sábado, 2 de marzo de 2013

Una verdad incómoda


Me da miedo hablar mal de una multinacional porque podés aparecer en una cuneta, pero tengo que hacerlo.

La primera víctima fue mi amiga Carla. La vi venir, hablaba animadamente con Laura y, cuando estuvo cerca, vi algo horrible en sus pies.

—¿Qué eso? ¿Qué tenés en los pies?

—Me los regaló ella—dijo señalando a Laura, como sacándose culpa.

—No me importa. Son un horror— dije.

—¡Son crocs!—replicaron las dos.

—No sé qué es croc… Pero eso va en contra de la evolución, del diseño. Parecen de la abuela de Paturuzú.

—Son recómodos —defendió Carla.

—No argumentes eso. Muchas cosas son cómodas y no parecen un queso gruyere de plástico. Eso lo diseñó un chino misógino.

—No, no. Hay para hombres también.

Y efectivamente había para hombres. Y para niños. Y para niñas. Y de a poco, como los bráquets, como las uñas pintadas, fueron invadiendo el país. Los croc sedujeron hasta la gente más crac. Y llegó el día más temido: mamá quiso unos.

Ella tiene juanetes y pie ancho y con esos argumentos me convenció. “Dios mío, se están llevando a los que más quiero”, pensé mientras caminaba hacia la tienda.

Volví a casa y, en busca de explicaciones para este flagelo de la croquización, me hice amiga de la marca en Facebook. Ahí entendí.

Decía: “Crocs cuenta con una identidad propia que propone la diversión, el bienestar y pasar buenos momentos con seres queridos”... Ta, me dije, con razón...

“Además no marcan el piso”. Esto último es importantísimo. Dejar la huella de tu pie en la calle es muy peligroso. Sobre todo cuando te metés con una multinacional y no querés terminar en una cuneta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Ya probaste las que vienen forradas en corderito para el invierno? No te pueden faltar al lado de la cama.