domingo, 11 de noviembre de 2012

Un Twingo

Hay dos gremios que a mi modo de ver le están haciendo daño a las sociedades contemporáneas: dentistas y psicólogos. Los dentistas nos han llenado de adultos con bráquets. Los psicólogos; de mujeres que creen en el “miedo al compromiso” de los tipos.

Mi psicólogo no, porque lo tengo cortito con el tema. «Yo ese miedo no te lo llevo. No existe eso. Le gustás a un tipo o no le gustás. Punto. ¿Miedo? A morirte, a la oscuridad, a atravesar la calle Piedras de noche, a que a tu madre se le dé por ponerse las plataformas que se usan ahora. Miedo cuando te vas con un yenchi del boliche de Valizas y aún no sabés cómo huele. Eso es un miedo.

Lo convencí y me propuso trabajar sobre la hipótesis de la percepción. Si hablamos de dos tipos de hombres, pongamos clavos y claveles, él dice que está lleno de claveles, pero que yo solo veo a los clavos (no sé si los veo, pero que me los traigo a casa, me los traigo).

—¿No te pasó nunca que, por ejemplo, un amigo se compra un Twingo y de repente salís a la calle y empezás a ver Twingos por todos lados? Es una cuestión de percepción. No es que los Twingos no estuvieran ahí antes. Es que vos no los veías, pero como se resignificaron, los empezás a percibir más. Con los hombres claveles es lo mismo —me explica.

—No, la verdad que nunca me pasó. Me pasa que veo gente con bráquets.

—Bueno, es lo mismo —dice —Es lo que la retina está entrenada para percibir.

Le digo que ok, que entiendo, y que estaré más atenta, y me voy. Camino dos cuadras y no resisto la tentación de escribirle un SMS: «¡Un Twingo! ¡Un Twingo!».

sábado, 10 de noviembre de 2012

Un poco de huevo


Laura es la intelectual del grupo. Es la de la palabra justa, sabia, erudita. Y si te ponés a discutir con ella, te tira unas fechas y unos datos que te dejan patitieso.

Pero su saber excede por mucho a la mera academia. Lo mismo te analiza un Caravaggio como te hace un vestido, te teje croché, te hace un curso de fotografía o te corta la verdura en brunoise.

Y si ponés sobre la mesa algo que para vos es inexplicable, ella te desasna. Estoy segura de que si le llevás un misterio absoluto (tipo: ¿quién compra la ropa de La Compañía del Oriente?) Laura te lo analiza y y en un pispás te elabora una tesis que incluye economía, sociología, tendencias y tratados de libre comercio.

Si pronunciás mal, ella te corrige con delicadeza, pero te corrige. Yo siempre digo mal el sitio ese donde ver pelis online. Siempre digo “Series yankees” (debe de ser porque creo que lo hacen todo allá en EEUU, al sitio y a las series) y ella me corrige enseguida y me dice “Series Yonkis”.

Eso sí, tiene un talón de Aquiles: esa altura que tiene siempre para hablar de todo, te la pierde cuando habla del huevo. No le gusta nada y entonces hace muecas de asco. Baja el nivel y hace caras.

En las vacaciones compartimos rancho y yo comí huevos casi todos los días. Y los incluía en los gastos de la casa para molestarla un poco. Y ella dale a decirme que me iban a hacer mal, que no se puede, que el colesterol.

Yo le contesté que si el huevo diera colesterol no quedaría ningún centroamericano vivo, que siempre desayunan con este gran alimento que es para mí el huevo.

No sé qué me refutó y yo le respondí que iba a comer todos los días durante meses y después me iba a hacer un chequeo. Y lo hice. Durante meses le di al huevo como quien lava y no tuerce, y después fui al doctor.

—El colesterol está muy bien—dijo la doctora y así se lo conté a Laura en la plaza el otro día, con una risita de «tomá pa vos».

—Yo nunca te dije que te iba a aumentar el colesterol. Te dije que no es bueno comer más de dos por semana porque somos mamíferos; no somos ovíparos.

Pssss. A mí no se me ocurren argumentos en ese momento. Pienso en decirle que comemos carne también, pero temo decir un bolazo. Entonces me callo y vengo a casa y pongo en Google “Ser humano+ovíparo”. Pero solo encuentro un personaje en un blog: el Hombre Ovíparo.

Sola en mi reivindicación, y otra vez, los huevos por el piso. Tengo que comerlos menos y poner un poco más cuando discuto con Laura, me digo finalmente.

martes, 30 de octubre de 2012

Nomenclatura pesada



Vi en Facebook una foto de unos pibes que están comiendo pollo al espiedo en Ecuador y me pregunté cómo y por qué dejamos ese manjar. Me gustaría que alguien investigara la situación del pollo al espiedo en América Latina, y por qué los ecuatorianos, por ejemplo, lo siguen disfrutando y se comen las alas con la mano, cuando acá parece que se prohibió.

Eso me interesa realmente, pero sobre todo te lo cuento para no hablar siempre de tipos, que es un tema que me cansa. Porque el otro día viene Gimena y me dice: «Maru, tengo dos amigos para presentarte». Y me los empieza a describir. Y ahí me di cuenta de un problema que atenta contra el emparejamiento de las personas y del que yo, hasta ahora, no me había desayunado.

Porque me acuerdo que cuando era chica y mamá me dijo que un día iba a encontrar al hombre indicado para casarme y todo eso, pensé: «¿Y si vive en otro país? ¿Cómo lo voy a conocer?». Después me di cuenta de que no, de que el universo de posibilidades no era tan grande. Que era mejor que mirara en mi país, en mi ciudad, en mi clase sociocultural, entre los de mi generación, entre los que no usan drogas duras, entre los que no usan pañuelos de tela, entre los que no se ponen pantalones de esos a rayitas que se atan adelante.

Ya había muchas restricciones para encontrar a mi hombre ideal cuando Gime me aparece con sus candidatos:

—Está separado hace unos meses, tiene dos hijitos, es lindo, más alto que vos, tiene buena espalda…
—¿Por qué no te gusta a vos?
—Porque es ingeniero.
—A mí no me molesta. ¿Cómo se llama?
—Rolando.
Chan. Chan. ¿Rolandooo?

Recién ahí caí en la cuenta de que, a todas las limitaciones naturales para que uno encuentre al amor de su vida, se suma esta otra: la nomenclatura. No es que los nombres sean feos, sino que no formaron parte de tu paisaje mientras crecías. En mi clase no había Rolandos, Ricardos o Robertos (ni Gladys, ni Margots, ni Elsas). Así se llamaban los tíos o los padres.
Y yo ahora no me puedo imaginar hablándole un domingo: «¿Vos aprontás el mate, Rolando?». O llamándolo desde otra habitación para que vea un video en Youtube: «¡Vení, vení a ver este video que está bárbaro, Rolando». Imposible.

—Contame del otro que me ibas a presentar. Rolando no.

—¿Pero por qué no? Maru, no seas boba. Yo casi tuve un proyecto de vida con un Roberto.

—Ta, pero tenía un apodo. Con apodo no vale.
—¡Y le ponemos apodo!
—No, Gime. En algún momento lo tengo que presentar con mis hermanos. No puedo.
—El otro se llama Tomás.
—Ta, olvidate. Tampoco.
—Tomás es lindo nombre.
—Sí pero seguro es pendejo. ¿Cuánto tiene?
—Un poco sí. Tiene 27.
—Psss. No. A Tomás me lo como en dos panes. En dos panes al comienzo y después al espiedo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Honrar la experiencia

En realidad ya sabés que no te queda bien delinearte los ojos de negro. Pero ves a tanta jovencita con los ojos pintados así y te parece que quedan tan lindas, que pensás, «en una de esas, si hago la línea con más cuidado». 
Llegás a la cita y él te saluda con un: «¡Qué siesta eh! ¡Cómo están esos ojitos!»

Y recordás que después de los 30 hay que honrar la experiencia. Siempre.

domingo, 17 de junio de 2012

Que sea un ex alumno, que sea un ex alumno

¿Qué es lo lindo de un casamiento? Y… la emoción, esos momentos en los que el cura repasa una anécdota de cómo se conocieron los novios o, incluso, cuenta a veces cómo él los vio crecer, y cómo ahora están ahí, frente al Señor, y todo eso.

También cuando hablan los amigos, las anécdotas “graciosas” que ponen en el video. Tipo: “Nacho, mirá que nos dijo que en la primera salida vos no le habías gustado tanto, jajaja” y todos se ríen.

Me encanta también el momento del videíto con fotos de cuando los novios eran chiquitos, y de las primeras salidas, y de las vacaciones que tuvieron juntos.

Por eso me preocupa no haberme casado ya. Porque, ponele que tenga suerte y engancho a alguno. A esta altura de la vida, ¿qué gracia tendría? ¿Cómo lograría la emoción de mis invitados?

El cura diría, por ejemplo: “Hermanos, estamos hoy ante un ejemplo de las cosas buenas que pueden tener las redes sociales”. O para hacer el video, mis amigos llamarían a mi psicólogo, ponele, que diría: “Yo confiaba, por el trabajo que ella venía haciendo, creía que este momento iba a llegar”... Y agrega algo algo sobre los egos y que me ve “parada en un lugar distinto”.

Ahí capaz que se pega el testimonio de mi amiga, que la agarraron dormida el sábado de mañana y sale toda despeinada, con la gata en los brazos, la voz ronca y fumando: “Ella había intentado años en Badoo, salió con muchos tipos de ahí, pero resultaban siempre unos enfermos”, dice y tose. Y nos desea suerte a los novios, aunque aclara: “Yo a él casi no lo conozco, pero parece bueno”.

¿Y en el Power Point? ¿Qué ponemos? Vacaciones juntos no tenemos, a reuniones con amigos no hemos ido, pasado no tenemos. Podemos poner fotos de otras parejas, algunas en que aparezcan de espaldas, a lo lejos, de noche…

Igual no tengo que definir todo ya, porque todavía estoy esperando que suceda mi milagro (ese que les ha sucedido a tantos): el mensaje de Facebook donde te invitan a una reunión de ex alumnos. Porque parece que ahora la suerte está allí, entre los de la escuela o el liceo. Ahh.. ¡ y mirá si justo tengo fotos con él de la época de la escuela! Ahí ya está: emoción garantizada.

lunes, 21 de mayo de 2012

De perra y de mentirosa

No me gustan los perros, pero adopté una cachorra por prescripción de mi piscólogo. Él dijo que me haría bien y yo le hice caso, como siempre, a pie juntillas.

Mengana está conmigo desde sus dos meses de vida y le tengo cariño, claro. Pero por ella me pasan cosas que no parecen beneficiosas para mi psique. Por ejemplo, empecé a mentir mucho más que antes.

Ella suele lamerme con toda la lengua, sin escatimar saliva, y me da asco. A la vez, no quiero que sienta que la rechazo. Entonces, lo que hago es mentirle que justo iba a hacer algo. Cuando me empieza a lamer la pierna le digo: “Vamos a la terraza a jugar, vení”, o “Vamos que tengo que cocinar, acompañame” y así la voy disuadiendo.

Además de mentirle a ella, le miento al prójimo. Porque nunca pude agarrar la caca con una bolsa de nailon, me da asco. Y como la gente a veces me ve, tengo que mentir. Sobre todo cuando bajo al parque y está mi vecino buen mozo con su perro, finjo: “¡Uy, no te puedo creer que me olvidé de traer bolsita otra vez!”.

A veces, él me da una que le sobra y yo hago algo peor: me distancio y actúo, finjo que levanto, pero no levanto nada.

Para empeorar las cosas, el otro día al psicólogo se le dio por evaluar mi tenencia de la perra. —¿Y te ocupas de todas sus cosas sin problemas? —preguntó. —Absolutamente —mentí.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Un Rey llegó a la puerta

Recién había terminado de chatear con mamá sobre el tema de siempre: mi soltería. Ese es el tema de mi madre, por encima de todos. Si a ella le das a elegir entre que haya paz en el mundo y comida para todos y que me case yo, elige que me case yo.

“Ya va a llegar a tu puerta”, fue la última frase que escribió en el MSN. No contesté, dejé la compu y me fui a sacar a la perra.

Estaba en la puerta de abajo, luchando con la bolsa de basura, la llave y la correa de la perra cuando pasó él: un muchacho lindo lindo, con un perro hermoso.

Mengana y su perro se abrazaron jugando y me sentí tentada de ver señales… ¿Sería un aviso celestial el mensaje de mamá? Hablamos un poco mientras caminamos hacia la rambla. Que las vacunas, que la caquita, que a mí me hace esto y a mí me cruza la calle solo y que pim y que pam... Éramos él, yo y nuestros "nenes".

Su perro se llamaba Don King, me dijo. Y ahí ya me decepcionó bastante. ¿Cómo le ponés ese nombre a un perro? «Debe de haber sido su ex, esa tonta que elegía nombres tontos», me consolé.

Al regreso, como bobeando, le pregunte al portero si el tipo del Golden marrón vivía enfrente.

—¿El que siempre baja con sus nenes? ¿El dueño de Don King?
—No, no. El que yo digo no tiene nenes —mentí—. ¿Don King le puso el vecino al perro? ¡Qué mal gusto, por Dios!

miércoles, 7 de marzo de 2012

Un animal en casa

“Que alguien me esté esperando cuando llegue en casa, que alguien me esté esperando cuando llegue a casa”… El deseo estaba desde hacía tiempo. Tenía una planta, pero me sentía sola. Un vegetal no te hace compañía. Un vegetal no te hace mimos ni te hace sufrir ni te hace nada.

Decidí elegir un animal. Primero pensé en un hombre, pero lo descarté por la fuerza de los acontecimientos. Después manejé otras posibilidades: gato, tortuga, canario, urón... Al final adopté una perra: Mengana.

Físicamente, Mengana es normal. A nivel intrapsíquico, la cosa se complica. La can presenta comportamientos realmente raros, sobre los que no voy a explayarme para no exponerla.

Por suerte mis vecinos son amables y apenas si deslizan un “¡qué locura tiene esa perra!”. Pero yo sé que es grave. En el fondo, uno siempre sabe.

Podría escribir un libro sobre el desorden mental de Mengana, o quejarme porque justo a mí me tocó una perra con problemas, pero no es mi intención. Mi intención es dejar por escrito mi deseo, tras el episodio de hoy:

Si este animal se me vuelve a escapar para cruzar la calle, y si por esas cosas de la física la pisa un auto, por favor, Señor, Alá y todos los santos del firmamento, que fallezca en el acto. Porque lo bueno de la locura es no sufrir. Y porque me niego a tener otro vegetal en casa, y encima sufrir... Para sufrir, me traía un hombre.