miércoles, 19 de octubre de 2011

El conocimiento: he ahí el problema

Cada vez que entro a la piscina del club, me acuerdo de mi problema. Y si justo hay algún pibe que esté bueno, me estiro la malla disimuladamente.

Ahora tengo un problema porque lo sé. Antes no lo tenía, pero un día pasó esto:

Era verano y estábamos en la Barra del Chuy. Gaby tenía un grano horrible en la entrepierna y le dolía. Tuvo que ir a la policlínica, me acuerdo.

— Dice el doctor que no me preocupe, que es un pelo dado vuelta —me explicó.

— ¿Un pelo dado vuelta? ¿Cómo? —pregunté.

No podía entender cómo un pelo podía darse vuelta y convertirse en aquello.

— Sí, un pelo dado vuelta que se infecta. ¿Vos nunca tuviste un pelo dado vuelta?

— Yo no. Nunca —aseguré.

Como a los dos días me estaba sacando la arena en la ducha de afuera y me moví la malla. Gaby esperaba su turno y en una me grita:

— ¡Eso es un pelo dado vuelta, mija! ¡Y eso! ¿Cómo que no tenés? ¡Tenés muchos más que yo!

Me miré sorprendida. Yo creía que la piel de ahí era así, como con puntitos negros.

— Son puntos negros —repliqué estirándome para verme mejor.

— No, mija, no. Son pelos que en vez de salir como deberían, crecen para adentro.

— ¡Pa! —alcancé a decir, pero me quedé pensando.

Ni siquiera sabía que eso podía pasar. ¿Cómo una persona vive treinta años ignorando que tiene pelos dados vuelta?, me pregunté.

Ahora tendría que:

1) vivir con el temor de que un día me saliera un grano como el de Gaby.

2) sentir la compulsión de taparlos, porque ahora sabía que eran pelos (y encima desviados, mal hechos).

3) asumir que mi cuerpo albergaba tanto error de información genética en una zona tan reducida.

4) corroborar, una vez más, que toda mi desinteligencia terminaba confluyendo en el pubis.

Cerré la ducha y me estiré la malla, como hago ahora cuando entro a la piscina del club, mientras miro si hay algún pibe que esté bueno.

No hay comentarios: