Mengana nunca aprendió a traerme la pelotita. Quiere que yo se la saque y me aburro. Pero cuando llego muy tarde a casa me viene culpa que haya estado todo el día echada y se la empiezo a tirar, como para que se mueva un poco.
No me resigno a que no aprenda a entregármela, entonces le empiezo a decir cada vez más fuerte:
—Dámela, dámela, dámela...
Después recuerdo que es medianoche y que tengo vecinos nuevos.
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