martes, 27 de enero de 2009

Madrinas

Después del bautismo, el primer contacto con mi madrina fue una Navidad. Yo andaría por los cuatro años y deseaba un teléfono de juguete más que al aire que respiraba.
Papá anunció que la Navidad sería distinta porque iríamos a Rosario, donde estaba mi madrina. ¡Zas! Mi cabeza voló y me entusiasmé mucho. No tanto por la posibilidad de conocerla, sino por la certeza de que ella me daría el teléfono que quería.
Llegué a convencerme de que el viaje a Rosario tenía esa finalidad. Imaginé que mis padres habían tramado todo para que mi madrina me diera mi ansiado regalo.
El viaje a Rosario fue eterno, pero no rezongué.
-¿Cómo es mi madrina, mamá?
-Bueno, la última vez que la vi tenía el pelo largo y lacio. A veces es rubia y a veces no.
-¿Es linda?
- Es linda sí.
En Rosario fuimos directo a lo de Tía Ana. Mi madrina llegó un rato después. No traía una caja en papel de regalo.¡Traía dos!
-¿Son las dos para mi?- pregunté, para descartar que hubiera que compartir alegrías con mi hermana.
-Claro- dijo y se sonrió.
En el primer paquete había un recipiente de metal gris, redondito y una cuchara también de aluminio. Dos utensillos de aluminio, sin un solo dibujito, una rayita, nada, ni un colorcito... solo aluminio gris.
- Ah, ¡una compotera! !Qué bueno!- Mi madre quiso prevenir el desborde de llanto que me adivinaba en la cara.
- ¡Una compotera no!- saltó mi madrina, y me acercó la segunda caja:
- Son dos. Hacen el juego -me explicó.

Dicen que los niños piensan en el suicidio. Yo debí de hacerlo aquella noche. Sntada en el piso, a 500 kilómetros de mi casa, ayuna de todo teléfono de juguete y con dos compoteras de aluminio en la mano.

Creo que esa noche me convertí en lo que soy: la peor madrina del mundo. Cuando pienso en mis ahijados trato de invocar a Drexler y me disculpo tarareando su “cada uno da lo que recibe / y luego recibe lo que da/ nada es más simple / no hay otra norma / nada se pierde / todo se transforma”.

Todo menos las compoteras, claro, que jamás serán teléfonos.

sábado, 17 de enero de 2009

Socialmente irresponsable

Un día se quebró un vidrio en casa. Lo junté con la escoba y lo puse en la basura.
Marina me miró perpleja.
- ¿Lo vas a bajar ahí mezclado con toda la basura?- preguntó sorprendida.
- ¿Qué tiene de malo?
- ¿No sabés que hay gente que revuelve la basura? Se pueden cortar. Al menos deberías poner un papel afuera con un aviso de tipo “cuidado, hay vidrios”.

Nunca lo bajé. Los pedazos de vidrio estuvieron meses en casa y no sé quién se encargó, pero no fui yo. Es que cada vez que iba a hacer el cartelito me deprimía la imagen de una persona revolviendo y sentía vergüenza de haber descubierto lo poco que pienso en los demás.

A ese descubrimiento le siguió la película de Al Gore, que fue toda una confirmación: soy individualista. Ojo, sí creo que el cambio climático es verdad. Lo que no logro es que me importe.

Ahora parece que un comportamiento muy comprometido es rechazar las bolsas de nylon. En mi barrio aún no se ha hecho costumbre, pero el almacenero de enfrente a mi trabajo me contó que los europeos “no te agarran una sola bolsa”.
- A veces, si ven que se les cae todo, se llevan una y después me la vienen a devolver.
- Ah bueno…Entonces quédese con esta. No pensará que después de ese cuento me voy a llevar un yogur embolsado. Desde ahora no llevo más. Europa es vanguardia- bromeé. Pero me propuse rechazarlas de verdad.

Ayer, mientras buscaba la plata para pagar el almuerzo, la cajera me puso dos bolsas: una para el refresco y otra para el omelette.
- Te agradezco pero te dejo las bolsas- le dije mientras yo misma las sacaba.
- Ok. No hay problema. ¿Los cubiertos de plástico también los dejas?
- Ehhhhhh
(Debate interno entre el orgullo, el placer de ser socialmente responsable y la perspectiva de comer con las manos).
“Dámelos”, le ordeno muy firme.
Pero la inseguridad me acompañó en el camino... No sé cuánto tarda en degradarse un cubierto… Se supone que las generaciones que vienen serán más evolucionadas. De última que los pongan a todos juntos en un trasbordador y que los manden a algún otro planeta… qué se yo. Eso sí, con un cartelito que avise: “Cuidado, hay cuchillos”.

sábado, 10 de enero de 2009

Amores perros

No existen mascotas para gente sola que trabaja mucho. He pensado en todas. Hace un tiempo quise un perro grande para sentir menos miedo, pero concluí que no puedo tenerlo encerrado todo el día mientras trabajo.

A mamá se le ocurrió que tuviera un tero.
_ ¿Cómo son los teros? No me acuerdo, mami. ¿No es un pájaro?
_ Es parecido a un pájaro, pero son mucho más lindos. Y muy guardianes. Eso sí, si no le cortás las alas, se te va… Incluso podrías atarlo con una piolita en la terraza.

Por el recuerdo que tenía de los teros, me costaba creer que pudieran espantar a un ladrón, pero le pedí a Miriam que me buscara un pichón. En la Charqueada hay muchos y Miriam me dijo lo mismo: que eran divinos y servían como animal guardián.

Me entusiasmé con la idea y fui a Internet a ver la cara de mi futura mascota. En la pantalla comprobé que a las mujeres de mi casa les falta un tornillo, porque el tero no sólo es un simple pájaro, sino que tiene cara de malo y jamás me hubiera animado a atarlo con una piola en la terraza. Mucho menos a flagelar sus alas.

Con el tiempo fui sintiendo menos miedo y quise tener una mascota por otro motivo: ganas de un cariño cuando llego a casa. Fui a la feria de Tristán Narvaja y me esforcé por sentir algo con la mirada de un pez, de una tortuga... Fracaso. Esos bichos no tienen mirada.

A mi amiga Andrea se le ocurrió una idea. Ella también pasa poco tiempo en la casa y pensó que podíamos comprar conejos de 40 pesos por el fin de semana, disfrutar de sus mimos esos dos días y los lunes, a la hora de trabajar, hacerlos resbalar por la ventana hacia un mundo mejor. Pero nunca nos decidimos.

Los gatos están fuera de discusión. Sueño con un mundo sin gatos, de modo que vuelvo al principio y solo puede ser un perro.

Cuando conocí el caniche de Teresita me decidí: “este es el tipo que quiero”. El detalle es que tengo que renunciar a uno de mis trabajos para atenderlo. El animal no puede estar solo de 7 a 20. Eso sí... si renuncio a un trabajo, no sé si podré pagar su alimento, veterinario y esas cosas.

Una de las metas 2009 es tener un caniche. Tengo claro que supone muchas renuncias, que habrá menos libertad, que tendré que cocinarle, acompañarlo cuando se enferme, que no podré decir “me voy de viaje” sin más y que todos los días cargaré con la certeza de que debo volver a casa, aunque me tienten otros destinos.

Mientras llega el día, pienso en cómo manejar el gran miedo. Ese de renunciar a cosas por él, quererlo mucho, abrazarlo mucho, dejar de hacer cosas para estar a su lado y que un día me mire tiernecito y me diga (en lenguaje perruno) que soy buenísima, que me agradece todo, pero que quiere otra cosa. Y guau.
Y no ser capaz de cortarle las alas.