jueves, 12 de diciembre de 2013

Involutiva

Tengo vecinos rockeros que ensayan en su casa, vecinos con perros, vecinos con bebés que lloran, vecinos con alarmas que suenan...

Pero a Mengana solo le molesta, únicamente se molesta y ladra, cuando mi vecino gay habla por teléfono.

Es muy triste, en este tiempo, tener un perro homofóbico. Parece que la evolución también va por barrios...

lunes, 2 de diciembre de 2013

Rollos

Yo estaba en España. Llevábamos dos semanas saliendo y él quiso saber:

—¿Qué es esto que tenemos?

—Ehhh… ¿qué opciones tenemos?

—Pos no sé si esto es un rollo o…

—Un rollo —lo corté muy segura, como si supiera qué implicaba.

Se quedó callado y tuve que agregar:

—Tener rollos es la historia de mi vida.

Me quedé pensando en los cierres subidos en la cama; él habrá pensando en mis relaciones frustradas. Dos desgracias tan diferentes y en algún punto, quién sabe, la misma cosa…

Baba de leones

Cuando Gimena era niña, su padre le dijo que esos hilos transparentes que están a veces en el aire en realidad era baba de los leones del África. Los leones abrían la boca, y el viento, le explicó el padre, arrastraba la baba por los aires y la traía hasta acá.

Gimena creció y se dio cuenta de que eso no podía ser. Pero se ve que heredó de su padre una cierta inventiva y yo siempre desconfío. Hoy fuimos a caminar a la rambla y me dice:

—Caminemos por el lado del pedregullo, porque hay tormenta eléctrica y es más seguro.

—Qué bobada —repliqué—. Si nos va a agarrar un rayo, nos agarra del lado del pedregullo o del agua.  No hay ni cincuenta metros de diferencia.

—Del lado del pedregullo nos protegen los pararrayos de los edificios. Los pararrayos solo protegen hasta 45 grados.

Discutíamos sobre las chances de que nos alcanzara un rayo cuando yo siento que mi cabeza explota, se me abre.

Sentí que el rayo vino, se descargó todo y me partió la cabeza. Pero no era un rayo, era una pelota que un jovencito había errado jugando al fútbol.

El muchacho me pedía disculpas por señas desde lejos, pero yo no podía responder nada. No podía ni levantarle el dedo gordo. Fue un sacudón tan grande que creí que tenía el propio derrame cerebral. Me faltó salivar en cámara lenta como los boxeadores al final de la película.

Cuando me recuperé, minutos después, caminamos unos pasos y me di cuenta de que no estaba bien. No como antes.

—Me duele el pecho. Me dejó angustiada —alcancé a darme cuenta.

Con el tono de quien pregunta cómo está afuera, dice Gimena:

—¿Porque experimentaste la fragilidad de la vida?

Y ahí me di cuenta. Era exactamente eso. Había sentido la fragilidad de la vida. El pelotazo me recordó que es, en realidad, un hilito de baba de león.

  —Vamos por el pedregullo —acepté.