viernes, 21 de octubre de 2011

Devuélveme la vida

El otro día lo crucé en la peatonal Sarandí.« ¡Qué zarpadas las vueltas de la vida!», pensé.

¿Viste que en la escuela hay una edad en que a las niñas les da mucha vergüenza interactuar con los varones? Bueno, en esa edad llegó Jorgito E. a mi clase.

Venía de una escuela rural que tenía seis alumnos, dijo la maestra.

A los pocos días, una reunión de padres iba a cambiar mi vida para siempre. En la estrategia participaron las siguientes personas:
a) la maestra,
b) mi madre,
c) la madre de Jorgito E.

Me llamaron para hablar y me dijeron que tenía que jugar con Jorgito, que él no se estaba adaptando bien y que volvía a su casa llorando. Había que revertir la situación, me trasmitieron.

Yo era la listilla, la popular, la de la Cruz Roja que además habla en los actos. Y se me encomendó una misión humanitaria, propiamente.

Para estar a la altura tuve que pelear contra la vergüenza e ignorar las bromas. Lo hice y jugué con Jorgito E. todas las tardes durante un tiempo, hasta que lo empezaron a invitar a los cumpleaños y eso.

Pasaron como veinticinco años y el otro día me lo crucé en la peatonal, te decía. Bronceado, altísimo y muy atlético. Está casado con una mujer preciosa, tiene dos hijitos y mucho dinero. Es lo que la gente definiría como un hombre exitoso, sencillamente.

Yo, por mi parte, me quedé sola, gano un sueldo de sobrevivencia y voy a terapia porque solo logro hacer amistades patológicas con los hombres.

No le di mucho detalle de mi vida y lo despedí con cariño, claro. Pero después de que caminé unos pasos tuve como ganas y girar y gritarle:

—¡Devuélveme mi vida, Jorgito!

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