jueves, 31 de julio de 2008

Con flores vengo

Yo tenía 15. Él 31. Él caminaba desgarbado y andaba pelilargo, desprolijo. Yo hacía teatro y me quería ir al Tibet. Él era profesor de Literatura.

Nunca me dio clases, jamás le conocí la voz. Sólo lo vi y decidí enamorarme. Lo seguía a su casa, provocaba encuentros en la biblioteca, lo dibujaba en mis cuadernos y, sobre todo, le decía a todo el mundo que estaba enamorada.

Él, con todo criterio, no me miraba ni la sombra. Además, vivía con su pareja de años.

Yo no quería traerle problemas, así que cuando decidí mandarle un ramo de flores, se lo envié al liceo. Ese día, como todos, fui a verlo cuando terminaba su turno. Se subió a la bici, acomodó el portafolios en el manillar y se fue maniobrando con una sola mano, porque en la otra llevaba mis flores. Estaba lloviendo. Y la imagen fue tan linda, que debe de haber sido en ese momento que me convencí de que los amores reales no pueden ser tan buenos como los inventados.

domingo, 27 de julio de 2008

Carencias

Era el tercer paraguas de este año (con cuadritos y made in China, o sea, con garantía de que se iba a romper pronto). Admito que soy muy tacaña para comprarlos. Porque los olvido y porque los días de lluvia no pueden ser felices. Entonces el paraguas es como el símbolo de la infelicidad. Este era la infelicidad hecha en China. Y a cuadritos.

Mi hermana, por el contrario, se compra paraguas lindos…Con mangos de madera, amplios, de marcas conocidas… Los paraguas de mi hermana se distinguen fácil. Tanto que un día llevaba uno al trabajo por las dudas y se sorprendió mucho al reconocer un mellizo del suyo. Lo vio cuando un hombre la adelantó en una moto y ella pensó “Es idéntico a mi paraguas”. Pero no se trataba de un motoquero coqueto y precavido, sino de un oportunista que supo levantarlo cuando ella lo dejó caer.

Mi hermano es el peor. Sencillamente no compra ninguno e impunemente se lleva los míos. Como se levanta antes, se va con el primero que ve. Yo, en general, tengo que arreglármelas con el más viejo.

El otro día me tocó uno de esos destruidos… El de cuadritos. Es de los que te hacen evaluar: ¿Qué será más peligroso? ¿Mojarme y agarrarme una gripe o clavarme uno de estos fierros y quedar perforada?

Estaba demasiado roto y decidí ayudarlo en su misión. Le hice un orificio a una bolsa de residuos grande y me la puse cual poncho. El pobre estaba tan deformado que quedaba casi cerrado sobre mi cabeza y no me dejaba ver. Era como un cono vietnamita enorme. Pero chino y a cuadros.

El temporal era durísimo. Agua fuerte, volaba todo y el cono se me pegaba a la cara. Venía haciendo malabarismos inútiles cuando me sentí una roñosa. Pensé: “a ver cuándo aprendo de mi hermana y me compro un paraguas como la gente”… Juro que ya venía evaluándolo, que ya me había decidido a hacer la inversión. Por eso fue totalmente innecesario que el indigente que duerme frente a la radio me dijera con sorna “Si quiere, le presto el mío”. Pude contestarle “Y yo le presto a mi hermano”, pero me callé. Carencias tenemos todos. Hermanos, no.

sábado, 19 de julio de 2008

El Rito

Lo escuché con mucha atención, porque llevo años queriendo incorporar la meditación a mi vida. Como no lo logro, mantengo la esperanza de que un convencido como él me contagie el entusiasmo.

El ritual de meditar todos los días fue tema en más de una conversación. Cada vez que hablaba de sus ventajas, yo me proponía hacer un intento... Porque realmente “se logran maravillas”, me persuadía.

Por eso me sorprendió que me dijera que en determinado momento había dejado de viajar a causa de la meditación. “En esa época, el rito gobernaba mi vida… Yo estaba muy condicionado por el rito”, me explicaba.

Supuse que hablaba de un involucramiento creciente con la escuela donde meditaba y pensé: “Yo igual no voy a llegar a tanto… Con aflojar la espalda me conformo”.

Me contó que, de a poco, cada vez estaba más “atado” por el rito y yo empecé a intuir: “Pobre, lo deben de haber agarrado para una secta”.

— Bueno, hasta que un día, el rito murió — me dijo. Y se calló.
— ¿Qué querés decir con que murió?
— Eso. Que se murió.

No llegué a preguntarle si le habían pedido dinero cuando decidió explayarse.

— Ya estaba muy viejo… Un día vino el veterinario, se lo llevó y ya no volvió.

Silencio.

— Y si estaba tan viejo… capaz que fue mejor— me animé a decir bajito, mientras me reprochaba haber olvidado las decenas de veces que nombró a su perro Rito.

miércoles, 16 de julio de 2008

Vuelta a clases

Le pedí a una profe del IPA para ir a su clase. Me puse los championes y un buzo viejo, elegido especialmente. El pelo en una cola, chicle en la boca, cuaderno y birome.

Voy caminando, para ahorrar el boleto. Me siento en la silla más rota del fondo, saco apuntes como si estuviera Vázquez en conferencia.

Levanto la mano, me quejo del precio de las fotocopias... En el recreo voy al baño y me siento tentada de hacer pintadas en la puerta. Pero pienso “¿qué escribo? Maru y... ?”. Anoto bibliografía y vuelvo a casa.

Tiro el cuaderno en el sillón. Ya perdí la birome. Tengo diez años menos. Me duermo repasando los nombres de las capitales.

martes, 15 de julio de 2008

Gataflorismo

Me la paso diciendo que busco un hombre "afutbolero".
Voy a pasear a la rambla a la hora que empieza el clásico.
Veo algunos.
No puedo evitar pensar “Marginales!”.

sábado, 12 de julio de 2008

Espectador celoso

El asiento del ómnibus que queda en la espalda del chofer sirve para mirarse en el vidrio. Siempre trato de elegirlo porque me queda más fácil maquillarme con el reflejo. Pero tiene una desventaja: todos los que van en el ómnibus se quedan mirándote, porque estás muy adelante.

Debería estar estudiado sociológicamente, pero yo nunca llamo tanto la atención como cuando me maquillo en el ómnibus. Basta con empezar a desparramar la base con las dos manos y ya… llega el peso de todas las miradas.

A veces vuelvo la vista hacia alguna mujer con la esperanza de que me haga un gesto del tipo “ya está bien así” o "desparramá mejor acá", pero la gente no te ayuda. Los pasajeros no son solidarios ante un proceso de maquillaje. Sólo miran.

El delineador de labios es un momento tenso y difícil. Cuando termino de hacer la línea de arriba siento que hay aplausos reprimidos y tengo la certeza de que, para entonces, todos quieren ver el resultado final.

Esta mañana, casi todo fue como siempre. Me siento atrás del conductor, saco el maquillaje, me desparramo la base, todos me miran, viene el polvo compacto, la sombra, el momento del lucirme con el delineador y al final el rimel.

Pero hoy exageré, pequé de coqueta e intenté acercarme más al vidrio. Decidí pararme, con todo el público pendiente de las próximas pinceladas. Entonces el guarda se aburrió de la escena, no se bancó más el silencio y me ordenó: “¡Ya está! ¡Ya está! No se pinte más que ya está preciosa!”

“No me puede dar vergüenza a esta altura”, pensé. Le dije “muchas gracias” y me senté. Pero ahora creo que no quiso piropearme sino robarme a mi público, porque él se puso a cantar muy fuerte y no hubo aplausos para mi rimel. Cuando me bajaba, como para redimirse, me gritó una solapada disculpa: “Los bombones no se pintan!”.

martes, 8 de julio de 2008

relativismos

Él dice que soy demasiado posmoderna.

_ ¿Eso está mal?_ le pregunto.
_No digo que esté mal o bien... Sólo digo que sos muy posmoderna, responde.

AVISO

En diciembre, chateando con Victoria, escribimos metas y deseos para 2008.

ahora deseos
Maria Eugenia dice:
vivir en una casa sin humedad
Maria Eugenia dice:
y que alguien la limpie cada poco
Maria Eugenia dice:
y tienda mi cama y eso
Maria Eugenia dice:
trabajar menos y ganar mas
Victoria dice:
mmmm
Maria Eugenia dice:
que me contrate Nathional Geographic para que recorra el mundo y cuente historias
Maria Eugenia dice:
con eso estoy


Este es un aviso para Papá Noel, los reyes o "A quien corresponda·: a este ritmo no llegamos.

domingo, 6 de julio de 2008

Costo-beneficio

Nuestro universo culinario nos muestra más de lo que pensamos. Yo no quiero sacar muchas conclusiones del mío, pero sé que algunas cosas deberían preocuparme. No obstante, creo que en todos los alimentos hay una ecuación costo-beneficio medio indiscutibles.

Yo me di cuenta de chica con las uvas. Siempre supe que la relación costo-beneficio en la ingesta de ese fruto era desfavorable, que mientras se sacan las semillas hace rato que se esfumó el pequeño placercito que la pobre uva es capaz de dar. Un caso similar es el del pescado con espinas. ¿Quién puede estresarse y pasar un almuerzo pensando que capaz se muere atragantado sólo por ingerir esa carne de dudosa gustosidad?

Dejé de comer carne roja porque esa era otra relación claramente deficitaria. Además de ir a la carnicería, me cansaba mucho cocinarla, picarla y, sobre todo masticarla (después de sacar trozos de entre los huesos de un asado de tira me tenía que recostar un par de horas).

De a poco, incorporando la noción del costo-beneficio, empecé a comer casi todas las frutas y verduras con cáscara, porque evitar la tarea de pelar suma para el beneficio, obviamente. Una de las que me costó más fue la del zapallo, pero ahora me encanta. Con la del boniato me pasó lo mismo. Adoro la cáscara de boniato.

La banana es un ejemplo de equilibrio perfecto. El trabajo de pelarla es directamente proporcional al placer que puede dar. No da para matar por una banana, pero se pela en tres tirones (yo he logrado hacerlo en dos, pero sólo excepcionalmente).

Mi amiga Karina me dio un regalo enorme hace poco, al hacerme saber que el cogollo de la manzana también es comestible… Así que ¡ya no me tengo que levantar a tirarlo! No queda el mejor recuerdo de la manzana, pero se come. Y no hay que salir a buscar una papelera. Un cambio radical de la ecuación.

Con las mandarinas es todo un problema porque hasta que no se abren, no se puede saber si van a tener semillas y en qué proporción. La ecuación es una incógnita y a veces abro todas las de la bolsa y ahí se quedan… hechas dos mitades y mostrando sus peores partes.

La excepción viene siendo, como siempre, el kiwi. Es carísimo y no hay forma de que me guste la cáscara. Demoro pelándolo y me pegoteo los dedos. Pero el interior es verde y recompensa.

Si pienso en mi vida afectiva me ha pasado más o menos lo mismo. He desechado por cansancio algún asado de tira, he dejado alguna mandarina mostrando su peor parte y aprendí a bancarme cáscaras para disminuir la dificultad... Pero la relación costo-beneficio, hasta ahora, nunca cierra. En este plano intuyo que se impondrá el ayuno, aunque siempre con la esperanza de cruzarme un día con los ojos de un kiwi maduro.