martes, 18 de mayo de 2010

Que nunca falten...

En general mis amigos me arreglan las "primeras citas", pero esa vez fue espontánea. Entro al banco a buscar una clave para ver mi saldo por Internet. Un hombre me hace preguntas para el formulario.

Por si me falla la contraseña, necesita ingresar un dato que solo yo sepa. Me da opciones: color favorito, película favorita, biblioteca de su barrio, nombre de su maestra predilecta, nombre de su mascota…

Parecía fácil pero no era. Color favorito no tengo. Si le decía uno, seguro que al rato me olvidaba. Tampoco me gusta especialmente una sola película, en mi barrio no hay biblioteca, quise a todas mis maestras y el perro se me murió hace años.

-¿Te puedo decir el nombre de un perro muerto?
- Sí. No hay problema. Lo importante es que te acuerdes después.
- Ok. Se llamaba Iyú.
-¿Cómo, perdón?
- Iyú. "I" latina, "I" de Italia y después "yú". Vendría a ser como Kiyú pero sin la "K". Iyú.

El hombre tecléo pensando que qué tontería de nombre, estoy segura. Si no se tratara de un difunto, hasta se habría reído. Después preguntó:
- ¿Correo electrónico?
- Marujiji @..
- ¿Cómo?
- Marujiji- repetí.
- ¿Sería algo así como "Maru se ríe"?
- Sí. Puede ser. Ese correo es de la época en que Maru se reía más...

Ahí aprovechó y me empezó a hablar de la importancia de reírse siempre y que siempre hay motivos para sonreír y bla bla bla.

Llego a la oficina y tenía un correo del bancario invitándome a salir. No me acordaba si era lindo o feo. Me dije: "si fuera horrible me acordaría" y acepté.

Después de los 30, cuando sos mujer y tenés una primera cita, todo el mundo te ayuda: "Andá a la peluquería, por favor te pido", "No vayas a salir sin depilarte", "Ponete bien linda", "¿Por qué no aprovechas y te compras algo de ropa?", "Yo te acompaño", "¿Querés comprarte zapatos con mi tarjeta y después me pagás?". "Yo te maquillo, ¿ta? Voy por tu casa y te maquillo".

Si el candidato es un bancario, como en este caso, el entusiasmo del entorno se multiplica. Por eso a mamá le oculté lo del bancario. Ella se ilusiona y yo sabía que pasaría lo de siempre: voy toda acicalada, charlo, tomo cerveza, me muero de hambre porque me da vergüenza que me quede algo en los dientes, le caigo simpática al hombre y vuelvo a casa.

Casi nunca hay un segundo encuentro y por eso he aprendido a valorar los primeros: me dejan ropa nueva, la tinta hecha, las uñas prolijas y, por un rato, el placer de verme un poco más linda. Además, por si fuera poco, quedo bien depilada por un tiempo. Hasta la próxima primera cita... Es que, como dice el bancario, siempre hay motivos para sonreír.