sábado, 30 de mayo de 2009

En casa de herrero... semillas de cambio

Alguna vez había escuchado sobre la auriculoterapia como una milenaria y compleja técnica china, pero nunca me habían hablado tan bien de ella como en estos días.

Me dijeron (y después leí en Internet) que reduce el estrés, ayuda a no contracturarse, calma la ansiedad y equilibra. También que es buena para tratar la gastritis y, lo mejor de todo, que ayuda a adelgazar.

Necesitada como nunca de ese combo de mejoras, llamé a Sonia.

- Los viernes no atiendo porque trato de descansar- dijo.

“Se ve que tanto no controla el estrés, porque no es capaz de trabajar cinco días como cualquier cristiano”, pensé, pero me esforcé por dominar la soberbia cuando se ofreció a hacer una excepción.

Sonia era simpática, pero le sobraba, al menos, la misma cantidad de kilos que a mí. Nos saludamos, se quejó por el frío y me hizo pasar al consultorio: el cuarto de su hija.

Ni fotos de Buda ni incienso ni estampitas. El cuarto estaba lleno de adornos adolescentes y daba la impresión de la que hija nos miraba desde el cuadro enorme de los 15 años. También había una balanza de baño igual a la que tengo yo en casa.

- La técnica es esto de acá ¿ves?- dijo al mostrarme la oreja-. Yo ahora los tengo puestos porque estoy tratando de dejar de fumar y ando como loca.

Con esa suma de evidencias, debí impedir que me pinchara la oreja, pero me faltó valor.

- No sé si pueda hacerme porque soy alérgica- atiné a decir.
- ¡Ah! No pasa nada porque son semillas. Son semillas vegetales- dijo y empezó a colocarlas.
- ¡Ay¡ Me duele mucho!- me quejé.
- ¡Ahh sí!… Es que ese es el punto de las emociones. Se ve que estás trabada- dictaminó.

La cosa ya no estaba para refutar lugares comunes, así que fui amable:

- Sí, mi masajista me dice lo mismo cuando me toca unas partes que duelen.

- ¿Tenés un masajista? ¡Qué bueno! Después me pasás el número porque con mi hija andamos re contracturadas. Las dos sufrimos horrible.

Le di el número, prometí que haría la dieta y juré que volvería. Al despedirme, me habló de las energías positivas y me invadió una especie de cariño.

Sabiendo que no volvería, sentí que estaba en deuda con Sonia. Nadie me había mostrado tan claro que soy la única ayudante posible de mis cambios. Y encima me dejó las semillitas puestas, para poder empezar.

lunes, 18 de mayo de 2009

mimosa, chiquita y destapada

Sobre las posibilidades de tener pareja, mi abuela Mimosa era una firme defensora de la teoría de la olla y la tapa. “Hecha la olla, hecha la tapa”, decía muy segura, como si creyera que la fábrica de utensillos de Dios no podía equivocarse.

-Abuela, mirá que sigo sin tapa- bromeaba yo en el teléfono.
-Busca mejor. No la estás buscando bien- me aseguraba.

Ella confiaba y confiaba en que la encontraría… hasta que cumplí los 30. Ahí tuve que empezar yo a buscar otras teorías.

- Abue, dice mi psicóloga que todas las mujeres tenemos un mandato paterno de abolir el deseo sexual. Es como una orden al subconsciente que dan los padres a las niñas. En determinado momento, la muchacha levanta ese mandato y hace lo que tiene ganas. ¿se entiende? Y parece que yo, según la psicóloga, nunca levanté el mandato de mi padre.

Estaba convenciéndola cuando, vaya uno a saber por qué, me acordé de los apodos de las hermanas de mi abuela Mimosa. Son: la tía Nenita, la tía Hijita y la tía Chiquita.

¿Qué estoy diciendo?, me pregunté. Si estas cuatro mujeres levantaron el mandato paterno llamándose así... es imposible que yo haya tenido una traba mayor.

- En fin. Deben de ser pavadas de psicólogo. Pero lo bueno es que las ollas sin tapa sirven igual. ¿O no, abue?