domingo, 1 de marzo de 2009

Tallerista estrella

Es verdad que me gusta probar de todo y que tengo manía por anotarme en cursos cortos. Manualidades, educación y género, tejido en lana, baile, recreación, títeres, literatura, biodanza… Tanto me gustan que Mauri exagera y dice que si un hombre quiere excitarme de verdad, debe susurrarme al oído la palabra “taller”.

Admito que he hecho muchos cursillos y también que he pasado por todos sin aprender nada. Acaso porque los hago como todo en mi vida: sobrevolando, sin entrega ni disciplina.

De todas formas, siempre tengo una ganancia para mi ego: voy recopilando anécdotas que luego utilizo para animar las reuniones de adultos.

Una de las que tiene más aceptación es la experiencia de la biodanza. A la gente le encanta cuando explico que básicamente uno baila de ojos cerrados e interactúa con desconocidos, con los que cada poco rato debe abrazarse, acariciarse, tirarse al piso…

Si falta algo de interés, seguro surge cuando explico un ejercicio que se llama “lluvia de caricias”, que suele hacerse en traje de baño. Algunas veces logro arrancar alguna que otra carcajada, sobre todo si detallo con entusiasmo el “baile de la seducción” que me tocó practicar con un septuagenario cara de pícaro.

Cuando hay niños tengo que apelar a cosas más básicas: mostrar que tengo el brazo izquierdo más corto que el derecho. O que puedo girar el derecho sobre su eje casi 180 grados.

Pero si no logro conquistar la atención, ya no me importa nada y dejo salir la frase más censurada socialmente. Espero que se forme un silencio y la digo. “A mí no me gusta el sexo”. Silencio. Y después reacciones. No hay nadie, pero nadie de nadie, que acepte la idea y diga: “Está bien, gustos son gustos”. Por eso ese tópico está en el top ten de mis animaciones voluntarias.

Ahora acabo de anotarme en un taller que se llama “Constelaciones familiares”. Como en los anteriores, tengo poca información sobre cómo será, pero la ilusión es siempre la misma: encontrar algo que me haga estar más feliz.

Creo que el milagro mayor de estas poco familiares "Constelaciones" sería que me liberaran de la necesidad de ser estrella en los cumpleaños. Y así poder dedicarme a comer torta sin esperar aplausos y de todas formas brillar... acaso con luz propia.

1 comentario:

Manolo Lamas dijo...

Si enseñan qué cara poner cuando a uno le cantan el feliz cumpleaños, avisame...