domingo, 6 de julio de 2008

Costo-beneficio

Nuestro universo culinario nos muestra más de lo que pensamos. Yo no quiero sacar muchas conclusiones del mío, pero sé que algunas cosas deberían preocuparme. No obstante, creo que en todos los alimentos hay una ecuación costo-beneficio medio indiscutibles.

Yo me di cuenta de chica con las uvas. Siempre supe que la relación costo-beneficio en la ingesta de ese fruto era desfavorable, que mientras se sacan las semillas hace rato que se esfumó el pequeño placercito que la pobre uva es capaz de dar. Un caso similar es el del pescado con espinas. ¿Quién puede estresarse y pasar un almuerzo pensando que capaz se muere atragantado sólo por ingerir esa carne de dudosa gustosidad?

Dejé de comer carne roja porque esa era otra relación claramente deficitaria. Además de ir a la carnicería, me cansaba mucho cocinarla, picarla y, sobre todo masticarla (después de sacar trozos de entre los huesos de un asado de tira me tenía que recostar un par de horas).

De a poco, incorporando la noción del costo-beneficio, empecé a comer casi todas las frutas y verduras con cáscara, porque evitar la tarea de pelar suma para el beneficio, obviamente. Una de las que me costó más fue la del zapallo, pero ahora me encanta. Con la del boniato me pasó lo mismo. Adoro la cáscara de boniato.

La banana es un ejemplo de equilibrio perfecto. El trabajo de pelarla es directamente proporcional al placer que puede dar. No da para matar por una banana, pero se pela en tres tirones (yo he logrado hacerlo en dos, pero sólo excepcionalmente).

Mi amiga Karina me dio un regalo enorme hace poco, al hacerme saber que el cogollo de la manzana también es comestible… Así que ¡ya no me tengo que levantar a tirarlo! No queda el mejor recuerdo de la manzana, pero se come. Y no hay que salir a buscar una papelera. Un cambio radical de la ecuación.

Con las mandarinas es todo un problema porque hasta que no se abren, no se puede saber si van a tener semillas y en qué proporción. La ecuación es una incógnita y a veces abro todas las de la bolsa y ahí se quedan… hechas dos mitades y mostrando sus peores partes.

La excepción viene siendo, como siempre, el kiwi. Es carísimo y no hay forma de que me guste la cáscara. Demoro pelándolo y me pegoteo los dedos. Pero el interior es verde y recompensa.

Si pienso en mi vida afectiva me ha pasado más o menos lo mismo. He desechado por cansancio algún asado de tira, he dejado alguna mandarina mostrando su peor parte y aprendí a bancarme cáscaras para disminuir la dificultad... Pero la relación costo-beneficio, hasta ahora, nunca cierra. En este plano intuyo que se impondrá el ayuno, aunque siempre con la esperanza de cruzarme un día con los ojos de un kiwi maduro.

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