viernes, 27 de junio de 2008

ojos que no ven...

Los primeros patos que recuerdo haber dibujado los hice en la espalda de papá. A él le gustaba sentarse sin camiseta en el marco de la puerta en las tardes de verano. Y a mí me encantaba agarrar una lapicera azul y dibujar en su espalda.

Primero hacía lo que él me pedía: una flor, un caballo (nunca me salieron bien pero él no podía verlos), un pato… Después yo dibujaba y él tenía que adivinar qué era, según el recorrido de la birome.

Yo casi siempre hacía trampa. Por ejemplo, hacía un círculo apoyando muy fuerte y le preguntaba “¿qué letra es?”, a la vez que le esbozaba una rayita muy suavecita a la “O” para convertirla en “Q”

Cuando me aburría, empezaba a remarcar los ojos de los patos hasta dejarlos enormes. “Ayyyy”, se quejaba cuando me apoyaba en la Bic con la fuerza de quien pretendía que el pato pudiera ver por ese ojo.

Muchas veces trataba de que el ojo coincidiera con un lunar, y entonces quedaba re lindo. Un lunar azul, un ojo que se agrandaba y que incluso resistía a la ducha prolongada que seguía a las sesiones artísticas.

El otro día me tocó ver a papá en el CTI, dormido y con la espalda al aire. Pasado el susto, pude constatar que algunos ojos de pato siguen allí y me hubiera encantado que estuviera despierto y que hubiera una Bic para jugar a las letras. Pero nos volvimos grandes, él estaba sedado y yo tuve que conformarme con hacer “apuestas” de acierto en el marcador de pulsaciones.

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