martes, 27 de octubre de 2009

Por mi bandera y por Bolívar

No voy a decir que éramos pobres, pero la comida en mi casa era rústica: chuletas, arroz, puré, milanesas….

Un día hubo invitados a cenar. Yo tendría unos ocho años y, gracias al matrimonio convidado, pusimos los platos grandes (todos iguales) y conocí la salsa carusso con champignones.

Poseída por la novedad y por mi proverbial angurria, me serví cuatro platos de capelettis.

Pagué el exceso con seis días de internación, tres de suero y cientos de paños helados en la panza. Pero la gran secuela llegó años más tarde, cuando se eligieron los abanderados de la escuela. Hubo paridad de notas y se desempató por inasistencias. Yo tenía seis. La que salió abanderada, cero.

No había vuelto a comer champignones hasta ayer. Mi madre me había llamado para consultarme qué le ponía al pollo relleno que me mandaba desde Treinta y Tres.
- ¿Te gusta con champignones?
- Mami, ¿no te acordás que no los soporto?
- ¡Ah! Me confundo con tus hermanos. Me confunde quién es que no come cada cosa…
- Mami, yo perdí el pabellón nacional por los champignones.
- Ahhh… Siempre me olvido…Bueno.

Ella trabaja en el hotel de Treinta y Tres. Al día siguiente me llama para decirme que me manda la comida en una caja. Y me cuenta que le llevó el pollo al cocinero del hotel, Bolívar, para que se lo hiciera a las brasas, porque queda mejor, dice.

- Además del pollo te mando algo más. Porque como vos siempre se los elogías tanto, Bolívar te quiso hacer un par de omelettes.
- ¡Me encantan los omelettes de queso de Bolívar! ¡Son los mejores! Decile que muchas gracias.
- Sí, pero esta vez, como no había del queso que te gusta, les puso champignones. ¿Vos comés champignones, no?
- Sí, como. Como- dije. Y cortamos.

Llegó la caja. La abrí, respiré hondo y comí. Con champignones y todo. Ya había perdido mi bandera por culpa de ellos. Dejar de honrar a Bolívar sería demasiado.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Meditación sentida

Acabo de recibir un mail que invita a la meditación "más grande de la historia del continente". La verdad es que me dan ganas. Sobre todo por ver si encuentro a alguien que le pase lo mismo que a mí cuando medito.

En la terapia meditábamos bastante. Después cada uno contaba lo que le había sucedido. Había gente que se encontraba con familiares muertos, gente que sentía calor o frío, gente que lloraba y hasta alguno que experimentaba transformaciones físicas, como que le crecían las uñas de golpe.

Yo llegué a tener dos sensaciones mientras meditaba: 1. "Me duele la espalda y me quiero acomodar". Y 2, "Me pica la nariz y no me puedo rascar".

Una vez nos dijeron: "ahora vamos a meditar de dos". En general todo lo que se hace de a dos me sale fatal y siempre tengo la esperanza de que el grupo sea impar. Muchas veces tengo suerte, pero después es peor porque me toca hacer los ejercicios con el profe, pero ese no es el cuento).

Mi compañero de meditación se llamaba Rolando. "Esta vez será de ojos abiertos, cada uno mirando a su compañero", indicaron. Con Rolando nos sentamos a lo indio, enfrentados, y nos miramos fijo.

De repente me parece que los ojos de Rolando se llenan de lágrimas. Fijo la vista y me parece que hace una mueca, como si se estuviera ahogando. Parpadeo para verificar que no sea mi percepción distorsionada. No. Efectivamente Rolando tiene los ojos llorosos y algo le sucede, se le mueven unos músculos de la cara. No me imagino qué siente ni me interesa demasiado. Lo único que me importa es que al fin tendré algo para contar.

"¿Qué sentiste, Maru?" me preguntaron. "¿Yo? Que Rolando se ahogaba y estaba llorando por dentro", empecé a explicar. Entre todos le buscamos una interpretación y sentí que salí del ostracismo de los meditadores.

Pero cuando guardábamos los almohadones, Rolando se me acercó:

- No te quise interrumpir mientras hablabas, pero lo que me pasó a mí… Yo en realidad… Te lo quiero decir. Lo que me pasó es que estaba reprimiendo el bostezo y por eso me lloraban los ojos.

Hice como que no lo escuchaba pero lo escuché. Y me fui.

A la siguiente meditación estábamos todos en ronda, una ronda grande. Frente a mí había un hombre lindo, pero esta vez nos tocó de ojos cerrados. "¿Tu qué sentís, Maru? me preguntaron al final". Estaba decidida a que me pasara algo, entonces lo dije:

- ¿Yo? Ganas de que me abrace él- respondí y señalé al tipo de enfrente.

El hombre se levantó y vino a abrazarme. Cuando me cansé de acariciar su espalda, lo solté y puse cara de que un ancestro en común me había hablado desde la muerte... Vamos... qué seguramente me habló y no me di cuenta.