sábado, 5 de octubre de 2013

Rambla de mañana

Es muy muy temprano, pero me propuse salir a la rambla y salgo. Debería dormir a esta hora, como merece cualquier humano, pero me tocó nacer con cabeza de gorda y debo tomar medidas paliativas.

Me cruzan dos señoras que ya traen ritmo deportivo y escucho que una le cuenta a la otra: “Mi hermana era los ojos de él”.

Mi cerebro trata de armar la imagen de una hermana que, para empezar, murió, porque esta mujer habló en pasado. Pero antes de morir fue, además de hermana, ojos. Y no sus propios ojos, como cabría esperar, sino los ojos de él.

El problema es la concordancia, me digo: “mi hermana era los ojos”, pero justo empiezo a ver cosas raras y me olvido.

Son autos estacionados con parejas adentro. Tienen los asientos reclinados y sus integrantes se besan o hablan. Son las ocho de la mañana. “A todas luces, se trata de infieles”, concluyo.

Recuerdo a Mujica y su exhorto a los señores blancos y pienso: “Por si les interesa, están todas acá, eh”.

Enfrente viene una mujer teñida de rubio y al cruzarme me sonríe como dándome la razón, o como quien leyó El Secreto tantas veces que la sonrisa le quedó estampada.

Y cuando llego a la pista de patinaje me encuentro con una escena conmovedora. Ella, ama de casa; él, su personal trainer. Están enfrentados y él la ayuda a estirar los brazos. Le agarra las manos, firme, y la hace estirar mientras la mira.

Enseguida me acuerdo de las señoras de los autos y pienso: “¿Ven? Así se hacen las cosas”.

Cuando doy vuelta, unos cuantos minutos después, el entrenador y su alumna siguen estirando, ahora las piernas.

Están sentados en el piso, enfrentados y tomados de las manos. Ella está cabizbaja, él la mira y sonríe. Siento envidia de ella. Ella era los ojos de él.

Stanleyless

En un primer momento parece que todo va bien y estás contento. Después ya no. Se empieza a perder el calor del inicio. Se pierde cada vez más, cada vez más. Y vos, por mantenerte aferrado, te entrás a quemar un poco.

Mi historia con los termos de acero inoxidable se repite y empiezo a resignarme ante el problema de siempre: el que tengo no me mantiene caliente; el que lo hace no está a mi alcance.