lunes, 16 de noviembre de 2009

Segundas vueltas...

Como en las novelas, él era rico y yo pobre. Sus padres eran universitarios; los míos obreros. Su casa grande quedaba a unos kilómetros de la ciudad. La mía, chiquita, en un barrio de calles inundables.

José Antonio. La primera vez que lo vi fue en un acto de la escuela. No recuerdo si bailaba el carnavalito o cantaba “Que canten los niños, que alcen su voz”, pero lo vi y lo supe: me iba a gustar para siempre y él jamás se enamoraría de mí.

Era inteligente, abanderado, soberbio, tímido e, intuyo, un poco misógino. Pero me encantaba. José Antonio. Hasta el nombre era de novela.

En la escuela lo amé en silencio. Pero en el liceo la cosa se picó un poco más. Las hormonas le ganaron a la lucha de clases y agarramos la costumbre de apretar a la salida de los bailes.

Nos besábamos hasta que su hermano venía a buscarlo, porque como vivían lejos, se tenían que ir en el mismo auto. Por eso aprendí a manejar. Para llevarlo yo misma y poder besarlo más rato. José Antonio.

Eso sí, me daba miedo poner tercera. Hacíamos los cinco kilómetros en segunda y él me decía que así iba a levantar temperatura el auto, y yo que no, que no, que siempre hacía ese ruido.

A veces manejaba a la ida y yo volvía sola en segunda. Llegaba tardísimo de los bailes en esa época. Pero nunca hicimos el amor con José Antonio (con ese nombre no pega otro verbo). ¿Por qué no lo hicimos? Es lo que me pregunto siempre.

Se casó y, desde entonces, solo lo veo en las elecciones, cuando voy a mi pueblo a votar. Una vez cada cinco años. Nos cruzamos en el centro y nos saludamos con la mano, de lejos.

Este 25 de octubre mamá me fue a esperar al ómnibus.

- No vamos a pasar por el centro porque hay demasiado tránsito-me avisó camino a casa.
- ¡Ahhh mamá! La única chance de ver a José Antonio y me la sacás así!
- ¡Qué José Antonio ni José Antonio! Si no lo ves nunca y está casado.
- ¡Por eso mismo!

Pero no la convencí. Voté, trabajé y en la madrugada viajé de regreso a Montevideo.

Llego a Tres Cruces, me levanto para agarrar mi bolso y, justo en la fila de asientos de enfrente, veo la sonrisa de José Antonio. Me dice:

- ¿Cómo te va? ¡Tantos años!

No pude hacer nada. Ni hablar. Solo sonreír e imaginarme cómo me vería, toda despeinada, el maquillaje corrido, apenas despierta, acaso con lagañas. Hice como que buscaba algo bajo el asiento.

Hubiera querido decirle:
- ¿Tenés hijos? ¿Has tenido alguna crisis matrimonial? ¿Seguís siendo católico? Yo manejo poco, pero pongo hasta quinta sin problemas.

No dije nada. Llegué a casa y llamé a mamá:

- Para el 29, cuando me saques el pasaje, ¡el asiento tiene que ser pegado al de José Antonio mamá! ¡No enfrente! ¡Para algo tienen que servir las segundas vueltas!

3 comentarios:

Matías dijo...

buenisimo!

Buena Chica dijo...

Sencillamente genial

chiches dijo...

pa cuando la novela?, cambio mi hora de noticiero para verla.