jueves, 27 de noviembre de 2008

Complicidad xenófoba

A Karina le encantó la comparación. Yo le estaba contando que en el casamiento de Elena me sacó a bailar un muchacho. A medida que iban pasando las canciones, me bailaba más arrimadito y no tuve coraje para separarlo. Más bien le seguí la corriente, tratando de mantener el decoro.

En determinado momento, ponen “Quisiera ser un pez” de Juan Luis Guerra, y el hombre se emocionó y me cantaba “quisiera ser un pez, quisiera ser un pez”, pero cada vez más de cerca.

Por suerte llamaron a comer los postres y fui a mi mesa, adonde enseguida llegó Elena, la recién casada.

- Maru. El tipo que está bailando con vos… Quería avisarte que su esposa no vino porque está embarazada de ocho meses.
- Qué???? Pero qué descaro- atiné a decir. Y sentí vergüenza.

El tipo insistió con bailar, incluso después de hablar de su mujer parturienta. Por eso, cuando le estaba haciendo el cuento a Karina, le decía que - aunque no me gusta hablar de los hombres en general- los que yo me cruzo son de muy mala calidad.

“Son de taaaaan mala calidad que parecen chinos”, dije. Y a ella le dio risa. Entre otras cosas, porque hace años que viene con el mismo rubro de importación.

Incluso cuando uno está grande, es divertido generalizar. Y decir: “son tan chinos… que yo quisiera ser un pez”. Y reírse más.

lunes, 24 de noviembre de 2008

alegría multicolor


En Montevideo se usa tirar arroz de colores en los casamientos. La moda la propuso – imagino- la única vendedora que hay frente al Registro Civil. Y se consolidó – también imagino- gracias al estrés de la gente, que hace que todo el mundo diga “Ayyy, me olvidé de traer arroz” y no tenga más remedio que comprar el multicolor.

En Treinta y Tres, donde no hay puesto de venta, seguro que los novios se siguen casando con arroz blanco, como Dios manda. Lo digo más que nada pensando en las palomas, que sin querer se comen toda la tinta y vaya uno a saber qué les pasa después y cómo cambia la suerte que suelen regalar desde las alturas.

Todos los días pienso estas cosas, porque el destino me puso a trabajar en una oficina pegada al Registro Civil y me la paso de casamiento en casamiento. Mis preferidos son los de los presos, pero me gustan casi todos.

Miro a las palomas mientras me saco el arroz que me queda pegado en los zapatos. Aunque no sé qué les pasa después, es divertido ver cómo se van convencidas de que comieron una ensalada primavera.

Me sacudo con las dos manos los restos de la alegría ajena, pero me dejo un poquito, para no empezar siempre de cero a buscar la mía.

Foto: Paula Artasánchez

domingo, 9 de noviembre de 2008

el dilema vegetal

La psicóloga me instó varias veces a tener plantas en casa. El argumento, creo, era que podían ayudarme a “sostener” con disciplina un comportamiento (regar), al tiempo que me enseñarían a velar por otro ser vivo que no fuera yo misma.

Nunca le hice caso, pero cuando me mudé con Marina, ella me preguntó si me molestaba que trajera algunas.

- Explícame, Marina, ¿cómo es que puede molestar una planta? Para mí son la NADA. No entran en mi umbral de percepción… Traé todas las que quieras.

Se fue a Ciudad Jardín y volvió con un montón de macetas, para adentro y para afuera. La mayoría no pasó el primer mes, confirmando que nuestra vocación más clara por aquel entonces era el diván.

Marina se fue de casa. Jamás me dijo que me legaba un ser inmortal. O casi inmortal, porque la verdad es que me ha faltado valor para llegar a las últimas consecuencias.

Se trata de la única sobreviviente de la tanda "Ciudad Jardín". Cada un mes, más o menos, se queda doblada y le amarillean las hojas inferiores.

“Que se muera de una vez”, pienso y sigo de largo. Pero después la veo más encorvadita y no aguanto. Le tiro un poco de agua. A veces, incluso, le saco el polvo de las hojas con una media usada.

Quiero que alguien se la lleve. No disfruto de su compañía y no me está enseñando nada. La hago agonizar sistemáticamente sin proponérmelo, pero después siento culpa... Es que cuando percibo su estado, la pobre ya está con una hoja adentro y otra afuera.

He pensado en matarla… Pero ¿cómo lo hago? ¿Cómo se mata una planta para que no sufra? (Que no sufra yo, sobre todo).

Recuerdo a mi psico y trato de sacar una enseñanza. Que me resigno con lo que me dejan, que no soy capaz de darle un final a lo que no quiero, que sólo puedo reaccionar cuando las cosas se están muriendo… todo muy cierto, pero lo sabía incluso antes del palo de agua.

sábado, 1 de noviembre de 2008

rambla

Después de una observación cuidadosa de los rostros que habitan la rambla, estoy en condiciones de afirmar que a ese lugar acuden dos grupos de personas: los que están muy tristes o tienen muchos problemas y los que no tienen ninguno. También voy yo, que algunos días me uno a los primeros y otros a los segundos.