencarnaciones, por lo menos. Ser hombre, bailarina, millonaria, mochilera, africana, bibliotecaria…

- Vas necesitando cada vez menos de la materia, del cuerpo- me explicó.

"Ese debe de ser el motivo de una vida tan asexuada", especulé en silencio, mientras me acomodaba en la colchoneta.

Me frotó con las manos y con los pies, me contorsionó, me movió, me hizo girar la cabeza, me masajeó los dedos, me acarició el pelo y al final me dijo "gracias".

Me enderecé mucho más cerca de la Iluminación que de la cucaracha. Fue el efecto del masaje y también de la certeza de que, por más evasivo que sea uno, acá y en la China, no hay mejor cura que la mano del otro. Aunque haya que pagar por ella.

Superficial

Las mujeres del gimnasio creen que soy un desastre y me lo hacen saber. Al principio todas me preguntaban por qué no usaba soutien y me pronosticaban unas consecuencias horribles por la acción de la gravedad sobre las glándulas mamarias. “No me importa que se caigan”, respondía yo, como diciendo “no pensarás que voy a empezar a comprar soutienes después de los 30”.

También les costó aceptar que caminara sin chinelas en el piso húmedo. “Yo no creo en los hongos”, les explicaba, antes de escuchar a la veterana que replicaba “Ahhh, pero que los hay, los hay”.

En general les cuesta entender mi manía de sacarme dos buzos de una sola vez. Y mi argumento no las convence. Les digo que llevan tanto rato juntitos que me da pena separarlos. “Es más, cuando los meta en la lavadora también los pondré así, uno adentro del otro. Y los tiendo así en la cuerda, para que no sufran”. Se sonríen pero sienten pena por mí. Me doy cuenta.

Por momentos me hacen sentir la peor del vestuario, como cuando me olvido de la bombacha y tengo que ponerme el pantalón con cara de convencida, del tipo “esto también es por elección”.

Últimamente me olvido de casi todo. No sólo de la bombacha sino del shampoo y del desodorante. A veces ya estoy envuelta en la toalla cuando advierto la falta. Entonces mendigo unas gotas de algo para usar como gel de ducha y un poquito de desodorante, si no es molestia.

En general me dan sin problemas, debo admitir, pero después me ven perfumarme y maquillarme con todos los implementos (que jamás me faltan) y siento vergüenza. Y un poco de injusticia en sus miradas. Me dan ganas de preguntar: ¿Qué? ¿Acaso soy la única en este recinto que se ocupa de lo superficial y descuida lo importante?

viernes, 5 de septiembre de 2008

¿En serio?

La raza se llama cóquer, creo. El Negro era de esos perros de orejas enormes, que llegan al piso.

Siempre fue problemático. De chico metía las orejas en la leche y, después de que tomaba, las arrastraba y ensuciaba todo.

Además se le infectaban los oídos. Según el veterinario, las orejas le daban tanto, tanto calor, que los oídos no resistían. Había que darle antibióticos (todo un trabajo) y ponerle un palillo de ropa arriba de la cabeza, sosteniendo las orejas por sus puntas.

Tener un perro con un palillo de ropa en la cabeza ya no era muy lindo, pero además el Negro era cascarrabias y mordía y no hacía caso ninguno.

Lo atábamos de la columna del patio y siempre saltaba el muro y quedaba del lado del vecino. Pero como la cuerda no le daba para llegar al piso del otro lado, quedaba colgado en el aire y chillaba hasta que venía alguien y lo auxiliaba. No sé si no podía acumular conocimiento o era masoquista, pero lo repetía todo el tiempo.

Según la teoría de mi madre, el Negro era normal mientras fue cachorro, pero quedó bobo después de que tuvo “la joven edad” (la enfermedad con el nombre más lindo que conozco).

Una Navidad nos fuimos a Rosario y le dejamos comida y agua para tres días. Lo dejamos atado, pero cuando volvimos ya no había más Negro. Había saltado el muro y esta vez, con los cuetes y la música, nadie lo escuchó chillar.

En casa no lamentamos demasiado la pérdida, aunque fingimos que sí. Yo al Negro lo recuerdo cuando me junto con amigos terapiados y empieza la inevitable competencia de experiencias traumáticas. Siempre guardo ese as bajo la manga y en el momento justo, largo un:

_ A mí se me suicidó el perro en Navidad.

La respuesta siempre es la misma:

_ ¿En serio?

domingo, 31 de agosto de 2008

Antena de goma

Ayudada por la cerveza, yo también terminé riéndome del tema, pero la mayoría de las veces no ha sido gracioso.

La charla siempre empieza igual: yo y mi soltería crónica. A veces a mis contertulios les da por buscar causas psicológicas profundas y yo los atajo con un recuerdo terminante: en mi tierna adolescencia, mi padre ya me decía “antena de goma” porque, cito textual, “no agarraba nada”.

Y como una antena de goma que emitiera señales residuales, siempre me pasan estas cosas. El primer caso ocurrió en mis años de facultad. En Taller de Fotografía me mandaron hacer un trabajo sobre cuida-coches y yo le pedí al de mi cuadra que me sirviera de modelo.

El hombre tenía unos sesenta años y una silla de ruedas eléctrica. Las primeras charlas fueron de cordialidad, pero en algún momento él recibió una señal errónea y empezó a acosarme. Me tomaba la mano y me decía cosas que me provocaban tantas ganas de huir como culpa por no ser amable con un minusválido.

Empecé a evitar salir de casa y la situación me trastornó al punto de que todos se solidarizaron conmigo. Incluso llegué a capitalizarlo, por ejemplo, cuando mis hermanos me pedían que fuera al super.

-No puedo. El cuidacoches todavía está ahí-me excusaba.

El segundo admirador que restringió mis movimientos era sereno en el puerto. También tenía edad para ser mi padre y debe de haber confundido la confesión de mi carácter miedoso con un pedido de compañía.

Ruben se llamaba. Me esperaba todos los santos días y se tomaba ómnibus que no le servían para acompañarme hasta la radio. Una vez me tomé licencia y la señora que corta el fiambre en el super me tocó timbre.

-Es que Ruben me pidió que averiguara si estaba enferma o algo- me explicó.

El hombre me regaló un llavero con la leyenda “I love you” y yo tardé en lograr que captara la no correspondencia de las “ondas”.

La charla del sábado empezó por el actual admirador callejero que, como los anteriores, me hace cambiar mis caminos habituales. Este vende bolas de fraile en la esquina y yo lo entrevisté para una nota. Desde ese día, el saludo fue creciendo en amabilidad y ahora me da los buenos días con un beso muy sonoro y con dos bolas de fraile que me regala “para que acompañe el té”.

Yo no sé qué hacer con las bolas. No me gustan y no me animo a rechazarlas ni a tirarlas. Al principio se las traía a mi hermano, pero ahora ni él las quiere.

Ya no estoy a tiempo de confesarle que no como bolas de fraile. Entonces, cuando no estoy retrasada, doy toda la vuelta a la manzana para evitar empezar el día con un problema en la mano: dos bolas embolsadas y sin destino.

Sé que después logro zafar de estas situaciones, pero padezco el mientras tanto. Y no dejo de querer convertirme en una antena normal, para empezar emitir las señales correctas.

Entre tanto, despierto la risa de algunos y la compasión de otros. O inspiro versos como los que me escribió Cote. Estos se intitulan “Las bolas dulces”:

las bolas que me das,
la bola que me das,
no siempre las toco,
me impresionan un poco.

Depende del tamaño,
depende del color
Señor Cuidachoches, no señor!
sus bolas no son,
ni tienen tampoco,
todo el San Son.

Bolas bien dulces, son las que quiero yo

domingo, 3 de agosto de 2008

De abrazos y abrazaderas

La psicóloga me hizo notar mi dificultad para recibir abrazos y mi imposibilidad de pedirlos. Yo acepté esas trabas; muy reales y muy mías.

Los abrazos de verdad, los largos, esos en que los cuerpos tardan segundos en separarse, me dan miedo, no los resisto… Me estresa abrazar. Y a la gente le da gracia cuando lo cuento.

Otro estrés que a veces provoca risas es el que me produce llamar al garrafero. Pagaría el precio de la garrafa y un plus para que alguien reciba por mí al garrafero.

No puedo subir en el ascensor sin cruzar palabra con el hombre que viene cargando una cosa pesadísima para mí. Necesito ser amable, preguntarle si el día ha sido muy duro, o interesarme por su salud, por su familia.

Al final, cuando lo despido, siempre pienso “No fue tan grave”, pero la siguiente garrafa que hay que comprar… Ufff… Deseo que alguien socialice por mí con el garrafero.

Hoy no pude retrasar el llamado porque el frío estaba imposible y la estufa empezó a largar olor a gas. Mucho. “Esta vez será peor, porque no es un intercambio ‘dinero-garrafa’. Hay un problema para solucionar, tendremos que estar un rato…Más estrés", me imaginé.

Apareció un muchacho de lo más buen mozo. Alto, fuerte. Le expliqué el problema y le indiqué la ubicación de mi cuarto, donde estaba la estufa.

- A vos lo que te falta es una abrazadera- sentenció.

Me acordé de mi psicóloga y no le respondí.

- ¿Sabés lo que es una abrazadera?- preguntó.

Negué con la cabeza.

- Vení que te muestro- me pidió.

Me acerqué tímida, consciente de que las palabras son solo eso y de que hay un camino largo entre la necesidad de ser amable y el ponerse a los mimos con el garrafero.

Me mostró la “abrazadera” que estaba en mi estufa (un metal redondo y chiquito) y me explicó que hacía falta otra.

- Es que estás teniendo una pérdida. Y necesitás algo que te apriete bien.

"Basta de recordarme verdades sobre mi vida… hacé el trabajo y listo”, pensé. Pero fui amable:

- ¿Vos me podés dar una? ¿O vender?

- Sí, claro. Pero la tengo abajo. Tenemos que ir a buscarla.

Otra vez el estrés del ascensor juntos. El que no quiere sopa…

Me dio la "abrazadera" en la vereda y me preguntó:

- ¿Querés que suba y te la ponga?

"Ahhh bueno", me dije. "Ya esto se está poniendo castaño oscuro".

- No hace falta. Puedo sola- le mentí.

Subí. Intenté poner la abrazadera y no pude. Otra vez, no pude. Intenté colocar, al menos, la válvula. Tampoco pude.

"La que queda es acostarme para no morir congelada”, concluí. Y me metí en las sábanas heladas… Todo por no ser capaz de aceptar que me pongan la abrazadera. O de que me abracen.

jueves, 31 de julio de 2008

Con flores vengo

Yo tenía 15. Él 31. Él caminaba desgarbado y andaba pelilargo, desprolijo. Yo hacía teatro y me quería ir al Tibet. Él era profesor de Literatura.

Nunca me dio clases, jamás le conocí la voz. Sólo lo vi y decidí enamorarme. Lo seguía a su casa, provocaba encuentros en la biblioteca, lo dibujaba en mis cuadernos y, sobre todo, le decía a todo el mundo que estaba enamorada.

Él, con todo criterio, no me miraba ni la sombra. Además, vivía con su pareja de años.

Yo no quería traerle problemas, así que cuando decidí mandarle un ramo de flores, se lo envié al liceo. Ese día, como todos, fui a verlo cuando terminaba su turno. Se subió a la bici, acomodó el portafolios en el manillar y se fue maniobrando con una sola mano, porque en la otra llevaba mis flores. Estaba lloviendo. Y la imagen fue tan linda, que debe de haber sido en ese momento que me convencí de que los amores reales no pueden ser tan buenos como los inventados.

domingo, 27 de julio de 2008

Carencias

Era el tercer paraguas de este año (con cuadritos y made in China, o sea, con garantía de que se iba a romper pronto). Admito que soy muy tacaña para comprarlos. Porque los olvido y porque los días de lluvia no pueden ser felices. Entonces el paraguas es como el símbolo de la infelicidad. Este era la infelicidad hecha en China. Y a cuadritos.

Mi hermana, por el contrario, se compra paraguas lindos…Con mangos de madera, amplios, de marcas conocidas… Los paraguas de mi hermana se distinguen fácil. Tanto que un día llevaba uno al trabajo por las dudas y se sorprendió mucho al reconocer un mellizo del suyo. Lo vio cuando un hombre la adelantó en una moto y ella pensó “Es idéntico a mi paraguas”. Pero no se trataba de un motoquero coqueto y precavido, sino de un oportunista que supo levantarlo cuando ella lo dejó caer.

Mi hermano es el peor. Sencillamente no compra ninguno e impunemente se lleva los míos. Como se levanta antes, se va con el primero que ve. Yo, en general, tengo que arreglármelas con el más viejo.

El otro día me tocó uno de esos destruidos… El de cuadritos. Es de los que te hacen evaluar: ¿Qué será más peligroso? ¿Mojarme y agarrarme una gripe o clavarme uno de estos fierros y quedar perforada?

Estaba demasiado roto y decidí ayudarlo en su misión. Le hice un orificio a una bolsa de residuos grande y me la puse cual poncho. El pobre estaba tan deformado que quedaba casi cerrado sobre mi cabeza y no me dejaba ver. Era como un cono vietnamita enorme. Pero chino y a cuadros.

El temporal era durísimo. Agua fuerte, volaba todo y el cono se me pegaba a la cara. Venía haciendo malabarismos inútiles cuando me sentí una roñosa. Pensé: “a ver cuándo aprendo de mi hermana y me compro un paraguas como la gente”… Juro que ya venía evaluándolo, que ya me había decidido a hacer la inversión. Por eso fue totalmente innecesario que el indigente que duerme frente a la radio me dijera con sorna “Si quiere, le presto el mío”. Pude contestarle “Y yo le presto a mi hermano”, pero me callé. Carencias tenemos todos. Hermanos, no.

sábado, 19 de julio de 2008

El Rito

Lo escuché con mucha atención, porque llevo años queriendo incorporar la meditación a mi vida. Como no lo logro, mantengo la esperanza de que un convencido como él me contagie el entusiasmo.

El ritual de meditar todos los días fue tema en más de una conversación. Cada vez que hablaba de sus ventajas, yo me proponía hacer un intento... Porque realmente “se logran maravillas”, me persuadía.

Por eso me sorprendió que me dijera que en determinado momento había dejado de viajar a causa de la meditación. “En esa época, el rito gobernaba mi vida… Yo estaba muy condicionado por el rito”, me explicaba.

Supuse que hablaba de un involucramiento creciente con la escuela donde meditaba y pensé: “Yo igual no voy a llegar a tanto… Con aflojar la espalda me conformo”.

Me contó que, de a poco, cada vez estaba más “atado” por el rito y yo empecé a intuir: “Pobre, lo deben de haber agarrado para una secta”.

— Bueno, hasta que un día, el rito murió — me dijo. Y se calló.
— ¿Qué querés decir con que murió?
— Eso. Que se murió.

No llegué a preguntarle si le habían pedido dinero cuando decidió explayarse.

— Ya estaba muy viejo… Un día vino el veterinario, se lo llevó y ya no volvió.

Silencio.

— Y si estaba tan viejo… capaz que fue mejor— me animé a decir bajito, mientras me reprochaba haber olvidado las decenas de veces que nombró a su perro Rito.

miércoles, 16 de julio de 2008

Vuelta a clases

Le pedí a una profe del IPA para ir a su clase. Me puse los championes y un buzo viejo, elegido especialmente. El pelo en una cola, chicle en la boca, cuaderno y birome.

Voy caminando, para ahorrar el boleto. Me siento en la silla más rota del fondo, saco apuntes como si estuviera Vázquez en conferencia.

Levanto la mano, me quejo del precio de las fotocopias... En el recreo voy al baño y me siento tentada de hacer pintadas en la puerta. Pero pienso “¿qué escribo? Maru y... ?”. Anoto bibliografía y vuelvo a casa.

Tiro el cuaderno en el sillón. Ya perdí la birome. Tengo diez años menos. Me duermo repasando los nombres de las capitales.

martes, 15 de julio de 2008

Gataflorismo

Me la paso diciendo que busco un hombre "afutbolero".
Voy a pasear a la rambla a la hora que empieza el clásico.
Veo algunos.
No puedo evitar pensar “Marginales!”.

sábado, 12 de julio de 2008

Espectador celoso

El asiento del ómnibus que queda en la espalda del chofer sirve para mirarse en el vidrio. Siempre trato de elegirlo porque me queda más fácil maquillarme con el reflejo. Pero tiene una desventaja: todos los que van en el ómnibus se quedan mirándote, porque estás muy adelante.

Debería estar estudiado sociológicamente, pero yo nunca llamo tanto la atención como cuando me maquillo en el ómnibus. Basta con empezar a desparramar la base con las dos manos y ya… llega el peso de todas las miradas.

A veces vuelvo la vista hacia alguna mujer con la esperanza de que me haga un gesto del tipo “ya está bien así” o "desparramá mejor acá", pero la gente no te ayuda. Los pasajeros no son solidarios ante un proceso de maquillaje. Sólo miran.

El delineador de labios es un momento tenso y difícil. Cuando termino de hacer la línea de arriba siento que hay aplausos reprimidos y tengo la certeza de que, para entonces, todos quieren ver el resultado final.

Esta mañana, casi todo fue como siempre. Me siento atrás del conductor, saco el maquillaje, me desparramo la base, todos me miran, viene el polvo compacto, la sombra, el momento del lucirme con el delineador y al final el rimel.

Pero hoy exageré, pequé de coqueta e intenté acercarme más al vidrio. Decidí pararme, con todo el público pendiente de las próximas pinceladas. Entonces el guarda se aburrió de la escena, no se bancó más el silencio y me ordenó: “¡Ya está! ¡Ya está! No se pinte más que ya está preciosa!”

“No me puede dar vergüenza a esta altura”, pensé. Le dije “muchas gracias” y me senté. Pero ahora creo que no quiso piropearme sino robarme a mi público, porque él se puso a cantar muy fuerte y no hubo aplausos para mi rimel. Cuando me bajaba, como para redimirse, me gritó una solapada disculpa: “Los bombones no se pintan!”.

martes, 8 de julio de 2008

relativismos

Él dice que soy demasiado posmoderna.

_ ¿Eso está mal?_ le pregunto.
_No digo que esté mal o bien... Sólo digo que sos muy posmoderna, responde.

AVISO

En diciembre, chateando con Victoria, escribimos metas y deseos para 2008.

ahora deseos
Maria Eugenia dice:
vivir en una casa sin humedad
Maria Eugenia dice:
y que alguien la limpie cada poco
Maria Eugenia dice:
y tienda mi cama y eso
Maria Eugenia dice:
trabajar menos y ganar mas
Victoria dice:
mmmm
Maria Eugenia dice:
que me contrate Nathional Geographic para que recorra el mundo y cuente historias
Maria Eugenia dice:
con eso estoy


Este es un aviso para Papá Noel, los reyes o "A quien corresponda·: a este ritmo no llegamos.

domingo, 6 de julio de 2008

Costo-beneficio

Nuestro universo culinario nos muestra más de lo que pensamos. Yo no quiero sacar muchas conclusiones del mío, pero sé que algunas cosas deberían preocuparme. No obstante, creo que en todos los alimentos hay una ecuación costo-beneficio medio indiscutibles.

Yo me di cuenta de chica con las uvas. Siempre supe que la relación costo-beneficio en la ingesta de ese fruto era desfavorable, que mientras se sacan las semillas hace rato que se esfumó el pequeño placercito que la pobre uva es capaz de dar. Un caso similar es el del pescado con espinas. ¿Quién puede estresarse y pasar un almuerzo pensando que capaz se muere atragantado sólo por ingerir esa carne de dudosa gustosidad?

Dejé de comer carne roja porque esa era otra relación claramente deficitaria. Además de ir a la carnicería, me cansaba mucho cocinarla, picarla y, sobre todo masticarla (después de sacar trozos de entre los huesos de un asado de tira me tenía que recostar un par de horas).

De a poco, incorporando la noción del costo-beneficio, empecé a comer casi todas las frutas y verduras con cáscara, porque evitar la tarea de pelar suma para el beneficio, obviamente. Una de las que me costó más fue la del zapallo, pero ahora me encanta. Con la del boniato me pasó lo mismo. Adoro la cáscara de boniato.

La banana es un ejemplo de equilibrio perfecto. El trabajo de pelarla es directamente proporcional al placer que puede dar. No da para matar por una banana, pero se pela en tres tirones (yo he logrado hacerlo en dos, pero sólo excepcionalmente).

Mi amiga Karina me dio un regalo enorme hace poco, al hacerme saber que el cogollo de la manzana también es comestible… Así que ¡ya no me tengo que levantar a tirarlo! No queda el mejor recuerdo de la manzana, pero se come. Y no hay que salir a buscar una papelera. Un cambio radical de la ecuación.

Con las mandarinas es todo un problema porque hasta que no se abren, no se puede saber si van a tener semillas y en qué proporción. La ecuación es una incógnita y a veces abro todas las de la bolsa y ahí se quedan… hechas dos mitades y mostrando sus peores partes.

La excepción viene siendo, como siempre, el kiwi. Es carísimo y no hay forma de que me guste la cáscara. Demoro pelándolo y me pegoteo los dedos. Pero el interior es verde y recompensa.

Si pienso en mi vida afectiva me ha pasado más o menos lo mismo. He desechado por cansancio algún asado de tira, he dejado alguna mandarina mostrando su peor parte y aprendí a bancarme cáscaras para disminuir la dificultad... Pero la relación costo-beneficio, hasta ahora, nunca cierra. En este plano intuyo que se impondrá el ayuno, aunque siempre con la esperanza de cruzarme un día con los ojos de un kiwi maduro.

viernes, 27 de junio de 2008

ojos que no ven...

Los primeros patos que recuerdo haber dibujado los hice en la espalda de papá. A él le gustaba sentarse sin camiseta en el marco de la puerta en las tardes de verano. Y a mí me encantaba agarrar una lapicera azul y dibujar en su espalda.

Primero hacía lo que él me pedía: una flor, un caballo (nunca me salieron bien pero él no podía verlos), un pato… Después yo dibujaba y él tenía que adivinar qué era, según el recorrido de la birome.

Yo casi siempre hacía trampa. Por ejemplo, hacía un círculo apoyando muy fuerte y le preguntaba “¿qué letra es?”, a la vez que le esbozaba una rayita muy suavecita a la “O” para convertirla en “Q”

Cuando me aburría, empezaba a remarcar los ojos de los patos hasta dejarlos enormes. “Ayyyy”, se quejaba cuando me apoyaba en la Bic con la fuerza de quien pretendía que el pato pudiera ver por ese ojo.

Muchas veces trataba de que el ojo coincidiera con un lunar, y entonces quedaba re lindo. Un lunar azul, un ojo que se agrandaba y que incluso resistía a la ducha prolongada que seguía a las sesiones artísticas.

El otro día me tocó ver a papá en el CTI, dormido y con la espalda al aire. Pasado el susto, pude constatar que algunos ojos de pato siguen allí y me hubiera encantado que estuviera despierto y que hubiera una Bic para jugar a las letras. Pero nos volvimos grandes, él estaba sedado y yo tuve que conformarme con hacer “apuestas” de acierto en el marcador de pulsaciones.

miércoles, 11 de junio de 2008

me saco el sombrero, me seco la cara

Te abracé en la noche
era un abrazo de despedida
te ibas de mi vida
te atrapó la noche
la oscuridad traga y no convida
quedé a la deriva.

Tal vez fue un reproche
los sentimientos mas bendecidos
flotan como idos.

Te besé en la noche
con aquel beso desconocido
que se fue contigo...
http://www.youtube.com/watch?v=2tKZOuTT2Bs&feature=related

miércoles, 4 de junio de 2008

Dos besos, dos caras

Voy en el ómnibus, cabeza apoyada al vidrio. Veo a una pareja que se despide en la parada. Ella mira la calle. Él le da un beso fuerte en la mejilla. Ella nada, inmutable. Él la besa más fuerte en la misma mejilla. Me imagino el sonido.

Ella sube al 180. La miro y la envidio. “¡Qué lindo que te besen así y vos tan insensible!”, le reprocho sin decírselo.

Mientras recibe el cambio del boleto, con las manos ocupadas, levanta despacio un hombro y se lo pasa por la cara. Se limpia. Se saca los dos besos.

La miro. Ahora pienso que él era un golpeador o algo así… Un insensible. Y siento lástima por ella, sin decírselo.

viernes, 30 de mayo de 2008

Más Wrong que Mr Wrong

Marina nos mandó libros infantiles desde Londres. Son de la serie Mr. Jelly y cada uno tiene un personaje: Mr. Perfect (perfecto), Mr. Small (pequeño), Mr Clumsy (torpe) , Mr Mean (tacaño)y así. Cada personaje hace un cuento que muestra su “defecto” principal digamos.

Yo miré todos los títulos y dije “Este es para míííí”, pero no me dejaron elegir, como siempre, y tuve que someterme a un sorteo. Odio los sorteos, aunque en general tengo buena suerte. Y, efectivamente, me tocó el que yo quería. Eso sí, demoré unos minutos en darme cuenta de que no decía "Mr. Strong" como yo había leído sino "Mr. Wrong", el que se equivoca en todo. A veces la realidad habla sola.

martes, 27 de mayo de 2008

salir del paso

Ya lo decía mi psicóloga: mi problema es SOSTENER. Ella cree que no puedo sostener nada. Y como a mí no me gusta llevarle la contra, tuve que abandonar un tiempo este blog.

Ahora no tengo nada para decir. Sólo que una vez se me reventó la bolsa de agua caliente en los pies y me vendaron toda. Pero no me dejaron faltar a la escuela. Entonces mi padre me llevaba en upa hasta el salón (no podía caminar) y me ponían pantuflas rosadas (tampoco me podía calzar).

Esas pantuflas están entre las peores cosas que me han pasado. Y por culpa de ellas me quedaba todo el recreo en el salón. Media hora. Sola.

Creo que ahí empezó la dificultad para sostener… En esa upa inoportuna de mi padre. O en el rosado… vaya uno a saber. Igual no importa porque esto es para liberarme de la carga del “regreso con gloria” y sacarme las pantuflas.


Pd. Dejé de "sostener" el blog en la entrada número 69. Por suerte dejé la terapia...

domingo, 27 de abril de 2008

competencias y sincronías

Vamos caminando para su trabajo. Él me cuenta que cada vez que pasa por ahí se cruza con un hombre que lava los pisos. Y que cada vez se saludan con más simpatía.

Yo, que no soporto que me hagan un cuento si no tengo uno mejor para desempatar, le digo que, cuando salgo para mi trabajo, saludo a una legión de vendedores, oficinistas y limpiadores de la Intendencia, que justo comienzan sus tareas. Y que cuando vuelvo a casa los encuentro precisamente en la tarea inversa: desmontar mesas, buscar el ómnibus de regreso, barrer la mugre que se juntó en el día.

Me parece insuficiente y agrego: “A veces, entre tanta sincronía y tanta duda existencial, me pregunto....“¿Yo no seré el Sol en realidad?”

Él se ríe. Y responde el “Buen día” del hombre que limpia el piso.

domingo, 20 de abril de 2008

Pelos y placeres

Recuerdo muy bien el argumento con que rechazaba el kiwi. “¿Cómo se puede comer una fruta que tiene pelos?”. Iba seguido de un asombrado “¡Por Dios!”. Ahora no sé con exactitud en qué circunstancia lo comí por primera vez... Acaso solapado en una ensalada multicolor… acaso en una noche de borrachera como esta, cuando los pelos no podrían verse bien… El caso es que comí kiwi y no pude dejar de desearlo.

En poco tiempo quise hacer de él mi única fuente nutritiva. Cuando todo el mundo se animara a probarlo y compráramos mucho, el precio bajaría, especulaba. Nunca pasó.

La producción nacional que intentó paliar la carestía fue escasa y frustrante. (Hasta ahora me pregunto cómo cosechamos kiwis con forma de capullos de seda). Hablando de capullos de seda, aprovecho para confesar que estuve tentada de rociarlos con flit cuando tuve que llevarlos a casa y me aburrí de acopiar hojas de mora). No lo hice. Ni pude alimentarme sólo de kivi, como decía, por el precio exorbitante de la fruta.

Daniel me contó que tenía un amigo en Nueva Zelanda. Lo primero que pregunté fue su estado civil, con la secreta esperanza de que el destino me uniera en matrimonio con un nativo de la tierra prometida. Estaba casado.

Maldije al gobierno y al destino en la crisis del 2002, cuando el país no sólo detuvo su ridícula producción sino que se canceló la importación. Los comercios quedaron sin un kiwi. Desapareció. Se fue.

Supe que en Irak lo dan casi gratis, pero evalué los riesgos y fui cobarde. Aprendí a añorarlo y llegué a extrañar hasta la parte de los pelos.

Lo comí a destajo en Madrid. Ahhh. Mi estancia en España, como debería pasar en cualquier país serio, estuvo llena de kiwis.

A mi regreso encontré un panorama difícil: la importación es mínima, muy pocos comercios lo tienen y cuesta 110 pesos el kilo.

Los domingos me doy el gusto. Compro dos unidades. Hoy pagué treinta pesos por dos kiwis. El muchachito que atendía la balanza no podía creer lo que marcaba. Me miró como diciendo “No seas gila. No podés pagar ese precio por esto”. Le sonreí como asintiendo pero sin decir nada. Me pareció tonto argumentar que hay placeres que se pagan caro. O contarle que no dejo de preguntarme cómo habría sido mi vida si nunca hubiera perdido el asco a los pelos.

domingo, 13 de abril de 2008

padres separados

Ayer fui al Parque Rodó y recordé cuánto me gustó ser hija de padres separados. No porque la maestra me perdonara que hablara en clase y mis compañeros me pusieran más atención. Es que las separaciones de mis padres se desarrollaban así:

* nos enterábamos de que mi padre se había “vuelto a enamorar” y que se iba

* se iba

* mamá se ponía más linda

* papá nos llevaba a comer a restaurantes todos los fines de semana

* nos hacían más regalos

* papá cambiaba el auto

* mamá se decidía a manejar sola hasta Montevideo para traernos al Parque Rodó (esto era de lo mejor)

* papá nos mostraba los planos de la casa que iba a construir y dibujaba ! un cuarto para cada hermana! (el mío siempre era en el segundo piso)

* mami nos daba más besos

* papa nos decía que nos quería y compraba muebles para la casa que construiría …Cocina, heladera, sillón.

* Papi se desenamoraba y le pedía a mama para volver a casa.

* Volvía.

* Traía los muebles que había comprado y tirábamos los viejos.

Por tres años (aproximadamente) todo volvía a la normalidad. Es verdad que todos llorábamos un poco y que jamás tuve mi cuarto de planta alta, pero gracias a los amores frustrados de mi padre nos quedamos con una cocina de seis hornallas. Y conocimos el Parque Rodó.

domingo, 6 de abril de 2008

KIYU, un cuento viejo y en honor a mi amiga Marina

A Marina le había gustado el nombre. A mí me convenció un cartel del
Ministerio de Turismo. Decidimos ir el domingo. Kiyú.

Como no sabíamos si había sombra ni a qué distancia estaba el pueblo (tampoco qué pueblo era) y como además Marina tenía que teñirse los pelos de las piernas, salimos después de mediodía.

-¿El boleto lo quieren hasta Libertad o hasta el kilómetro 61?
- Mmm... Libertad, decidió Marina, con la intuición de que allí tendríamos más
posibilidades de acción. (para qué, si no, es la libertad).

***

Llegamos en menos de una hora. Marina interrogó a una lugareña.
-¿Y el ómnibus a Kiyú?
-Ahhh... Ese ya se fue.
-¿Cómo que se fue? ¿Y a qué hora viene el próximo?
- El otro.....seis y pico de la tarde y después a las nueve de la noche...
-¿No hay otra empresa?
- No.
- ¿Y de qué otra forma podemos llegar?
- A dedo.
-Ahhhhhhh... ¿Y dónde se hace el dedo?

Salimos. Yo con mi mochila llena y el alma desolada, llevaba todo el sol
encima y además la matera. Hicimos como un kilómetro sobre balastro hasta el camino que llevaba a Kiyú, y ahí nos quedamos paradas, esperando un alma compasiva y motorizada.

***
Al ratito nos empezamos a untar el protector solar. Quemaba en serio. Yo
quería un baño. Saqué el celular, resuelta a hacer algo. Llamé a informes de
guía.
-¿Me puede decir el número de alguna parada de taxis en el pueblo Libertad?
-¿En qué localidad me dijo?
-Libertad.
- No hay registro de paradas de taxi en Libertad.
-Gracias.

***

Miraba el camino y no se veía un árbol por ningún lado. Viene una moto.
Marina los para y les pregunta si saben el número de la parada de taxi.
Dicen que no.

***

Más sol. Y el calor en la cabeza empezó a hacer efecto:
- Che Marina...Esta planta que está acá atrás...Es bien parecida a las carnívoras, ¿no?
- Sí. Yo te iba a decir lo mismo.
- Igual está un poco seca. Pensé que no había en Uruguay...

***

Pasa un tipo en un auto y nos dice algo, pero sigue de largo.

- Tenemos que tener un plan B, dice Marina
-"Sí, qué viva, pienso yo". Y le pregunto: "¿Cuál sería?"
- Caminar. Son 18 kilómetros. A razón de seis por hora, llegaríamos en tres
horas.
-Claro. Justo para dar vuelta, acoto.

Me acordé del cartel que me convenció: "Uruguay, tenés que vivirlo". Recordé al ministro Lescano, a la mamá de Lescano, a Liberoff y a Chiruchi.

Marina dice que si no llegamos a Kiyú, cuando vuelva a Montevideo se va a tomar un helado. Yo sólo quiero una sombra. Pero ya. Me duele la cabeza. "Lo único que me faltaría es que me venga la menstruación", pienso.

Viene un camioncito. Por miedo a que también nos ignore, le hacemos la seña
del dedo a ambos lados de la ruta, una en cada cuneta. Apenas paró, saltamos encima.
Venían cuatro adolescentes atrás. Nos presentamos. Hablamos un poco. Hay dos taxistas en Libertad, pero hay que llamarlos a sus casas, nos contaron.

Llegamos a Kiyú. Casas de playa.

"Acá es un embole. No hay nada. Donde está lo bueno es en el Parador
Chico", nos advierte una de las muchachas. "Allá se toman el ómnibus de
vuelta además".

Arrancamos para el Parador Chico, caminando por la playa. Playa linda pero
de sol fuerte si las hay. Y viento. Íbamos con los adolescentes. Ellos dicen que el Parador chico estaba a tres kilómetros. Yo puedo jurar que fueron más de seis. "Nunca más salgo de
matera?", decido.

"Vamos, vamos...No se nos queden", nos animaban los gurises. Caminaban
livianos y empujados por sus hormonas.

Eran más de las cuatro cuando llegamos. El lugar estaba lleno de gente joven
tomando cerveza y escuchando cumbia. Nos acomodamos y vino la parte linda. Rato fresco con el agua hasta el cuello. Lagarteo en la arena fina.

***

A la vuelta tomamos un ómnibus hasta el kilómetro 61. Pero cuando llegamos, el Cita ya
había pasado y hubo que esperar al siguiente: 40 minutos más. La agencia de Cita era también almacén y tenía asientos. Fui al baño y me senté.

- Cristinaaaaa!!!!!, grita una de las almaceneras desde el fondo. ¿Qué marca
es el queso sándwich que tenemos?
Ésa es Marina haciendo sus compras, adiviné.
Merendamos en el almacén-agencia. Y volvimos.

No había cámara. Pero de haberla tenido, estas serían las fotos:
Primer plano de la planta carnívora
Plano general de una plantación de girasoles que vimos desde el camión
Plano general de las barrancas en la playa
Detalle de nuestras manos en la arena cuando quedamos en bikini
Marina atravesando la Peatonal Sarandí envuelta en su toallón multicolor,
para paliar el frío de la noche, que nos agarró al volver.

***

Llegué y me acosté. Me había venido la menstruación.

sábado, 29 de marzo de 2008

por favor, seamos claros

Para que comprobara hasta donde la intención moldea las cosas que nos pasan, el psicólogo le indicó que hiciera tres plantaciones diferentes, en distintas macetas.

Al poner las semillas, debía concentrarse en varios sentimientos. Tenía que enterrar unas con amor, otras con indiferencia y las últimas con odio. Además cada día, cuando las regara, debía decir arrumacos a la primera maceta, mantener silencio con la segunda e insultar a la tercera.

El problema no fui su incredulidad hacia el poder de la mente sino su distracción. El tercer día ya no pudo distinguir bien cuál era cual. Hizo algunos intentos pero apostaría a que se equivocó. Debe de haber regado con amor la maceta del odio e increpado con un “Hija de tu madre, nunca vas a llegar a nada” a la “Indiferente” y así… Porque jamás creció ninguna, de puro desconcierto.

martes, 25 de marzo de 2008

creencias

Siempre fui de creencia fácil. Y esa tendencia a convencerme de cualquier bobada me ha salvado la vida más de una vez.

Las invenciones de mejor arraigo son- obviamente- las de las madres. La mía decía que el café con leche tibio curaba el dolor de garganta Y me lo decía tan convencida que me curaba. Hasta ahora, las primeras molestias faríngeas las combato con café con leche. Tibio, eso sí.

Paradójicamente, la misma madre me hizo creer que acostarse con el pelo mojado enferma de la garganta. Por esto me he perdido varios eventos sexuales espontáneos, de esos que surgen después de una ducha veraniega. Es que ni loca me acuesto con el pelo mojado y las pasiones no siempre resisten el ruido del secador durante 20 minutos.

Pero mi madre no era la única. En general le creo cualquier cosa a cualquiera. Una vez una amiga me llevó a un homeópata brasilero (en Treinta y Tres no existe decir brasileño).para que me curara la gastritis. El tipo recetaba gotas pero básicamente te adivinaba. Por ejemplo, apenas me senté, sin preguntarme nada me lanzó un “Para usted la cebolla es un veneno”. Yo no sé si fue porque la dejé de comer y mi sistema digestivo se desacostumbró o simplemente porque le creí, pero nunca más pude tragar cebolla.

Y este mismo hombre es el que creo que me ha salvado la vida. Porque antes de darme las gotas (que nunca me sirvieron) me predijo “Usted se va a morir de vieja”. Y entonces los días en que me levanto y pienso “Hoy me muero de tristeza”, me acuerdo de “Pirayú “ y me convenzo de que todavía no. Va a ser de vieja. Así que me visto y salgo.

sábado, 22 de marzo de 2008

de avanzada

En general no tengo pensamientos de futuro. Carezco de “visión” y de criterio para imaginar cómo serán las cosas con el avance de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, hay dos momentos que me hacen nacer esa inquietud y decir: “Mis nietos, si Dios quiere, no tendrán que pasar por esto”.

Ese pensamiento-plegaria es recurrente ante:
1- La necesidad de desenredar los cables de los auriculares.
2- La prescripción ginecológica de colocarme un óvulo.

Comparado con esas molestias, incluso el hecho de que me tiñan los dedos para darme la cédula o votar me parece inteligente.

jueves, 20 de marzo de 2008

diecinueve

Entro al kiosco y elijo un refresco. Además del chico que espera para cobrarme, hay dos señoras hablando muy fuerte.

El muchacho dice “Diecinueve” cuando apoyo la botella en el mostrador.
- ¿Algo más?, pregunta.
- No, le contesto.
- Diecinueve, repite.

Y me digo: “¿Cuántas veces me va a decir el precio este tonto?”, mientras saco un billete de veinte.

Para mi sorpresa, me devuelve cuatro pesos. "Definitivamente es tonto", pienso.

_ Me diste mal, le aviso. (No porque me disguste la idea de quedarme con un cambio de más, sino por aquello de que el mundo es redondo y de que todo lo que va, vuelve y esas cosas).
Pensé que el hombre se había confundido con el barullo de las señoras. Pero me respondió terminante:
_ Lo que compraste cuesta 16. Yo le estoy diciendo a mi madre que hoy es diecinueve. Y señala a una de las señoras.
_ Ah… Perdoná, me retracto. Agarro las monedas y salgo. Me siento una tonta... Acaso por aquello del mundo redondo.

miércoles, 19 de marzo de 2008

rebeldía

Supongo que el origen está en la primera vez que fui al cumpleaños de un varón. Era el hijo de los dueños de la Librería Infantil, así que el cumpleaños era en la Librería Infantil. Mamá me llevó apurada, como siempre.

No recuerdo si me divertí el primer rato de la fiesta, pero puedo evocar el momento preciso en que fui al baño. Me subí el vestido y cuando fui a bajar la bombacha… No había bombacha.

En algún momento, la madre del varón habrá decidido entrar al baño a sacarme. Por mi llanto desconsolado y seguramente por la fila de niños con pis inminente que se habría formado.

Mamá me vio llegar con la cara hinchada de llorar, me abrazó, me bañó otra vez y me puso bombacha. Empezaba a recuperarme un poco cuando escuché que se lo estaba contando a mi tía y entonces me di cuenta: a ella le causó gracia. A mi tía también. Y se rieron.

Capaz que en el fondo nunca se lo perdoné y decidí vengarme negándome a usar soutien. Y ella tuvo que soportar las discusiones con mi padre porque él no entendía (ni ella) el motivo de mi rebeldía con la ropa interior. Y también tuvo que avergonzarse cuando se me translucían los pezones en situaciones formales...

Yo sé que usted no tiene nada que ver, doctor. Se lo cuento porque estoy cansada de que los médicos pongan esa cara después de que obedezco el “Sáquese el buzo”.

martes, 18 de marzo de 2008

de mateo y mía

Esa tristeza que tienes
viene de un rostro cansado
viene de manos abiertas
por manos que han escapado

domingo, 16 de marzo de 2008

No me digan que es por salud...

Las mujeres de mi gimnasio están obsesionadas con la posibilidad de que las vean desnudas si se visten frente a la ventana del vestuario. Se quejan porque los dueños no han comprado una cortina y me advierten siempre:
- !Ojo! Paráte de este lado porque a veces hay un tipo que mira para acá.

Me muevo y cambio mis cosas de lugar. A regañadientes y con ganas de preguntar:
"A ver muchachas... ¿No se supone que venimos para eso? ¿No estamos una hora levantando las patas justamente para que un hombre quiera vernos desnudas?"

jueves, 13 de marzo de 2008

Por reacción

Ya era grande cuando descubrí que mi hermana era más linda que yo. Todos me lo habían ocultado y viví años en esa ignorancia. Supongo que creía que éramos igualmente lindas... Que era lo lógico, si - como decía mami- las dos habíamos recibido lo mismo.

Una noche imborrable, estábamos en el baño. Una a cada lado del espejo, apretándonos la cara... granitos y esas cosas. En un momento ella habló. La miré. Me miré y... “¡Paaaaaaa! Esta niña es mucho más linda que yo”, me di cuenta.

Siempre había tratado de diferenciarme de ella, pero no para ser más fea. Si mi hermana tomaba Vascolet, yo pedía café. Ella quería muñecas, yo el Bata- Bata... Y todo así. Terminé vistiéndome en la Sección Hombres en mi afán de ser distinta.

En psicología se llama “reacción”. Parece que nos movemos por “acción” o por “reacción”. Y ahora pienso que por “reacción” no hice la comunión y me quedé sin religión. Por reacción no hice fiesta de 15 y me quedé con las ganas del cortejo. Por reacción no me casé y me quedó la fantasía del vestido blanco. Por reacción estudié una carrera “no convencional” y gano sueldos de subsistencia. Por reacción no puedo ser ordenada ni ponerme las dos piezas del conjunto de ropa interior el mismo día...

No sé si el hecho de que todos los que me gustaban me llamaran “cuñada” sería también por “reacción”, pero en cualquier caso, parece justo que mi hermana pague mi terapia. ¿O no?

miércoles, 12 de marzo de 2008

este amor es muuuy viejo... pero como Kari dice que me extraña....

La psicóloga me preguntó cómo es el tipo de hombre que me gusta. Ni idea. Me han gustado sólo dos. No sé cómo me gustan, le digo.

- ¿Pero ...cómo te imaginás que sería .... o no sería?
- Me cuesta mucho pensarlo así, en el aire... Alto....
- ¿Qué más?
- Más alto que yo....
- No importa.... nombráme a alguien....Por más inaccesible que parezca...
- Es que ni un inaccesible me gusta....Pienso en Dolina. Pero la única vez que lo vi de cerca me impresionó tanto que no me pasó nada parecido a la atracción. No sé... Alto.

Infructífero, el tema terminó ahí.

A mediodía vuelvo a salir de casa. Camino despacio porque la plaza está como mágica. Y yo que ando con el tema de la respiración y meditar y todo eso, trato de disfrutar del camino. Hay un sol espectacular y un señor toca el violín y todo el clima es como de película y yo me siento Amelié.

Paso por La Corte, que es como un pub -restaurante decorado con ambiente "cortesano", obvio. De repente salió y yo lo reconocí enseguida. Lo había visto en la tele y en la radio.
Altísimo, rubio, principesco, esbelto, se sonríe, le da la mano a su compañero -como todos los políticos- con mucha energía.

La psicóloga ya se había olvidado del tema una semana después.
- Ope, le digo.
- ¿Qué cosa?
- Ope Pasquet. Así me gustan los hombres. Cómo él.

Se sonrió y cambió de tema. Creo que le dio gracia porque a ella también le gusta. ... O tal vez por haber despejado sus hipótesis lésbicas de la consulta.

jueves, 6 de marzo de 2008

cuasi- duelos

un día decidimos
que ya no esté
ese paisaje
y seguimos
y cuasi duele

domingo, 2 de marzo de 2008

banco de imágenes

Considero fundamental tener una imagen linda que sustituya el último pensamiento del día. Siempre trato de tener al menos una que valga la pena evocar en ese momento, o cuando me toca ir al dentista, por ejemplo.

Mi dentista de la infancia tenía un método que yo he ido reiterando con sus colegas sucesores. Agarraba el torno y me decía:
- “Bueno. Ahora cerrá los ojos y pensá en algo bieeeen lindo. Muy lindo”.
Y ahí uno no sentía ni aguja ni torno ni nada.

Pero hay épocas en que tengo escasez de imágenes. Entonces trato de enamorarme o postergar mis limpiezas de sarro.

Hay consultas muy frustrantes. A veces el profesional no comprende y lo empieza a mirar mal mientras uno (ya con la manguerita chupadora puesta) busca desesperado en su banco de imágenes, mientras mantiene las manos haciendo la seña de la “T”.

Cuando lleva más de 50 segundos encontrar una imagen que anestesie, seguramente el felizómetro está en números rojos. (Yo tengo más de una carie arreglada en esas condiciones y doy fe de que uno sufre hasta el olor de la pasta).

Esta semana voy a sacarme placas (otra experiencia que amerita sendos retiros de mi banco de imágenes) y además tengo dentista. Por suerte pude hacer un depósito grande y por adelantado.

miércoles, 27 de febrero de 2008

lunes, 25 de febrero de 2008

Remedios caseros

Cuando empezamos a salir de vacaciones, supimos que me hacían mal los viajes de ruta. Vomitaba. Ni la pastilla para mareos ni el ayuno previo daban resultado. Había que parar el auto cuatro o cinco veces y agarrarme la frente.

Un día alguien le dijo a mi abuela que lo mejor era llevar limón cortado en trozos, que yo debía ir chupando en el viaje. Y el método se institucionalizó.

- ¿Cargaste las valijas?
- Ya están
-¿El Atari?
- También
- ¿El limón de Maru?
- En la bolsa.

Nunca disminuyó la frecuencia de mis vómitos, pero nadie pensó que el limón no era efectivo. Al contrario, adjudicaban la falta de resultados a que yo seguramente no chupaba lo suficiente.

- Trate de no sacárselo de la boca mija, me pedía mi abuela

Pero íbamos hasta la Barra del Chuy y por camino de balasto. Yo ponía voluntad, pero de a ratos necesitaba respirar un poco sin ardor en la boca.

No tengo claro en qué año dejé de vomitar en los viajes. Sin embargo recuerdo bien de algo que pasó mucho tiempo después. Yo estaba en cama y el médico vino a verme a casa. Me recomendó no hacer esfuerzos.

- ¿Puede tomar té o café ?, preguntó mi madre.
- Sólo té. Pero que sea sin limón. Porque el limón es vomitivo.

Los de casa nos miramos en silencio. Todos pensamos lo mismo, pero ya no era tiempo de reproches.

domingo, 24 de febrero de 2008

Domingo


  • Papá lava el auto y yo las muñecas. Les pongo champú de verdad.
    “Te juro que estoy poniendo poquito, mami. No sé por qué hace tanta espuma... Yo puse poco”.

sábado, 23 de febrero de 2008

Manchada

La mejor docente de mi escuela, un ícono de la institución, fue maestra de mi hermana. Le voy a decir Mé. Mi hermana me hablaba de ella como se habla de un ídolo y yo aprendí a quererla antes de conocerla. Por eso me emocioné cuando supe que también iba a ser su alumna. En mi historia de estudiante hubo varias figuras de culto, pero la maestra Mé fue la primera, y acaso la más grande.

Cuando el carné con el “Sote Felicitaciones” (de letra y puño de la maestra Mé) había cumplido ya unos 20 años, la vida me puso en un encuentro furtivo con su hijo. Me contó que sus padres estaban de vacaciones y me invitó a su casa. “¡Dios! Pero es la casa de la maestra Mé”, caí en la cuenta, tratando de ocultar mi dilema. Siempre me había preguntado cómo sería su mundo, sus adornos, sus cosas… Ahora tenía la oportunidad de verlo todo y me daba miedo.

- Vamos al cuarto grande porque en el mío hace calor, me dijo.
- Yo no tengo calor, al contrario, busqué persuadirlo.

Pero el hombre ya estaba con los pies descalzos arriba de la cama grande. La cama de mi maestra Mé.

Traté de no mirar demasiado los portarretratos donde aparecía con la túnica de los actos y el prendedor enorme con forma de flor que usaba cuando no se ponía la escarapela. ”Que este muchacho me perdone, pero yo no me puedo desnudar en la cama de la maestra Mé”, pensaba.

- ¿Estás bien?
- Sí. Con un poco de frío…
- ¿Apago el ventilador?
- No, no. ¿Y si vamos a tu cuarto?
- Nooooooo!, exclamó, y me hizo sentarme de frente a él.

Quedé mirando la pared, casi “cara a cara” con el crucifijo enorme, de plata maciza, idéntico al que colgaba en el dormitorio de mis padres.

- Si no apagás la luz ahora, me voy a mi casa, le advertí.

Obedeció sin preguntar nada. Por sus caricias, deduje que buscaba una malformación, un tatuaje o algo así. La mancha estaba en toda parte, pero nunca hubiera podido verla.

- ¿Pasaste bien?
- Bueno Muy Bueno, bromeé al despedirme. Pero tampoco entendió.

jueves, 21 de febrero de 2008

Normalita

Amanecí casi al mediodía en la casa de la playa. Él estaba levantado desde temprano. Me esperaba con el mate pronto y una bolsa de bizcochos, me contó.

Tomé un mate y me extendió la bolsa.
- ¿No te gustan?
- Es que no como, expliqué, tímidamente.
- ¿No comés bizcochos? ¿Por qué?
- Tienen grasa animal. Se pega al paladar.
Hubo un silencio. Me miró serio, respiró hondo y se animó a preguntar:
- ¿Siempre fuiste así o en algún momento de tu vida fuiste… ?
- ¿Normal?, lo ayudé
Asintió con la cabeza.
- Fui. Cuando era niña fui normal, confesé.

El cuerpo… ¿aguanta?

La profe soltó las pesas, enojada, y apagó la música. No sé a quién habrá mirado (por suerte no fue a mí) y empezó a decir que había que terminar los ejercicios, que no se podía abandonar a la cuenta de veinte. “Es una cuestión de actitud. Hay que hacer hasta el final... Y esto no vale sólo para la clase de gimnasia. ¿Estamooooos?”, preguntó fuerte.

Todos en silencio. La mirábamos, quietitos. La arenga siguió y fue subiendo de tono: “Esto que les digo es para la vida. No abandono antes de terminar. Sigo, sigo, sigo, sigo… como en la vida. Hasta el final. ¿ESTAMOOOOS?”. Y repetía, casi gritando: “ESTO SE LOS DIGO PARA LA VIDA EN GENERAL”.

Los gimnastas, todos entrados en años y canas, la escuchábamos. Nos secábamos la transpiración despacito, sin dejar de mirarla. Nadie decía nada. Ella remató con un convencido: “el cuerpo aguanta”, prendió la música y empezó a dirigir el siguiente ejercicio.

Yo me deseé suerte a mí misma (porque ni fracturada iba a dejar de completar esa serie) y empecé. “En cualquier momento cae redondo alguno y va a haber que llamar a la Coronaria”, pensé. Y ella temió lo mismo, porque a los pocos minutos volvió a bajar la música y dijo en voz baja: “Si alguien se siente mal, por supuesto que puede dejarlo”.

Estuve tentada de contestarle “COMO EN LA VIDA EN GENERAL”, pero preferí el silencio. Como siempre.

¿Una raza?

Pats me pasó un blog recomendado pero no pude leer demasiado. Quedé como en shock y no logré pasar de la presentación. Lo escribe una argentina. Dice: soy periodista, gano muy mal, tengo 30 años y unos cuantos kilos de más. Pronto se casa mi hermana y en mi familia apuestan a que no voy a tener novio. Empecé una dieta.

Más o menos hasta esas ideas llegué, cuando reaccioné: “¡Dios! Somos una raza desperdigada por el mundo y no lo sabemos. Somos una nación sin tierra”. Pero al minuto caí en la cuenta de que en realidad yo no tengo nada en común con esta mujer. Estoy a punto de dejar mi profesión, hace rato pasé los 30, me decidí a comer (al menos) cuatro chocolates por día y mi hermana va en el segundo matrimonio.

Amiga argentina, como dice la canción, todo puede estar mucho peor.

lunes, 18 de febrero de 2008

efecto "buena chica"

”Buena chica” me dejó un comentario muy lindo en este blog. Yo lo leí en la oficina (atención niños: no está bien leer blogs en el trabajo) y me puse contenta. Lo compartí con mi jefe y en ese mismo momento, él se decidió a crear su blog (tampoco deben hacer esto en horario de trabajo). Para mí se sumó entonces la alegría de poder enseñarle algo en la compu; acaso por primera vez. Como mi jefe no sabía qué escribir, puso una dedicatoria a su esposa e hija. Les dijo que ocupaban todo el tiempo de su cabeza, o algo así. Entonces la alegría llegó a su esposa. Y dentro de seis años, cuando aprenda a leer, su hija se va a poner contenta al ver lo que su padre escribió cuando ella estaba recién nacida… Y todo eso por unos renglones de “Buena chica”, que vienen a recordarnos cómo podemos generar cuatro alegrías de un plumazo, o en este caso, de un “postazo”.

jueves, 14 de febrero de 2008

envidia

No sé ustedes, pero yo conocí la envidia cuando era muy chica. En segundo de escuela. Mi compañera de banco (le voy a decir C) era muy linda, se sacaba Sote en todo y los días de acto le ponían unas medias con puntilla divinas. Pero no fue eso lo que hizo nacer mi envidia.

La primera vez que uno tiene un sentimiento como ese no es fácil de olvidar. Lo mío fue el lunes después de vacaciones de julio. Me senté y saqué mi cartuchera. Apoyé el lápiz en la ranura del banco y le puse la goma y el sacapuntas pegaditos, en ángulo, como formando algo.

C demoró. Tenía muchos útiles lindos y mientras me contaba que había estado el fin de semana en Montevideo, sacó un sacapuntas enorme con forma de hamburguesa. ¡Dios! Fue el sacapuntas más lindo que vi nunca. Enorme. Igualito a una hamburguesa con mucho relleno. Lo recuerdo todavía y se reavivan mis ganas de poseerlo.

Pasmada, sabiendo que nunca en Treinta y Tres iban a vender uno así, me resigné a preguntarle:

- ¿Te lo compraste en Montevideo?
- Sí, me lo regaló mi mamá. Me lo compró en Ta.Ta, creo.

Me mostró cómo los restos de lápiz quedaban adentro. Yo nunca había visto ese sistema. Después ella lo abría y tiraba todo en la papelera… El mío era de metal, gris, tiraba la basura en el acto y por todas partes.

Cada vez que alguien de mi familia venía a Montevideo, yo aguardaba ansiosa que me llevaran mi sacapuntas con forma de hamburguesa. Me llevaron con forma de pancho, de muñecos, de animales… pero nunca el que quería.

Esta navidad, Papa Noel me regaló un porta CD que es una hamburguesa enorme. Como canta Milanés, no es perfecta, más se acerca, a lo que yo, simplemente soñé .

martes, 12 de febrero de 2008

ocho horas

No fue por los mártires de Chicago, pero abandoné la jornada de 12 horas. Al final trabajaba más que el Sol. En este momento debo ser la única cristiana que, al tiempo de poner el despertador a las 06.00 am, se siente de vacaciones. Lamento por los vecinos, que ya se habían acostumbrado a tener los primeros sueños con el sonido de mi lavadora o mi Epilady.

De Flaubert para mi amiga, mi fiel lectora

“Existe un momento en las separaciones en el que la persona amada ya no está con nosotros”

otro santo...

Victoria es una niña para mí. Es verdad que es madura pero es vergonzosamente menor menos de 25. Y pensé que ella me podía llevar el apunte para ir a un taller de títeres el jueves. Me contestó que no podía. “Es San Valentín”, me explicó.

Mmm Y yo pasaré otro San Valentín sola. Menos mal que de los 30 anteriores ni me enteré.
Por lo pronto, si el próximo año ando en amores, tendré un títere para regalar.

viernes, 8 de febrero de 2008

gremios y vedas

Además de tener toda una lista con requisitos del hombre ideal, hay gremios que considero vedados para el amor. Sin entrar en los clásicos (políticos, militares, médicos, futbolistas… en fin… esos que nadie quiere), mis gremios prohibidos no tienen un claro por qué.

No me gustan los murguistas, los ciclistas y los productores agropecuarios.

Sobre el rechazo a los murguistas puedo conjeturar que me recuerdan el deprimente final de los casamientos, cuando mi padre se ataba la corbata en la frente mientras tarareaba “Se vaaa, se vaaaaaa la murga, los asaltantes se vaaan”.

A los ciclistas les puedo reprochar las semanas de turismo escuchando la infame: “ Ru Ru Ru… Rutas de América es color”.

Y los productores agropecuarios no sé… Se me hacen apegados a la materialidad y mal hablados.

Sin embargo esta semana fue removedora en materia prejuicios. Me enteré que Álvaro Garcé escribió letras de murga, tuve que editar entrevistas a murguistas muy dignas de publicarse y, por si esto fuera poco, conocí en Internet a un productor rural que escucha a Dolina.
Cosas que pasan, diría Larrade…

Si mañana me entero que Milton Wynants entrena escuchando a Fernando Cabrera, tendré que revisar mi sistema de vedas.

lunes, 4 de febrero de 2008

Hay golpes en la vida... yo no sé

Hoy vi una cana en mi cabeza. No puedo relatar la sensación que ella me provocó, pero confío en que mi expresión de angustia la haga persuadir a sus hermanas para que no salgan antes de mi próxima tinta. Y que Dios bendiga a Loreal.

sábado, 2 de febrero de 2008

Con razón…

Mi madre me llama para saber cómo hemos estado. Ayer mi hermano se vino a mi casa por un tiempo, recién separado de su novia.
- Todo bien mami. Sólo te voy a pedir que mientras esté acá, por favor no le mandes milanesas para freír.
- ¿Pero por qué? ¿Qué le voy a mandar si no?
- Ah… No sé mami. Pero hay dos olores que no soporto: el de las frituras y el de la carne vacuna. Si le mandás milanesas, me metés los dos juntos en casa.
Mi madre se enoja.
- Le hubieras avisado al pobre que no iba a poder hacer naaada y tal vez le pedía a otra persona… Y cuelga, pensando, sin decirme: “Con razón no tenés novio”.

A los cinco minutos entra mi hermano y le conté la charla “Olores vacunos”.
- Ah… Con razón. Me acaba de mandar un sms diciendo que averigüe sobre préstamos hipotecarios.

viernes, 1 de febrero de 2008

contra el miedo al ridículo

Entro a la sucursal del Banco República, enorme, exagerada, como casi todas las de esa entidad financiera... Exagerada como la fila de gente que estaba esperando y como la altura del recepcionista.

El hombre contestaba con la misma frase a las preguntas (tontamente esperanzadas) de todos los que entraban: “Sí sí.. Esa es la única cola”.

Éramos unas 100 personas paradas, aburridas y medio inmóviles. En un momento, el hombre en cuestión, con su aspecto de Security venido a menos, saca un pote de crema Nivea (la de la lata azul) y se empieza a untar ahí nomás. Primero las manos y después la cara. Al principio quedó todo blanco pero después la fue desparramando, paciente, hasta quedar bien brillantito.

Los de la cola lo mirábamos. Yo me sentí abolutamente superada. Porque un día que me olvidé de llevar los championes al gimnasio y entré a la sala de aparatos con botas de taco, quedé convencida de que iba a quedar puntera en la lucha contra el miedo al ridículo... Pero no. Hay gente que me lleva ventaja.

jueves, 31 de enero de 2008

Clase de salsa II

No quiero simplificar y decir que la salsa es igualita a la vida, pero a mí me pasan cosas muy similares. Me las "apaño" mejor sola que con un compañero. Claramente. Y doy una imagen engañosa. A los tipos les parece que la tengo clara, pero cuando les toca conmigo, es evidente que se decepcionan de mi incapacidad de seguirlos. En los pasos sueltos me divierto, pero me estreso cuando los veo venir. Eso sí... cuando logro hacer dos o tres pasos con alguno sin pisarlo… claro…. se siente mucho más rico, chico!

martes, 29 de enero de 2008

Claroscuros

Hay muchos días en que no me pasa casi nada digno de contarse. Y siempre está la tentación de elegir, entre la inercia vital, una imagen linda y una fea, por ejemplo. O un momento lindo y uno feo. Consigno las de hoy:

Imagen fea: una barboleta (se escribe así) de tipo alguacil, que estaba tan, pero tan pisada que parecía un helicóptero pintado en la cerámica.
¿Más fea? El encargado de Ta – Ta teniendo que revisar el bolso de sus compañeros, al terminar el turno. O los compañeros abriendo el bolso.

Imagen linda: mi mochila y camiseta con las verdi-blancas consecuencias de una cagada de pájaro. Me encanta que me caguen los pájaros. No me pasa casi nunca pero cuando sucede no puedo evitar la alegría esperanzada de que, esta vez, vendrá el toque de suerte.

domingo, 27 de enero de 2008

Bueno es poco

Ya es lunes y es una obviedad que lo bueno dura poco. Pero no podemos decir que no se nos ha enseñado desde siempre a hacernos de esa idea. ¿Para qué, si no, se diseñó el tamaño de los helados o la duración del Gusano Loco?

Lunes, vuelta al trabajo. Ahora, si mi trabajo me gusta y me paso 12 horas diarias en él ... ¿no debería ser re feliz?

sábado, 26 de enero de 2008

Clase de salsa

Como en la vida, había más mujeres que hombres. Y tocó compartir.

viernes, 25 de enero de 2008

elogio andaluz

"Más maja eres que tó"

Rompiendo armonías, con melodías

Me gusta cantar cuando escucho música en el mp3. Y si además estoy parada, me gusta bailar.

Bailo en la parada a las 6.30 am (cuando logro desenredar los auriculares antes de que llegue el ómnibus). Y también bailo si es de noche.

A mucha gente no le gusta verme. Menos oírme (esto lo entiendo porque canto muy mal). Últimamente siempre recuerdo la mejor reprimenda que recibí por esa costumbre. Fue en el metro de Madrid.

Él- ¿Puedes dejar de bailar al menos en la estación?
Yo- ¿Pero por qué? Si no molesto a nadie…
Él- ¿No te das cuenta de que todo el mundo se te queda viendo? Es que rompes la armonía…

Y cada vez que bailo sola, pienso en la armonía que dejé rota en Madrid.

lunes, 21 de enero de 2008

magias

Cuando uno vive solo descubre cosas mágicas. Por ejemplo, que la pasta de dientes dura para siempre. O que las arañas, cuando saben que no hay quien las mate, deciden no atacar.

sábado, 19 de enero de 2008

música contra los traumas

Mañana voy a un concierto de jazz y me emociona mucho la idea. No porque me guste esa música, sino porque es otra oportunidad de reciclar mi relación con ese género.

Supongo que lo que me pasó a mí, lo habrá vivido mucha gente: enamorarse de un tipo más grande, muy culto, muy fanático del jazz. Y sentir, en algún momento, que el hombre no pudo corresponder el amor por la simple razón de que una era totalmente incapaz de apreciar el jazz.

Seguramente a esa gente también le pasó que, después de superar el desamor, no podía ni escuchar hablar de Duke Ellington. O que oía "Lapataia" y no quería saber ni del dulce de leche.

Lo que no es tan común es haberse cruzado luego con otro hombre muy seductor, pero vinculado laboral y afectivamente a un reconocido bar de jazz de su ciudad. O que el periodista cultural que a uno más le gusta leer haya publicado un libro que se titula "Ayer escuché a Miles".

Este año pedí que me regalaran un cd de jazz en mi cumple, copié todos los temas del género que entraron en mi USB y me obligo a escuchar un rato cada día. Además, como voy a hacer mañana, aprovecho cada oportunidad de ir a un concierto.

Pueden pasar dos cosas: o que un día el sonido de una trompeta despierte alguna emoción en mí, o que finalmente decida pararme y en el silencio que separa un tema de otro, grite fuerte antes de salir: “A mí no me jodan. Esta música es una reverenda mierda, por muy inteligentes que sean todos acá”.

domingo, 13 de enero de 2008

señales

Ayer pasó algo curioso. Resulta que hace unos días le hice una entrevista (por teléfono) al comisionado parlamentario para las cárceles. Habla bastante, tiene un lenguaje muy leguleyo y de a ratos, me perdía un poco. Pero su voz era tan, pero taaaan dulce, que cuando terminamos la nota pensé: “Me quiero casar con este hombre”.

Y los días siguientes anduve divulgando mi amor. Mi hermana me dijo que no tenía ni idea de quién era, pero que -a simple vista- tenía un trabajo demasiado complicado. Una compañera del Informativo me contó que lo conocía y que tenía una novia muy divina, muy rubia… muy no sé qué.

Igual yo decía “estoy enamorada del comisionado”, “el comisionado esto”, “el comisionado aquello”. Incluso busqué una foto en google porque no le conocía la cara, pero no se veía bien.

Anoche fui con mi amiga Andrea a tomar una cerveza y al poco rato, mira para el costado y me dice:
_Maru… ¿Ese no es Alvaro Garcé?
_¿Quiéeen?, le contesto (no estoy acostumbrada a decirle por su nombre)
_El comisionado, me aclara. Y se pone los lentes.
Yo lo miro._Paaa! Ni idea. En realidad sólo lo vi en una foto en la compu.

Y era nomás. Con una morocha.

Andrea quedó impresionada. No por el color de pelo de la mina sino por la coincidencia de él estuviera ahí. Y capaz que fue por la cerveza, pero empezó a decir que no creía en las casualidades, que aquella situación nos estaba transmitiendo un mensaje. Y que nosotros, por los límites de la inteligencia humana, no podíamos desentrañar. Pero que algo quería decir aquello.

Tentando al universo de las señales, voy al baño y, a la vuelta, lo miro de reojo… como para dar la chance de que devele el misterio… Pero el hombre nunca me vio. Nada. Ni un pestañeo.

¡Y pensar que en la oficina todos me han oído jurar que voy a delinquir para que vaya a verme, o que me voy a encadenar a un módulo del Penal… O que al menos que voy a instar a un motín para poder llamarlo!

Ya sé, aventuro. El mensaje es que me enamoro de tipos que siempre están a dos mesas de distancia. Y con otra. Rubia o morocha.

sábado, 12 de enero de 2008

Attitude changes everything

En todos los gimnasios hay una mina que es la estrella, la fanática, la que sabe las coreografías tanto como las profesoras. La que se mata y no falta nunca. Incluso hay un momento en que una clase les queda chica y hacen dos o tres seguidas.

A veces pienso: “Estas minas le erraron de profesión”. Pero ta. Lo que quería decir es que estas mujeres le ponen toda la fuerza a los ejercicios. Los hacen perfectos y a un ritmo envidiable. 100% actitud.

Y ahora me acordé que alguien me dijo una vez que, según su teoría, las mujeres se comportan en la cama igual que en las clases de gimnasia… Y como soy la peor del club (hay clases en que me voy a la mitad, por ejemplo) empiezo a encontrarle más explicaciones a mi soledad.

Y a los 30 festejé mis 5...


regalo de pauli (y también de Silvio)

Soltar todo y largarse, qué maravilla, atesorando sólo huesos nutrientes, y lanzarse al camino pisando arcilla, destino a las estrellas resplandecientes. Pantalones raídos, zapatos viejos, sombrero de ventisca, ojo de garra, escudriñando enigmas en los espejos y aprendiendo conciertos de las cigarras. Con amores fugaces e inolvidables, con parasiempres grávidos como espuma y el acero afilado de los probables colgado vigilante junto a la luna. Soltar todo y largarse. Qué fascinante volver al santo oficio de la veleta, desnudando la vida como un bergante y soñando que un día serás poeta.

jueves, 10 de enero de 2008

de vestuario

En un vestuario de gimnasio hay diálogos casi tan de rigor como el del estado del tiempo.

A_ Hoy estuve a punto de no venir. Te juro. Estuve “a esto” (seña de dedos juntos) de irme para casa nomás… Ando muerta.
B_Sí, yo también, pero viste que después que venís, decís: “menos mal que vine”.
A. Tal cual. Después que viniste ta…está bárbaro… Pero hay un instante ahí de duda que es mortal. (sonrisas)
B: Pero viste que te vas con un cansancio distinto…
A: Totalemente… Ni que hablar… Después agradeces haber venido.

Carencias

El vestuario de mi gimnasio actual es chico y somos muchas. Hay una ventana que siempre está abierta y en ese lugar se respira mejor. Yo me visto frente a la ventana. Y nunca falta la que me advierte:
- “Mirá que si te ponés ahí te ven de afuera”…
- "Ahhhh"… digo. Simulo que me importa y me muevo un poquito.

No contesto nada, pero pienso cosas como:
a- “Mi vieja, a vos te conozco tanto como al que pueda estar mirando por esa ventana. ¿por qué habría de admitir que vos me veas desnuda y otro no?
b- Si alguien se toma el trabajo de mirarme de lejos, ¿qué sentido tiene privarle de la experiencia?
c- Ya bastante tengo con mis carencias como para andar encargándome de las ajenas.

Y tiro la toalla. Literalmente.

miércoles, 2 de enero de 2008

crisis

estoy en crisis. existencial. total. absoluta. necesito una fe o una vida nueva. ¿alguien me puede facilitar alguna cosilla de estas?