No es vergüenza de mí ni lástima de ella. Es una mezcla de las dos cosas lo que siento cuando la depiladora me saca los pelos de la entrepierna.
Pienso en lo ingrato de ese oficio que la obliga a manipular las partes bajas de otras mujeres. Imagino que algunas clientas irán transpiradas, otras con granos, protectores sucios o quién sabe.
Porque una cosa es el médico. El médico sabe a qué se atiene desde la facultad. Pero la depiladora estudió para esteticista. Es una trabajadora de la belleza que seguramente soñó con maquillar a las estrellas de la TV y, sin embargo, tiene que depilar entrepiernas, frente a un paisaje de labios genitales.
Yo quería distraer a mi depiladora para que no pensara en lo que estaba haciendo, para que se le hiciera más llevadero el momento…
Primero pensé en contarle que una vez me rebotaron una nota porque tenía la frase “depilarse la entrepierna”. Pero eso nos llevaría a hablar de la influencia del catolicismo en algunos medios, la libertad de prensa y esas cosas, así que me arrepentí.
Después pensé en preguntarle si alguna vez se había fijado en lo linda que es la palabra “entrepierna”. Porque es como la unión natural de dos palabras también lindas. Y la suma es poética y sugerente. Pero tuve miedo de que respondiera: “Sí, muy linda palabra... Nada que ver con lo que designa…”.
Al final encontré algo para distraerla:
- Viste que si vos te sacás mucho las cejas, como las señoras de antes, no te crecen más. ¿Qué tendrán de diferente estos pelos? Porque la información genética de “vos sos un pelo” debería ser la misma… ¿O no?
Me di cuenta enseguida de que fue un error. Ella creyó que debía saber la respuesta y se puso seria. Me pidió que me diera vuelta y se quedó callada.
Respeté su silencio, aguanté el dolor sin quejarme y le dije "gracias" cuando terminamos.
- La verdad... Ni idea de por qué las cejas crecen distinto- me largó al final, como quien se da por vencido.
- Ahhh. Ni me acordaba- le mentí-.
Salí directo a la mutualista para a hacerme el PAP. Mientras me ponía el espéculo, la doctora me preguntó dónde vivía. “Pa, la verdad es que le doy mil vueltas en las artes de distraer”, pensé antes de responderle.
- No puedo hablar hasta que me saques eso- le dije cortante, ya cansada de la manía de querer hacer llevaderos los asuntos de la entrepierna.
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