domingo, 28 de abril de 2013

Lo que hace falta

Un amigo que vive en España me escribió: «En estos días viaja a Montevideo un colega de aquí. Te va a contactar porque te envío un regalo con él».

Yo no sé recibir regalos, no sé agradecer, los siento inmerecidos. Cuando se trata de hombres, mi vocación es regalar. Y como nunca tengo novio, envidio a las mujeres que salen a comprar lo que a sus maridos les «hace falta».

Igual siempre les compro cosas a los amantes ocasionales o a los amigos confusos. El lunes, por ejemplo, fui al Chuy con mamá y arranqué a comprarle cosas a Daniel. Empecé suave. Unos chocolates para Daniel, que estos le encantan, una Nutella para Daniel... Arranqué bien, tranqui.

Después: ¡Ohhh, medias a tres por 100! Las llevo para Daniel. «Ayyy acá justo hay chinelas negras, que a Daniel se le rompieron las del club. Bueno, se las llevo».

Por suerte mamá conserva cierta delicadeza para preguntar:
—¿Y cómo sigue Daniel con su novia nueva?
—Bien, bien — respondí soltando disimuladamente unos championes de hombre.

Mientras volvía a Montevideo pensé un poco en el tema y, cuando llegué, mi vecina me iluminó:

—Sos una ridícula. No podés seguir comprándole cosas. Los dulces me los llevo yo. Las medias se las doy a Víctor.
—Pero no lo conozco a Víctor. Queda raro que le mande medias a tu novio.
—Vos no te preocupes. ¿Las chinelas qué número son?
—43.
—No le sirven. Pero ya vamos a encontrar a alguien. Prometeme que no se las vas a dar.

Al otro día llamé a Gabriel para que viniera a probárselas. No le quedaron.
—Dáselas a Sandro —me sugirió.
Sandro es un borracho que vive en mi vereda. No era mala idea, pero temí que no se las quisiera sacar en todo el invierno.

Esa noche había quedado con el español. Mi regalo había quedado en Madrid, me explicó. Mi amigo no se lo había llevado a tiempo. Pero el muchacho era lindo y en la segunda botella de vino le pregunté:
—¿Vos cuánto calzás?
—43.
—¿Querés venir a casa?

Hace un rato abrí el correo y tenía dos mensajes nuevos. Uno era de Víctor: «Buenazas las medias, che. Muchas gracias». El segundo era del español: «Aunque aquí aún hace frío, tengo puestas unas sandalias muy chulas».

Ah, qué lindo que es dar lo que hace falta.

viernes, 26 de abril de 2013

De la buena


Cuando no está muy drogado, el cuidacoches que duerme en mi cuadra es simpático, y nos saludamos.

Hoy estaba distraído mirando para arriba y escuché que, medio a los gritos, le preguntó a su colega de enfrente:

—¿A vos te gustaría estar ahí arriba?

Miré buscando un avión mientras el otro le respondía muy seguro:

—Yo ya estuve.

Era un ala delta tan linda que no pude evitar darme vuelta para ver bien la cara del afortunado.

Vecinos nuevos

Mengana nunca aprendió a traerme la pelotita. Quiere que yo se la saque y me aburro. Pero cuando llego muy tarde a casa me viene culpa que haya estado todo el día echada y se la empiezo a tirar, como para que se mueva un poco.
No me resigno a que no aprenda a entregármela, entonces le empiezo a decir cada vez más fuerte:
—Dámela, dámela, dámela...
Después recuerdo que es medianoche y que tengo vecinos nuevos.