domingo, 27 de abril de 2008

competencias y sincronías

Vamos caminando para su trabajo. Él me cuenta que cada vez que pasa por ahí se cruza con un hombre que lava los pisos. Y que cada vez se saludan con más simpatía.

Yo, que no soporto que me hagan un cuento si no tengo uno mejor para desempatar, le digo que, cuando salgo para mi trabajo, saludo a una legión de vendedores, oficinistas y limpiadores de la Intendencia, que justo comienzan sus tareas. Y que cuando vuelvo a casa los encuentro precisamente en la tarea inversa: desmontar mesas, buscar el ómnibus de regreso, barrer la mugre que se juntó en el día.

Me parece insuficiente y agrego: “A veces, entre tanta sincronía y tanta duda existencial, me pregunto....“¿Yo no seré el Sol en realidad?”

Él se ríe. Y responde el “Buen día” del hombre que limpia el piso.

domingo, 20 de abril de 2008

Pelos y placeres

Recuerdo muy bien el argumento con que rechazaba el kiwi. “¿Cómo se puede comer una fruta que tiene pelos?”. Iba seguido de un asombrado “¡Por Dios!”. Ahora no sé con exactitud en qué circunstancia lo comí por primera vez... Acaso solapado en una ensalada multicolor… acaso en una noche de borrachera como esta, cuando los pelos no podrían verse bien… El caso es que comí kiwi y no pude dejar de desearlo.

En poco tiempo quise hacer de él mi única fuente nutritiva. Cuando todo el mundo se animara a probarlo y compráramos mucho, el precio bajaría, especulaba. Nunca pasó.

La producción nacional que intentó paliar la carestía fue escasa y frustrante. (Hasta ahora me pregunto cómo cosechamos kiwis con forma de capullos de seda). Hablando de capullos de seda, aprovecho para confesar que estuve tentada de rociarlos con flit cuando tuve que llevarlos a casa y me aburrí de acopiar hojas de mora). No lo hice. Ni pude alimentarme sólo de kivi, como decía, por el precio exorbitante de la fruta.

Daniel me contó que tenía un amigo en Nueva Zelanda. Lo primero que pregunté fue su estado civil, con la secreta esperanza de que el destino me uniera en matrimonio con un nativo de la tierra prometida. Estaba casado.

Maldije al gobierno y al destino en la crisis del 2002, cuando el país no sólo detuvo su ridícula producción sino que se canceló la importación. Los comercios quedaron sin un kiwi. Desapareció. Se fue.

Supe que en Irak lo dan casi gratis, pero evalué los riesgos y fui cobarde. Aprendí a añorarlo y llegué a extrañar hasta la parte de los pelos.

Lo comí a destajo en Madrid. Ahhh. Mi estancia en España, como debería pasar en cualquier país serio, estuvo llena de kiwis.

A mi regreso encontré un panorama difícil: la importación es mínima, muy pocos comercios lo tienen y cuesta 110 pesos el kilo.

Los domingos me doy el gusto. Compro dos unidades. Hoy pagué treinta pesos por dos kiwis. El muchachito que atendía la balanza no podía creer lo que marcaba. Me miró como diciendo “No seas gila. No podés pagar ese precio por esto”. Le sonreí como asintiendo pero sin decir nada. Me pareció tonto argumentar que hay placeres que se pagan caro. O contarle que no dejo de preguntarme cómo habría sido mi vida si nunca hubiera perdido el asco a los pelos.

domingo, 13 de abril de 2008

padres separados

Ayer fui al Parque Rodó y recordé cuánto me gustó ser hija de padres separados. No porque la maestra me perdonara que hablara en clase y mis compañeros me pusieran más atención. Es que las separaciones de mis padres se desarrollaban así:

* nos enterábamos de que mi padre se había “vuelto a enamorar” y que se iba

* se iba

* mamá se ponía más linda

* papá nos llevaba a comer a restaurantes todos los fines de semana

* nos hacían más regalos

* papá cambiaba el auto

* mamá se decidía a manejar sola hasta Montevideo para traernos al Parque Rodó (esto era de lo mejor)

* papá nos mostraba los planos de la casa que iba a construir y dibujaba ! un cuarto para cada hermana! (el mío siempre era en el segundo piso)

* mami nos daba más besos

* papa nos decía que nos quería y compraba muebles para la casa que construiría …Cocina, heladera, sillón.

* Papi se desenamoraba y le pedía a mama para volver a casa.

* Volvía.

* Traía los muebles que había comprado y tirábamos los viejos.

Por tres años (aproximadamente) todo volvía a la normalidad. Es verdad que todos llorábamos un poco y que jamás tuve mi cuarto de planta alta, pero gracias a los amores frustrados de mi padre nos quedamos con una cocina de seis hornallas. Y conocimos el Parque Rodó.

domingo, 6 de abril de 2008

KIYU, un cuento viejo y en honor a mi amiga Marina

A Marina le había gustado el nombre. A mí me convenció un cartel del
Ministerio de Turismo. Decidimos ir el domingo. Kiyú.

Como no sabíamos si había sombra ni a qué distancia estaba el pueblo (tampoco qué pueblo era) y como además Marina tenía que teñirse los pelos de las piernas, salimos después de mediodía.

-¿El boleto lo quieren hasta Libertad o hasta el kilómetro 61?
- Mmm... Libertad, decidió Marina, con la intuición de que allí tendríamos más
posibilidades de acción. (para qué, si no, es la libertad).

***

Llegamos en menos de una hora. Marina interrogó a una lugareña.
-¿Y el ómnibus a Kiyú?
-Ahhh... Ese ya se fue.
-¿Cómo que se fue? ¿Y a qué hora viene el próximo?
- El otro.....seis y pico de la tarde y después a las nueve de la noche...
-¿No hay otra empresa?
- No.
- ¿Y de qué otra forma podemos llegar?
- A dedo.
-Ahhhhhhh... ¿Y dónde se hace el dedo?

Salimos. Yo con mi mochila llena y el alma desolada, llevaba todo el sol
encima y además la matera. Hicimos como un kilómetro sobre balastro hasta el camino que llevaba a Kiyú, y ahí nos quedamos paradas, esperando un alma compasiva y motorizada.

***
Al ratito nos empezamos a untar el protector solar. Quemaba en serio. Yo
quería un baño. Saqué el celular, resuelta a hacer algo. Llamé a informes de
guía.
-¿Me puede decir el número de alguna parada de taxis en el pueblo Libertad?
-¿En qué localidad me dijo?
-Libertad.
- No hay registro de paradas de taxi en Libertad.
-Gracias.

***

Miraba el camino y no se veía un árbol por ningún lado. Viene una moto.
Marina los para y les pregunta si saben el número de la parada de taxi.
Dicen que no.

***

Más sol. Y el calor en la cabeza empezó a hacer efecto:
- Che Marina...Esta planta que está acá atrás...Es bien parecida a las carnívoras, ¿no?
- Sí. Yo te iba a decir lo mismo.
- Igual está un poco seca. Pensé que no había en Uruguay...

***

Pasa un tipo en un auto y nos dice algo, pero sigue de largo.

- Tenemos que tener un plan B, dice Marina
-"Sí, qué viva, pienso yo". Y le pregunto: "¿Cuál sería?"
- Caminar. Son 18 kilómetros. A razón de seis por hora, llegaríamos en tres
horas.
-Claro. Justo para dar vuelta, acoto.

Me acordé del cartel que me convenció: "Uruguay, tenés que vivirlo". Recordé al ministro Lescano, a la mamá de Lescano, a Liberoff y a Chiruchi.

Marina dice que si no llegamos a Kiyú, cuando vuelva a Montevideo se va a tomar un helado. Yo sólo quiero una sombra. Pero ya. Me duele la cabeza. "Lo único que me faltaría es que me venga la menstruación", pienso.

Viene un camioncito. Por miedo a que también nos ignore, le hacemos la seña
del dedo a ambos lados de la ruta, una en cada cuneta. Apenas paró, saltamos encima.
Venían cuatro adolescentes atrás. Nos presentamos. Hablamos un poco. Hay dos taxistas en Libertad, pero hay que llamarlos a sus casas, nos contaron.

Llegamos a Kiyú. Casas de playa.

"Acá es un embole. No hay nada. Donde está lo bueno es en el Parador
Chico", nos advierte una de las muchachas. "Allá se toman el ómnibus de
vuelta además".

Arrancamos para el Parador Chico, caminando por la playa. Playa linda pero
de sol fuerte si las hay. Y viento. Íbamos con los adolescentes. Ellos dicen que el Parador chico estaba a tres kilómetros. Yo puedo jurar que fueron más de seis. "Nunca más salgo de
matera?", decido.

"Vamos, vamos...No se nos queden", nos animaban los gurises. Caminaban
livianos y empujados por sus hormonas.

Eran más de las cuatro cuando llegamos. El lugar estaba lleno de gente joven
tomando cerveza y escuchando cumbia. Nos acomodamos y vino la parte linda. Rato fresco con el agua hasta el cuello. Lagarteo en la arena fina.

***

A la vuelta tomamos un ómnibus hasta el kilómetro 61. Pero cuando llegamos, el Cita ya
había pasado y hubo que esperar al siguiente: 40 minutos más. La agencia de Cita era también almacén y tenía asientos. Fui al baño y me senté.

- Cristinaaaaa!!!!!, grita una de las almaceneras desde el fondo. ¿Qué marca
es el queso sándwich que tenemos?
Ésa es Marina haciendo sus compras, adiviné.
Merendamos en el almacén-agencia. Y volvimos.

No había cámara. Pero de haberla tenido, estas serían las fotos:
Primer plano de la planta carnívora
Plano general de una plantación de girasoles que vimos desde el camión
Plano general de las barrancas en la playa
Detalle de nuestras manos en la arena cuando quedamos en bikini
Marina atravesando la Peatonal Sarandí envuelta en su toallón multicolor,
para paliar el frío de la noche, que nos agarró al volver.

***

Llegué y me acosté. Me había venido la menstruación.