Acabo de recibir un mail que invita a la meditación "más grande de la historia del continente". La verdad es que me dan ganas. Sobre todo por ver si encuentro a alguien que le pase lo mismo que a mí cuando medito.
En la terapia meditábamos bastante. Después cada uno contaba lo que le había sucedido. Había gente que se encontraba con familiares muertos, gente que sentía calor o frío, gente que lloraba y hasta alguno que experimentaba transformaciones físicas, como que le crecían las uñas de golpe.
Yo llegué a tener dos sensaciones mientras meditaba: 1. "Me duele la espalda y me quiero acomodar". Y 2, "Me pica la nariz y no me puedo rascar".
Una vez nos dijeron: "ahora vamos a meditar de dos". En general todo lo que se hace de a dos me sale fatal y siempre tengo la esperanza de que el grupo sea impar. Muchas veces tengo suerte, pero después es peor porque me toca hacer los ejercicios con el profe, pero ese no es el cuento).
Mi compañero de meditación se llamaba Rolando. "Esta vez será de ojos abiertos, cada uno mirando a su compañero", indicaron. Con Rolando nos sentamos a lo indio, enfrentados, y nos miramos fijo.
De repente me parece que los ojos de Rolando se llenan de lágrimas. Fijo la vista y me parece que hace una mueca, como si se estuviera ahogando. Parpadeo para verificar que no sea mi percepción distorsionada. No. Efectivamente Rolando tiene los ojos llorosos y algo le sucede, se le mueven unos músculos de la cara. No me imagino qué siente ni me interesa demasiado. Lo único que me importa es que al fin tendré algo para contar.
"¿Qué sentiste, Maru?" me preguntaron. "¿Yo? Que Rolando se ahogaba y estaba llorando por dentro", empecé a explicar. Entre todos le buscamos una interpretación y sentí que salí del ostracismo de los meditadores.
Pero cuando guardábamos los almohadones, Rolando se me acercó:
- No te quise interrumpir mientras hablabas, pero lo que me pasó a mí… Yo en realidad… Te lo quiero decir. Lo que me pasó es que estaba reprimiendo el bostezo y por eso me lloraban los ojos.
Hice como que no lo escuchaba pero lo escuché. Y me fui.
A la siguiente meditación estábamos todos en ronda, una ronda grande. Frente a mí había un hombre lindo, pero esta vez nos tocó de ojos cerrados. "¿Tu qué sentís, Maru? me preguntaron al final". Estaba decidida a que me pasara algo, entonces lo dije:
- ¿Yo? Ganas de que me abrace él- respondí y señalé al tipo de enfrente.
El hombre se levantó y vino a abrazarme. Cuando me cansé de acariciar su espalda, lo solté y puse cara de que un ancestro en común me había hablado desde la muerte... Vamos... qué seguramente me habló y no me di cuenta.
3 comentarios:
buensimo!!
gracias por compartirlo
habrá un sitio de esos en Cali?
que capa maru!! me encantan tus historias, me parecen realmente buenísimas, felicitaciones, un beso desde el pay
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