lunes, 24 de octubre de 2011

Una, y la telenovela en el Abitab

Vos también sabés las pocas chances que tiene una mujer como yo de encontrar a su “roto” (o a su “descosido”, nunca supe cuál es cuál) a esta altura de la vida.

Una como que ya lo asumió, pero ahí sigue la mamá de una, preguntando cada domingo si saliste y si “conociste a alguien”.

— No, mamá… Bah, conocí a varias personas pero no del tipo que vos me estás preguntando.

Después de años de mucha noche y mucho rímel infructuoso, una como que pierde el norte. Entonces, cualquier lugar empieza a parecer un escenario donde es posible encontrarse con el roto.

Bah, tampoco cualquiera. Ponele, acá en Montevideo, con tanta parada y tanto Celeritas, no te va a pasar como en Estados Unidos, que te subís a un taxi y por la otra puerta se sube el roto de tu vida. Eso no. Pero el rollo telenovela que arrastramos desde Grecia Colmenares como que se dispara mal.

He pensado mucho en esto cuando voy a poner saldo en el celular a esos locales de cobranza que siempre están llenos. La mujer que te pregunta el número nunca escucha bien, por el vidrio, y una tiene que repetir el número casi gritando.

Últimamente me pasa que la segunda vez que digo en voz alta mi teléfono se me dispara la telenovela: empiezo a mirar alrededor y a preguntarme «Alguno de estos señores de la fila, ¿no tendrá a bien memorizarlo y ofrecerse por sms a hacerme la costura?»

viernes, 21 de octubre de 2011

Devuélveme la vida

El otro día lo crucé en la peatonal Sarandí.« ¡Qué zarpadas las vueltas de la vida!», pensé.

¿Viste que en la escuela hay una edad en que a las niñas les da mucha vergüenza interactuar con los varones? Bueno, en esa edad llegó Jorgito E. a mi clase.

Venía de una escuela rural que tenía seis alumnos, dijo la maestra.

A los pocos días, una reunión de padres iba a cambiar mi vida para siempre. En la estrategia participaron las siguientes personas:
a) la maestra,
b) mi madre,
c) la madre de Jorgito E.

Me llamaron para hablar y me dijeron que tenía que jugar con Jorgito, que él no se estaba adaptando bien y que volvía a su casa llorando. Había que revertir la situación, me trasmitieron.

Yo era la listilla, la popular, la de la Cruz Roja que además habla en los actos. Y se me encomendó una misión humanitaria, propiamente.

Para estar a la altura tuve que pelear contra la vergüenza e ignorar las bromas. Lo hice y jugué con Jorgito E. todas las tardes durante un tiempo, hasta que lo empezaron a invitar a los cumpleaños y eso.

Pasaron como veinticinco años y el otro día me lo crucé en la peatonal, te decía. Bronceado, altísimo y muy atlético. Está casado con una mujer preciosa, tiene dos hijitos y mucho dinero. Es lo que la gente definiría como un hombre exitoso, sencillamente.

Yo, por mi parte, me quedé sola, gano un sueldo de sobrevivencia y voy a terapia porque solo logro hacer amistades patológicas con los hombres.

No le di mucho detalle de mi vida y lo despedí con cariño, claro. Pero después de que caminé unos pasos tuve como ganas y girar y gritarle:

—¡Devuélveme mi vida, Jorgito!

miércoles, 19 de octubre de 2011

El conocimiento: he ahí el problema

Cada vez que entro a la piscina del club, me acuerdo de mi problema. Y si justo hay algún pibe que esté bueno, me estiro la malla disimuladamente.

Ahora tengo un problema porque lo sé. Antes no lo tenía, pero un día pasó esto:

Era verano y estábamos en la Barra del Chuy. Gaby tenía un grano horrible en la entrepierna y le dolía. Tuvo que ir a la policlínica, me acuerdo.

— Dice el doctor que no me preocupe, que es un pelo dado vuelta —me explicó.

— ¿Un pelo dado vuelta? ¿Cómo? —pregunté.

No podía entender cómo un pelo podía darse vuelta y convertirse en aquello.

— Sí, un pelo dado vuelta que se infecta. ¿Vos nunca tuviste un pelo dado vuelta?

— Yo no. Nunca —aseguré.

Como a los dos días me estaba sacando la arena en la ducha de afuera y me moví la malla. Gaby esperaba su turno y en una me grita:

— ¡Eso es un pelo dado vuelta, mija! ¡Y eso! ¿Cómo que no tenés? ¡Tenés muchos más que yo!

Me miré sorprendida. Yo creía que la piel de ahí era así, como con puntitos negros.

— Son puntos negros —repliqué estirándome para verme mejor.

— No, mija, no. Son pelos que en vez de salir como deberían, crecen para adentro.

— ¡Pa! —alcancé a decir, pero me quedé pensando.

Ni siquiera sabía que eso podía pasar. ¿Cómo una persona vive treinta años ignorando que tiene pelos dados vuelta?, me pregunté.

Ahora tendría que:

1) vivir con el temor de que un día me saliera un grano como el de Gaby.

2) sentir la compulsión de taparlos, porque ahora sabía que eran pelos (y encima desviados, mal hechos).

3) asumir que mi cuerpo albergaba tanto error de información genética en una zona tan reducida.

4) corroborar, una vez más, que toda mi desinteligencia terminaba confluyendo en el pubis.

Cerré la ducha y me estiré la malla, como hago ahora cuando entro a la piscina del club, mientras miro si hay algún pibe que esté bueno.

martes, 20 de septiembre de 2011

No te amo, pero cuidate

Hay dos modas del lenguaje oral que me molestan bastante, pero no lo puedo decir, porque queda como de inadaptada.

Una de esas modas la practica cierta clase adolescente: la que va al vestuario de mi club. No es que se digan “boluda” cada tres palabras. No es eso lo que me jode. Lo que me fastidia es que se dicen “te amo” todas las veces que se despiden. Todas con todas.

Yo sé que las palabras no se gastan, pero me dan ganas de decirles: “Bo, boludas, guarden alguno para cuando amen de verdad”. No tenemos inventada otra expresión similar, no tenemos nada que se asome al poder semántico de un “te amo”. Entonces no me lo uses para despedirte todas las tardes de las chicas de handball.

Otra cosa que me molesta (mis amigos no lo saben) es el “Cuidate” o “Cuidate mucho” en las despedidas.

Primero porque es obvio que me cuido. Me cuido todo el tiempo: como brócoli y germen de trigo, hago yoga, tomo homeopatía y uso yerba para nerviosos. Pero me cuido para mí, no porque vos me lo sugieras. ¿Cuál es el sentido de decirme “cuidate”? ¿Cómo lo decodifico? ¿Como un: “me interesa que sigas viva”?

Segundo, soy hipocondríaca y supersticiosa en la misma proporción. Si me decís eso, mi mente piensa: ¿De qué me tengo que cuidar? ¿Vos sabés algo? ¿Estás presintiendo que me puede pasar algo?

— Si me va a pasar algo, decimelo. En serio, boluda. Decimelo porque entonces sí, si sé que me va a pasar algo, ahí te digo que te amo.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Manifiesto incomunista

Quiero hacer un llamado a la reflexión. Quiero que nos sinceremos, que asumamos que la ensalada rusa es una aberración y que hagamos el bien de no heredársela a las generaciones venideras.

Porque puede pasar. Ya les vamos a dejar la hiperactividad, los ataques de pánico, la adicción a Internet, las bolsas de nylon, las pilas y el baile del caño. Tratemos de no dejarles, también, la rusa.

Que levante la mano el que haya comido una rusa verdaderamente rica. Que no le faltara sal o tuviera la papa muy blanda, o la arveja sin gusto, o la mayonesa barata…

Eso por no hablar de la zanahoria hervida. La capacidad de esos cubitos naranjas de estimular a una papila gustativa debe de ser inferior a la mía para estimular al drogón aquel…

A ver, señores: tenemos rúcula en bares populares, podemos comprar yogur griego en Ta Ta... Ya dejemos de hacer ensalada rusa.

Porque ni para tradición da. La mixta todavía, te la llevo. Porque es sanita y, si el tomate está bueno, puede ser agradable. Pero la rusa… para empezar es rusa. Y además es pesada, insulsa y siempre tiene un ingrediente que está muy cocinado, o es como una plasta, o está requete fría o algo así.

Prima hermana del salpicón de ave (cuya eliminación no propongo para no parecer ultra), la rusa denota escasez y requeche, pero sobre todo desidia.

Todo bien con el comunismo, Tolstoi, las mamushkas y el Bolshoi, pero la ensalada sacamela. Quiero Navidades con rúcula, cilantro, aceite de sésamo, barbacue sauce y la mar en coche. Y a Rusia lo que es de Rusia.

jueves, 18 de agosto de 2011

Yo me quiero casar; ¿y usted?

No tengo novio y no quiero tener. Mucho menos quiero marido. Pero me quiero casar. Me merezco la experiencia de casarme, porque estoy culturalmente programada para eso. Quiero el vestido, el arroz, el baile y, ¡qué maravilla!, que me hagan los pies en una habitación del Radisson.

Tengo buenos amigos y pensé que alguno iba a aceptar, pero no. Y hasta ahora no me doy cuenta de qué parte no les convence.

—A ver, ¿qué podés perder? No tenemos que amarnos ni que dormir juntos ni nada. Solo elegimos un día cualquiera y nos damos unos picos delante de los amigos. Después decimos que nos dimos cuenta de que nos pasan cosas y que nos casamos.

Tu mamá se pone feliz y la mía ya puede dejar de ir al curandero con mi foto. Ponemos fecha y hacemos un colectivo en Abitab. Con esa plata nos vamos de viaje. Grecia. Espectacular. Si además nos regalan cosas, las dividimos o las ponemos en Mercado Libre.

Mi hermana nos hace la separación de bienes o podemos dejar firmado el divorcio desde antes. Yo te lo firmo igual en blanco. (¡Ah, blanco como el vestido blanco, qué lindo!).

Alquilamos un salón bien cutre. Después del vals (¡Ayyy, qué belleza el vals!) yo lagrimeo y decimos que nos estafó la wedding planner y que no hay catering. Pero bailamos. Bailamos toda la noche. Si querés terminamos con “Un saludo cordial” de los Asaltantes.

Nos dan días libres en el trabajo y la gente nos tira buena onda.

Llegamos del viaje, te quedás un tiempito en casa y después argüimos lo mismo que todo el mundo y nos separamos. Pará, antes preparamos dos lindos portarretratos, para tu vieja y la mía. ¿Por qué no? ¿Qué parte no te gusta?

Ninguno aceptó: Gonzalo, Gabriel, Daniel, Luis… Yo sigo creyendo que está bueno.

Ellos dicen que es mentir a la gente. Yo no pienso que sea para tanto. Porque querernos, nos queremos. Se nos podrá acusar de exagerar, pero ta, nadie es perfecto y yo merezco casarme. Tengo toda una cultura que me impele.


—Dale, dale, porfi. ¿Qué te cuesta? Solo hay que jugar un rato a la telenovela. Como en la vida misma… ¿Y si te hacen los pies en el Radisson a vos también?

jueves, 28 de abril de 2011

Etapas del cambio (o cambio de las tapas)

Etapa 1: Darse cuenta del problema

Me fui a depilar. La mina me pide que me ponga boca abajo y exclama:

- ¡Pa! ¿Qué te pasó?

- ¿Qué tengo?

- Mirate. Como arañazos, pero muchos —dice y, con tono pícaro, agrega: Lo importante es pasarla bien.

- No, no son uñas. Además no he tenido chances de taaanto— le digo queriendo sonar poco convincente. Me gusta fanfarronear y que crea que tengo una vida sexual.

Llego a casa, me miro mejor y, efectivamente, me veo toda la parte inferior de la nalga rasguñada. “Pucha”, digo. “O estoy bebiendo demasiado o tengo una enfermedad o algo”.

Pasaron como dos días hasta que me di cuenta. La tapa del wáter (de esas de plástico duro) estaba partida. Y, cada vez que me levantaba, me pellizcaba la nalga.

Etapa 2 (meses después): Buscar la solución

Un día fuimos al Chuy.
—¿No precisás nada para la casa?—pregunta mamá.

—Uy, sí. Ahora que decís, hace meses que preciso una tapa de wáter.

Las ferreterías me parecen sucias, caóticas, las odio. Pero a mamá le encantan. Se mete en una del lado uruguayo y sale con una tapa marrón (puaj). Me da la boleta por las dudas, por la Aduana.

—Me imagino que sabrás ponerla, ¿no? Es muy fácil. Son dos tornillos.

—Ay obvio, mamá. A esta altura de la vida, si no puedo poner una de estas… — digo mientras me fijo si hay instrucciones.

Etapa 3. Intentar el cambio

Sentada en el piso de mi baño, con las instrucciones que parecían claras, lo intenté, pero quedaba como suelta. Como que se movía.

Es muy feo estar sentado en el piso cerca del wáter. Hice lo que pude y concluí: “Debe de haber venido fallada esta tapa”. La dejé así.

Etapa 4: El clásico retroceso

Con los días, cada vez que me sentaba, temía resbalarme y salir despedida. “Para esto me quedaba con los rasguños”, pensé. Y ahí me pregunté:

—¿Y yo por qué tengo una tapa de wáter… si se supone que esto es para protegerme de la mala puntería de los hombres y todo indica que acá nunca habrá uno? ¿Para qué necesito una maldita tapa de wáter? ¿Y además por qué la compré en el Chuy, al mismo precio que en Montevideo, y la cargué 400 kilómetros? Solo porque mamá compra las cosas en el Chuy— me respondí.

Y ahí se me disparó una rebeldía inusitada:
¿Y yo por qué tengo repasadores, si siempre pensé que son un asco y juntan microbios?
Y empecé a fijarme en lo que tengo por costumbre: las bombachas en ese lugar, la sal en esa lata, la yerba en esta otra. ¿Y yo por qué tengo una guampa para poner la yerba en el mate, si es horrible esa guampa?

Etapa 5: El cierre

Me decidí a tirar todo lo “heredado”, todo lo que no formaba parte de mi voluntad. Pero justo ese día vino mamá a casa. Y fue al baño.
— ¿Por qué demoraste tanto, mami?
— Porque puse la tapa. ¿Vos no ibas a ir a depilarte?
— Sí, sí. Ya voy, ya voy.

viernes, 22 de abril de 2011

Sincretismo religioso al desnudo

Me estoy duchando en el club y me olvidé del jabón. Tengo como 15 años viniendo y, en total, habrán sido 15 las veces que he traído y llevado todo lo que necesito.

He llegado a pensar que me gusta ser la caótica del locker, la boluda del vestuario. Que en un punto disfruto de peinarme con cepillos prestados y de irme sin bombacha.

Decía que hoy no traje jabón y justo justo hay uno nuevito en la ducha en la que estoy. Me acuerdo de mi hermana, que siempre dice que tengo un Dios aparte. Pero como soy más bien budista, yo le digo que es suerte.

La trayectoria de este Astral, me animo a decir, no supera las tres duchas. Lástima que es de los marrones, que no me gustan tanto como los rosaditos que tienen crema y huelen mejor.

Mientras me pongo el shampoo, pienso: ¿lo uso o me abstengo? Yo creo mucho en eso de que las malas acciones vuelven. Tipo, que si mato a una cucaracha capaz que me reencarno en eso. O que si le quito algo a alguien después otro me va a quitar a mí y así.

Acá hay dos posibilidades. Una es que si uso este jabón que no me pertenece el Universo me lo va a cobrar; y puede que con intereses. En ese caso, seguramente alguien me usará el cepillo de dientes o las bombachas. O mucho peor: me olvidaré del Kérastase en la ducha. O descubriré en unos días que la señora del Astral tenía herpes vaginal.

También puede ser al revés. Que estemos ante un acto de justicia y que el Universo haya decidido empezar, con este humilde jabón, a devolverme los centenares de productos que he dejado en tantos vestuarios.

Ya me puse la crema de enjuague en el pelo y con la filosofía oriental no avanzo en una solución. Entonces me acuerdo de la Semana Santa y me siento católica por un momento. Me enjabono, me limpio bien, me enjuago y después pido "que Dios me perdone" por la acción indebida. Y me dispongo a secarme en paz…

- No te puedo creer que otra vez olvidé la toalla. ¡Me cacho en dieux!

domingo, 17 de abril de 2011

Consejos para hombres con los que salgo

No me gusta leer a mujeres que se quejan de los hombres, pero creo que debo hacer este pequeño aporte.

Mi target está compuesto, básicamente, por hombres que van a terapia (no por casualidad terminan en mi cama) y cuando me pasan algunas cosas pienso: “¡¿Cómo el psicólogo de este tipo no le avisó que eso no se hace?!” Así que me decidí a hacer esta pequeña contribución:

Parece una obviedad, pero no es. No hay que usar el baño de la mujer con la que sales para “ir de cuerpo”. Si las ganas son insoportables, inventás una excusa (tipo: “me pareció oír el motor de mi auto, aguantame que voy a ver”; “Pero si vos no tenés auto”, ponele que diga la mina; “Un amigo me prestó uno”, contestás y te vas a un bar en taxi o lo que sea. Todo, menos usar su baño con dolor de barriga.

Parece otra obviedad, pero tampoco lo es. Nunca hay que decir “te quiero” la primera vez que se va a la cama. Y menos que menos antes del coito. Porque ahí una dice: “pucha, aunque lo que venga ahora sea un desastre, me lo tengo que bancar”.

Tercero: “Excitar” es un verbo que queda bien en la radio, en la tele, en el lenguaje social. Si estás desnudo con una mujer decile cualquier otro verbo. Nunca se debe decir “Me excita tal cosa”. “Tus pezones me excitan” por ejemplo. Una frase infame. Habría que prohibirla directamente.

Otra cosa que deserotiza: la “s” en las conjugaciones que no llevan. Tipo: “Me gustastessssss desde que te vi”. Esa “ese” final, dicha en un momento en que la mujer aún tiene la ropa puesta, puede marcar el fin del encuentro. Se dice: “me gustaste”.

Si ves que ella tiene libros en la casa, no exclames como un asombrado nene de ocho años: “¡Paaa! ¿Todos estos libros leíste? (prohibido decir “leístes”, pero eso ya lo aprendimos). Porque uno se puede “excitar” con la antiintelectualidad, pero todo tiene un límite.

Después de medianoche poné el celu en silencio. No cuesta nada. No es que ella pretenda fidelidad aún, pero si te llega el clásico mensaje "En k andás?" a las 4 am y la mina se despierta sobresaltada y tenés que decir “es el mío, es el mío"… Como que no está bueno. Esto se agrava si no tenés un ringtone medio neutro, aunque a tu edad… ya sería hora.

Procura no olvidarte de cosas en su casa. Fijate si tenés todo: campera, radio del auto (tuyo o de tu amigo), celular, billetera, discos de grupos ignotos... Dejar la mochila con la ropa transpirada del club ya entra en la categoría del agravio, por supuesto.

Si ya mandaste un sms diciendo lo bien que pasaste (evita enviarlo mucho tiempo después, porque creerá que quedaste demasiado enganchado todo ese rato, ni tampoco cuando vas en la puerta, porque quedás como un ansioso). Te decía que si ya mandaste ese mensaje y ella aún no respondió, nunca, nunca mandes un segundo.

Otra regla de oro: no preguntes si se van a volver a ver antes de levantarse de la cama. Ella creerá que todas las mujeres anteriores te borraron al toque y por eso te preocupas. Y se sentirá tentada de imitar a sus congéneres, por las dudas. Puedes preguntar mientras te vistes (esta "s" sí va), aunque lo mejor es en la puerta.

Una básica: cuando estén abrazados mirando el techo, no preguntes “¿y vos por qué estás sola?”. No está bueno preguntar eso. Sobre todo, porque en la mayoría de los casos, como este, es demasiado obvio.

La más importantísima: si hay un shampoo común en el baño, tené a bien, por favor, no usar del Kérastase.


PD 1: Repasé los puntos y no ha sido tan grave... A mi amiga, te lo juro, un tipo le preguntó —mientras cenaban por primera vez— si tenía varices.

PD 2: Se me ocurren miles de consejos que los hombres que me conocen podrían escribirme. Seguramente todos arrancarían así: "Vos, para empezar, depilate".

martes, 29 de marzo de 2011

El retrato de Gordian Girl

El psicólogo fue tajante: mi problema con los kilos era que no tomaba conciencia de lo que comía. “Debes observarte mientras comes”, ordenó. Y como soy muy literal, me compré un espejo y lo puse en una silla del comedor que está frente a la mía.

Los primeros días fue raro. Me daban ganas de convidarme, dejé de mojar el pan en los líquidos del plato y empecé a cuidarme de mis propios modales.

Después me empezó a gustar. Un día, casi sin querer, me deseé “buen provecho” y comenté en voz alta que la carne estaba un poco dura. A la tercera semana me pasaba hablando todo el almuerzo y casi no comía.

Al poco tiempo, la mujer que almuerza conmigo me dijo que estaba demasiado flaca. "Creo que unos kilos más te sentarían mejor", sentenció.

Me angustié. ¿Cómo hacía para engordar? “Se lo preguntaré a mi psicólogo”, pensé enseguida. Y me di cuenta de que había dejado la terapia.

jueves, 10 de marzo de 2011

Oda a la inconsistencia

Si me decís, "¿vos qué envidiás?", yo te respondo: “a los contertulios de Cotelo”. ¡Cómo me gusta la gente que tiene una opinión formada! Envidio a esas personas a las que les resulta fácil ver qué está bien, qué está mal y por qué. Yo soy muy inconsistente.

Por ejemplo, un día fui a construir a un cante con los de Un Techo Para mi País, convencida de que estaba bueno lo que hacían. Pero después me hicieron ver otra cara de la cosa y lo precario de las construcciones. Y pensé: “Pa, no está bueno, no”.

Otra: hace poco Kari me pregunta qué me había parecido La Catalina con lo de la violencia y le digo que me gustó mucho.

-Para mí no está bueno que hagan toda la parte recitada con el mensaje de que la violencia está en todas partes, de que está en todos los barrios, y después canten solo desde la voz del marginado- argumenta ella.

- Pa, sí. Tenés razón. Eso no está bueno, no- admito.

Otro día vengo en el ómnibus por avenida Italia y veo un circo. “¡Un circooooo!”, me grito para los adentros. Y me alegro y pienso: “¡Qué divino! Voy a traer a mi sobrina”. Y lo siguiente que veo es un cartel que dice: “CIRCO = MALTRATO DE ANIMALES”. Y ahí digo: “Pa sí, tienen razón. Es horrible que haya circos. No está bueno, no”.

Y así con casi todo: la energía atómica, la legalización de la marihuana, la cuota femenina en las listas… Me gustaría ser más consistente y concluir cosas y sostenerlas. Pero no me sale.

Mientras me esfuerzo, trato de revalorizar una de mis pocas consistencias, algo que mantengo desde la adolescencia:
Habíamos quedado en que pintarse las uñas de los pies era horrible, ¿no es cierto muchachas? ¿Por qué ahora todas me cambian de opinión?

miércoles, 9 de marzo de 2011

Un caso típico de negación

En terapia uno aprende muchas cosas. Por ejemplo, conceptos como la negación, la proyección, la transferencia y esas cosas. Y también se contagia un poco del lenguaje de los psicólogos.

Uno puede detectar a un terapiado si lo escucha decir frases como “tenés que resignificar ese lugar”, “desde el lugar donde ahora estás parado”, “si te mueves desde ahí”, "hacerse cargo", "poder conectar con" y cosas así…

Ahora ellos tienen una moda como de partir palabras y usar los prefijos enfatizados con una pausa. Tipo re / posicionarse, pre / ocuparse, sobre / dimensionar...Y uno habla con sus amigos y de repente se descubre cortando las palabras. Se revelan así las horas de diván que te dejan des / legitimado como hablante librepensador.

El otro día le estaba contando a mi pisco sobre mi encuentro con un hombre y él interrumpió el relato para preguntar:
— ¿Orgasmaste?
— ¿Qué me estás preguntando?
— Si te molesta, no tenemos que hablar de eso.
— No, no me molesta. Lo que te digo es que no podés preguntar así. No existe decir “orgasmar”. Eso no es un verbo.
— El lenguaje es un organismo vivo, en permanente cambio…
— Sí, sí… Pero no se puede conjugar “orgasmar”. ¿Cómo conjugo? Yo orgasmeo, tú orgasmeas, él orgasmea, nosotros… bueno… a esta altura ya necesitaríamos un baño.

Me mira serio. No le gusta que lo corrija ni con bromas. Agrega:

— Se puede decir tú orgasmas, él orgasma…
— Ah sí sí… cómo no… ¡Y el pretérito! ¡Dios mío! ¿Orgasmé? ¿Orgasmeé? No, hombre, no. El lenguaje está vivo, sí, pero si te oye esto creo que se suicida.

Me sigue mirando serio. Permanece callado. Yo ya quiero liquidar el tema y sacarle presión.

- Ehhh. No sé... Si querés te sigo contando de este hombre, que me des/ubicó, pero no voy a conjugar “orgasmar”. Vos pensarás: "Ahh, un típico caso de negación psicológica". Puede ser, puede ser, te lo concedo... Indudablemente, en el fondo, para mí es muy difícil poder hablar del lenguaje como de una cosa viva.

martes, 8 de marzo de 2011

Hipocondríaca

Siempre me pasa lo mismo y no aprendo. No se puede decir liviandades sobre cosas serias. Esta vez estábamos ya acostadas en Aguas Dulces. Y el rancho era todito de paja. 100% paja.

-Yo soy hipocondríaca- digo para todas.

-Sí, ya sabemos. ¿Qué te pasa?- preguntó Vicky.

-Que alquilaron un rancho todo de paja y creo que acá es donde habitan las vinchucas que te dan Mal de Chagas.

- Eso es en las casas de barro.

-Las de adobe y las de paja- insisto.

-No, es en el campo, en las de barro. Y acá no hay vinchucas.

- Por las dudas voy a dormir con los ojos tapados, porque dicen que te pican alrededor de los ojos. Me voy a poner esta media en la cabeza, y de paso no me despierta la luz cuando amanezca. ¿Ustedes no estudiaron Mal de Chagas?

Se quieren dormir y no me dan bolilla. Entonces empiezo a divagar:

-¡Seis años enseñándonos Mal de Chagas e hidatidosis en la escuela! ¡Por Dios¡ ¡Para qué, decime vos! ¿Qué chances tiene un niño de ciudad de contagiarse hidatidosis? Yo jamás conocí a nadie que tuviera. Y nunca en mi vida vi una achura cruda. Ni cruda ni cocida, creo. Es más, estoy dudando de que realmente exista la hidatidosis. En vez de enseñarnos sobre la obesidad, las contracturas, la celulitis… tipo, las cosas que nos iban a pasar seguro, nos enseñaban sobre quiste hidático. Espero que hayan cambiado los programas. Hablando en serio, para mí que la hidatidosis es un invento. Nunca escuché de una sola persona que tuviera quiste hidático.

-Mamá tuvo- me corta Vicky-. La operaron tres veces.

Silencio. Cri Cri. Agarro la media, me tapo los ojos y digo que me duele el pecho. “¿Me irá a dar un infarto acá?”- pregunto.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Oda a lo inconcluso

Ya casi no escribo, pero no es que no piense cosas importantes. De hecho, en este tiempo me he ocupado especialmente de una cuestión. Necesito encontrar a un filósofo o un referente ideológico famoso que reivindique el valor de la gente de mi tipo: los que hacemos las cosas a medias. Tiene que haber...

Mi ilusión era convertirme en un “Yosiempiezoalgolotermino”. Y creí que iba a pasar, pero no sucedió. Y ahora quiero valorarme así como soy.

De chica me encantaba ir al río, pero a mamá le embolaba llevarme. Me decía: “si lavás todos los pisos te llevo”. Y yo arrancaba con todo el ímpetu y mucho detergente, mucha espuma y todo… Pero antes de llegar al baño me cansaba, me aburría, dejaba todo enjabonado y me sentaba nomás…

Muchas veces venía Joselito (el hijo del almacenero de al lado) y los terminaba él y mamá nos llevaba a los dos.

Pero, algún valor tiene que tener el piso lavado en parte, la mitad del ropero arreglada (con su otra mitad metida para lavar aunque esté limpia)… Algún valor debe de tener la verdura que corto chiquititita antes de aburrirme y empezar a poner todo en mitades.

Porque aunque no se vea el producto final previsible, ahí hay un aporte energético que se hace al Universo ¿o no? Y si se mira de otra forma, el que tiene que terminarlo solo debe poner el 50% de la energía. Como Joselito en el ejemplo del río, sin ir más lejos.

Ahora nomás me pasa que, desde que encontré el sitio de ver pelis online que se corta a los 72 minutos, he agarrado la onda de verlas hasta ahí... No veo finales, pero me los imagino ¿Y qué? He visto muchos más comienzos que los “todolotermino”. Algún valor tiene que tener eso…

Otro ejemplo: me anoté en el club para aprender a nadar, pero me aburrí de intentar respirar y patalear y todo a la vez. Entonces sigo yendo a la piscina, pero agarro siempre el panchito de polifón que te dan al principio para flotar. Si algún profe me comenta algo en el sentido de avanzar sola, miento que estoy empezando ese día. Porque… si puedo andar con el panchito, ¿por qué hay que aprender a nadar del todo? ¿eh?

Necesito un soporte filosófico, alguien que me ayude a gritar con orgullo: “Yo, si empiezo algo, no lo termino jamás”. Soy coherente. Incluso si hablamos de amores. Lástima que en ese plano siempre me cruzo con algún Joselito que viene y le pone fin.

domingo, 20 de febrero de 2011

Memoria selectiva

Mi hermano tiene la mejor memoria que conocí nunca. Puede recordar un jingle que escuchó a los seis años, aprender poemas largos en dos lecturas o cantar canciones del Cuarteto la tercera vez que las oye.

Yo no tengo ese tipo de memoria, pero tengo otro que es peor. Porque me ahuyenta a los tipos. Se podría decir que tengo Memoria homoanecdótica.

Si salgo con un pibe, cada bit de información que me da (hasta el más nimio, que ya es un decir cuando uno habla de bits o de pibes) se me almacena de por vida... No lo puedo evitar.

Y como solo me relaciono con tipos que tienen mucho miedo al amor, ellos interpretan la fijación de sus anécdotas en mi memoria como un indicio de que estoy enamorándome… Y se van.

Para mí es muy común tener diálogos como este:

Él: - Mamá no está porque se enfermó la tía Juanita y fue a verla.
Yo: ¿Juanita, tu tía de Paysandú?
Él: ¿Cómo sabés que mi tía Juanita vive en Paysandú?
Yo: Vos me lo dijiste.
Él: Pero si yo nunca te hablé de mi tía Juanita.
Yo: ¿Cómo no? ¿Cómo iba a saber que tu tía Juanita vive en Paysandú si salgo con vos hace dos semanas? ¿Quién me lo va a decir?
Él: ¡No séeeeeeee! Por eso mismo me parece raro…

(Acá algunos creen que les puse un investigador privado, estoy segura).

Yo: Pero… ¿en serio no te acordás de que me hablaste de ella?

(Y en esta parte termino de meter la pata, irremediablemente)

- Me lo contaste un día en la rambla... aquel que hubo paro de transporte y fuimos con el mate y vos trajiste el libro de Nick Carter… Te habías puesto una remera de la carrera de la Nike y empezamos a hablar de la carrera y vos me dijiste que… ta… No importa. Contame. Tu mamá viajó entonces…

Pero para ese momento el pibe ya no se puede recuperar… No entiende, se paranoiquea, está seguro, re seguro de que nunca me habló de la tía Juanita y se imagina cosas raras… no sé.

Gonzalo ya había superado varios diálogos como el anterior y yo lo terminaba convenciendo.

- ¿Pero cuándo te conté que yo consumía semillas de chía? Nunca te dije eso…
- Ay Gonzalo, pero ¿quién me iba a contar eso sino vos?
- Es que nunca se lo digo a nadie. Es un consejo de unas viejas colegas y no lo ando contando.
- Bueno, qué se yo… A mí me contaste… ¿O creés que te espío o que adivino que tomás semillas de chía?
- Ta. Capaz que te lo dije y no me acuerdo…

Lo superó varias veces, pero un día vino con un regalo. Me trajo un centrifugador de lechugas (original, por cierto). Adentro de la bolsa estaba la boleta y decía:
- un centrifugador plástico.
- un rallador de limón.

Algunos días después, pongamos dos semanas, me cuenta sobre su ida al bazar y dice:

- También me compré algo para mí.

- Sí, lo sé- se me ocurrió decir-. Un rallador de limón.

Me miró y a mí me pareció que se puso un poco pálido, pero siguió la charla como si nada y nos derivamos del tema... Esa fue la última vez que lo vi.

Estuve un poco triste. Pero después me junté con mi hermano, cantamos "El hijo de Hernández", completita, y se me pasó la nostalgia. Porque las anécdotas me quedan todas grabadas, pero de los hombres me termino olvidando. En general.