viernes, 6 de marzo de 2009

Ejercicio de misterio

Algunas incógnitas de los gimnasios se han resuelto para mí. Por ejemplo, el hecho de que estén llenos de gordos. La mentira de que el ejercicio adelgaza ha sido, acaso, la más sostenida en la historia de las farsas. Pero ahí estamos todos, sudando en honor a la utopía.

Hay otros misterios más insondables, como que la gente mire todos los días su cartón con la “rutina” de aparatos, en vez de memorizar una cosa tan básica. O más misterioso aún, la génesis del momento en que uno empieza a saludarse con otros alumnos.

Tengo año y medio en mi gimnasio de ahora. A esta altura me saludo con un beso con unos cuatro asistentes, dedico un “hola y sonrisa” a una cantidad similar y un lejano y desinteresado “¿cómo andás?” a una decena aproximadamente. Pero no sé nada de sus vidas. Sólo que una vez a una le robaron el celular. It is all.

No puedo recordar quién me dijo el primer hola, el primer cómo andás… Ni siquiera quién me dio el primer beso. Pero estoy segura de que no fui yo.

Intento recordar alguna complicidad nacida de un golpe involuntario con la barra, un candado trancado, un quejarse del agua de la ducha o una receta de dieta… Nada. No hay nada que me una con mis besados actuales. Pero ya no puedo volver atrás. Ahora los tengo que besar. O cambiar de gimnasio.

A veces llego tarde y ya están en plena actividad. ¿Qué debo hacer?, me pregunto. ¿Ir hasta sus colchonetas? ¿Esperar la pausa? ¿Podré saludar a todos en la pausa? ¿No estarán demasiado transpirados a esa altura? La última pregunta siempre es negativa: ¿quién fue el imbécil que inventó los besos de gimnasio, si ni siquiera sé cómo se llama esta gente?

Hace dos días empezó uno nuevo en la sala de aparatos. Es de esos que carga mucho pero mucho peso y luego, mientras lo levanta, emite un sonido-quejido en cada repetición. Lo hace muy alto y se escucha su acompasado “uhhh /uhhh/uhhh/ uhhh”…Como un reloj: una repetición, un “uhhh”.

Lo miro como para intimidarlo, como diciéndole “vo, en serio, ¿tenemos que participar todos de tu esfuerzo?” Pero el hombre sigue como si nada. Entonces busco la mirada de uno de mis besados y nos sonreímos. El misterio se devela. Nos burlamos en silencio. Y hasta me dan ganas de darle otro beso en vez del “chau”. O de decirle un exagerado "uhhh" para sellar el vínculo.

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