domingo, 3 de agosto de 2008

De abrazos y abrazaderas

La psicóloga me hizo notar mi dificultad para recibir abrazos y mi imposibilidad de pedirlos. Yo acepté esas trabas; muy reales y muy mías.

Los abrazos de verdad, los largos, esos en que los cuerpos tardan segundos en separarse, me dan miedo, no los resisto… Me estresa abrazar. Y a la gente le da gracia cuando lo cuento.

Otro estrés que a veces provoca risas es el que me produce llamar al garrafero. Pagaría el precio de la garrafa y un plus para que alguien reciba por mí al garrafero.

No puedo subir en el ascensor sin cruzar palabra con el hombre que viene cargando una cosa pesadísima para mí. Necesito ser amable, preguntarle si el día ha sido muy duro, o interesarme por su salud, por su familia.

Al final, cuando lo despido, siempre pienso “No fue tan grave”, pero la siguiente garrafa que hay que comprar… Ufff… Deseo que alguien socialice por mí con el garrafero.

Hoy no pude retrasar el llamado porque el frío estaba imposible y la estufa empezó a largar olor a gas. Mucho. “Esta vez será peor, porque no es un intercambio ‘dinero-garrafa’. Hay un problema para solucionar, tendremos que estar un rato…Más estrés", me imaginé.

Apareció un muchacho de lo más buen mozo. Alto, fuerte. Le expliqué el problema y le indiqué la ubicación de mi cuarto, donde estaba la estufa.

- A vos lo que te falta es una abrazadera- sentenció.

Me acordé de mi psicóloga y no le respondí.

- ¿Sabés lo que es una abrazadera?- preguntó.

Negué con la cabeza.

- Vení que te muestro- me pidió.

Me acerqué tímida, consciente de que las palabras son solo eso y de que hay un camino largo entre la necesidad de ser amable y el ponerse a los mimos con el garrafero.

Me mostró la “abrazadera” que estaba en mi estufa (un metal redondo y chiquito) y me explicó que hacía falta otra.

- Es que estás teniendo una pérdida. Y necesitás algo que te apriete bien.

"Basta de recordarme verdades sobre mi vida… hacé el trabajo y listo”, pensé. Pero fui amable:

- ¿Vos me podés dar una? ¿O vender?

- Sí, claro. Pero la tengo abajo. Tenemos que ir a buscarla.

Otra vez el estrés del ascensor juntos. El que no quiere sopa…

Me dio la "abrazadera" en la vereda y me preguntó:

- ¿Querés que suba y te la ponga?

"Ahhh bueno", me dije. "Ya esto se está poniendo castaño oscuro".

- No hace falta. Puedo sola- le mentí.

Subí. Intenté poner la abrazadera y no pude. Otra vez, no pude. Intenté colocar, al menos, la válvula. Tampoco pude.

"La que queda es acostarme para no morir congelada”, concluí. Y me metí en las sábanas heladas… Todo por no ser capaz de aceptar que me pongan la abrazadera. O de que me abracen.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Me has pegado eso de tener que socializar con el garrafero y también para mí es una experiencia estresante. Mi calvario se extiende durante 20 pisos. El último hombre olía muy mal, no a gas sino a mugre. Un hombre alto y buen mozo que te ofrece ponerte la abrazadera mmm... no tendrías que haberte resistido. ¿De qué empresa era? ejem ejem...

Unknown dijo...

Cuando te vea te voy a dar un abrazo tan grande que te vas a curar.
P.D. amí me encanta abrazar!!

Unknown dijo...

Fe de erratas:o"a mí"(se escribe separado)

Cumpa dijo...

Maru, tienes una capacidad de asombro impresionante, una habilidad para manejar el ritmo en lo que cuentas, una habilidad para que te sigamos leyendo... me alegra tanto haberte conocido.
Jorge

pecesdecolores dijo...

esta buenísimo el relato!! pese a que muchos lectores deben ser amigos extranjeros, seguro que igual entienden las palabras locales!

un abrazoteeeeeeeeeeeeeee!