Etapa 1: Darse cuenta del problema
Me fui a depilar. La mina me pide que me ponga boca abajo y exclama:
- ¡Pa! ¿Qué te pasó?
- ¿Qué tengo?
- Mirate. Como arañazos, pero muchos —dice y, con tono pícaro, agrega: Lo importante es pasarla bien.
- No, no son uñas. Además no he tenido chances de taaanto— le digo queriendo sonar poco convincente. Me gusta fanfarronear y que crea que tengo una vida sexual.
Llego a casa, me miro mejor y, efectivamente, me veo toda la parte inferior de la nalga rasguñada. “Pucha”, digo. “O estoy bebiendo demasiado o tengo una enfermedad o algo”.
Pasaron como dos días hasta que me di cuenta. La tapa del wáter (de esas de plástico duro) estaba partida. Y, cada vez que me levantaba, me pellizcaba la nalga.
Etapa 2 (meses después): Buscar la solución
Un día fuimos al Chuy.
—¿No precisás nada para la casa?—pregunta mamá.
—Uy, sí. Ahora que decís, hace meses que preciso una tapa de wáter.
Las ferreterías me parecen sucias, caóticas, las odio. Pero a mamá le encantan. Se mete en una del lado uruguayo y sale con una tapa marrón (puaj). Me da la boleta por las dudas, por la Aduana.
—Me imagino que sabrás ponerla, ¿no? Es muy fácil. Son dos tornillos.
—Ay obvio, mamá. A esta altura de la vida, si no puedo poner una de estas… — digo mientras me fijo si hay instrucciones.
Etapa 3. Intentar el cambio
Sentada en el piso de mi baño, con las instrucciones que parecían claras, lo intenté, pero quedaba como suelta. Como que se movía.
Es muy feo estar sentado en el piso cerca del wáter. Hice lo que pude y concluí: “Debe de haber venido fallada esta tapa”. La dejé así.
Etapa 4: El clásico retroceso
Con los días, cada vez que me sentaba, temía resbalarme y salir despedida. “Para esto me quedaba con los rasguños”, pensé. Y ahí me pregunté:
—¿Y yo por qué tengo una tapa de wáter… si se supone que esto es para protegerme de la mala puntería de los hombres y todo indica que acá nunca habrá uno? ¿Para qué necesito una maldita tapa de wáter? ¿Y además por qué la compré en el Chuy, al mismo precio que en Montevideo, y la cargué 400 kilómetros? Solo porque mamá compra las cosas en el Chuy— me respondí.
Y ahí se me disparó una rebeldía inusitada:
¿Y yo por qué tengo repasadores, si siempre pensé que son un asco y juntan microbios?
Y empecé a fijarme en lo que tengo por costumbre: las bombachas en ese lugar, la sal en esa lata, la yerba en esta otra. ¿Y yo por qué tengo una guampa para poner la yerba en el mate, si es horrible esa guampa?
Etapa 5: El cierre
Me decidí a tirar todo lo “heredado”, todo lo que no formaba parte de mi voluntad. Pero justo ese día vino mamá a casa. Y fue al baño.
— ¿Por qué demoraste tanto, mami?
— Porque puse la tapa. ¿Vos no ibas a ir a depilarte?
— Sí, sí. Ya voy, ya voy.
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