lunes, 16 de agosto de 2010

La insoportable soledad del ser

Este año me venía pasando algo. Todos los domingos, entre las 7 y las 9 PM, quería un perro. “¿Por qué no habré comprado uno esta mañana en Tristán Narvaja”?- me reprochaba. Y prometía comprarlo el domingo siguiente.

Después, de lunes a viernes, podía ver con claridad lo malo de tener un perro: limpiar caca, sacarlo a caminar bajo la lluvia, ir al veterinario, conseguirle comida, bañarlo…Y lo más complicado, claro, el promedio de vida del perro.

Estuve googleando y vi que un perro cualquiera puede vivir 18 años. Saqué cuentas y la muerte del animal me agarraría en plena menopausia. Sería grave. ¡Otra que terapia necesitaría si su deceso coincide con el fin de mi vida fértil!

Entre el entusiasmo y el descarte canino, me pasó algo. Venía del trabajo y me paró una muchacha con acento extranjero para preguntarme por un hostal. Le digo que no sé cuál es, que me diga la calle. No se acuerda y perdió su mapa. Tiene una valija grande. Me da cosa. Le digo que vivo cerca, que venga a fijarse en Internet. Vamos a casa y charlamos. Es de República Checa y vino a estudiar por unos meses.

- Tenía tres países para elegir y dudaba: Perú, Chile o Uruguay. Luego leí a Benedetti y me dije: ese es el país.

Me lo contó de una forma que me emocionó y no pude sino decirle: “Quedate acá si querés”. Y se quedó.

Ahora mis amigos hacen bromas y me dicen que puede ser espía, asesina múltiple, traficante. Yo no hago caso. Respondo que al menos moriré defendiendo la cultura nacional.

La checa fue muy buena compañía los primeros días: hablamos de Kafka, de Kundera, le expliqué el uso del “Ta”…. Pero ahora ya se hizo amigos más jóvenes y casi no para en casa.

Por eso este domingo, a las 7 PM, seguro que me vendrán de nuevo las ganas de un perro. Pero ahora tengo un nuevo argumento para contenerme: tengo poco espacio en casa, porque tengo una checa.