No voy a decir que éramos pobres, pero la comida en mi casa era rústica: chuletas, arroz, puré, milanesas….
Un día hubo invitados a cenar. Yo tendría unos ocho años y, gracias al matrimonio convidado, pusimos los platos grandes (todos iguales) y conocí la salsa carusso con champignones.
Poseída por la novedad y por mi proverbial angurria, me serví cuatro platos de capelettis.
Pagué el exceso con seis días de internación, tres de suero y cientos de paños helados en la panza. Pero la gran secuela llegó años más tarde, cuando se eligieron los abanderados de la escuela. Hubo paridad de notas y se desempató por inasistencias. Yo tenía seis. La que salió abanderada, cero.
No había vuelto a comer champignones hasta ayer. Mi madre me había llamado para consultarme qué le ponía al pollo relleno que me mandaba desde Treinta y Tres.
- ¿Te gusta con champignones?
- Mami, ¿no te acordás que no los soporto?
- ¡Ah! Me confundo con tus hermanos. Me confunde quién es que no come cada cosa…
- Mami, yo perdí el pabellón nacional por los champignones.
- Ahhh… Siempre me olvido…Bueno.
Ella trabaja en el hotel de Treinta y Tres. Al día siguiente me llama para decirme que me manda la comida en una caja. Y me cuenta que le llevó el pollo al cocinero del hotel, Bolívar, para que se lo hiciera a las brasas, porque queda mejor, dice.
- Además del pollo te mando algo más. Porque como vos siempre se los elogías tanto, Bolívar te quiso hacer un par de omelettes.
- ¡Me encantan los omelettes de queso de Bolívar! ¡Son los mejores! Decile que muchas gracias.
- Sí, pero esta vez, como no había del queso que te gusta, les puso champignones. ¿Vos comés champignones, no?
- Sí, como. Como- dije. Y cortamos.
Llegó la caja. La abrí, respiré hondo y comí. Con champignones y todo. Ya había perdido mi bandera por culpa de ellos. Dejar de honrar a Bolívar sería demasiado.
1 comentario:
por fin!!!!, apareció una nueva historia, la estaba esperando, muy buena
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