El muchachito caminaba a duras penas, porque venía demasiado cargado. En una mano, la mochila llena. Tanto que no se dejaba colgar en la espalda. En la otra, una bolsa de nylon. De esas que cortan los dedos de tan pesadas.
Cuando paró para acomodarse le ofrecí ayuda.
- No gracias-respondió muy seguro.
Pero hizo unos pasos y se dio vuelta a mirarme. Otros pasos. Me miró de nuevo. Se decidió a caminar a mi lado.
Se llama Fran. Viene de la casa de su padre. Fue por el fin de semana. Sus padres son separados. Por eso, como lleva y trae cosas, anda así de cargado. Su madre le va a acomodar las cosas ahora. Vive acá nomás, en aquella calle de allá, en el edificio que está pegado a aquel otro. ¿Ves? ¿Lo ves desde acá?
Paramos. Acomoda el peso. No quiere que lo ayude. Tiene 11 años. Está contento porque el 9 de marzo empieza el liceo.
Me acompaña hasta la esquina de casa. Le digo mi nombre. Subo y pienso que, puestos a elegir, los niños prefieren regalar la vida y conservar la bolsa.
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