domingo, 2 de agosto de 2009

Yo sí puedo

Mi hermana ha vivido varias festividades vestida de blanco: tomó la comunión, festejó los 15 años, se casó una vez y se casó otra vez. Y encima fue abanderada en la escuela, por lo que debe de haber estrenado una túnica linda el día del acto.

Yo jamás me vestí de blanco. Y ahora me temo que ya no lo haré. Por un lado, me consuelo diciéndome que no me sienta bien, porque el blanco no disimula los sobrantes. Pero, por otro, me doy cuenta de que en mi inconsciente vive como un duende la ilusión cultural del vestido blanco.

No quise ir a catequesis, perdí el pabellón nacional por faltas y a la hora del cumpleaños de quince tuve una debilidad de carácter que, me temo, ha sido definitiva.

Estábamos en los preparativos para la fiesta, ya tenía la lista de amigos y había elegido el lugar para la gran noche. Faltaba el vestido. En Treinta y Tres era un clásico de clase media comprar las telas en Yaguarón. La tradición del carnaval brasilero hacía suponer que las sederías tenían cosas mejores, así que allá fuimos.

Salimos casi de madrugada y a media mañana ya estábamos en la primera tienda recomendada. Mi madre explicó lo que buscábamos y una vendedora empezó a explicarme en portugués las diferentes texturas y “caídas”.

Seguramente íbamos por la cuarta opción cuando me di cuenta de que no iba a poder superar aquello... Me abrumó el infinito de posibilidades. Le pedí a la vendedora que me diera un minuto, llamé a mi madre para hablar fuera del local y le informé:

- Cambié de opinión, mamá. No quiero cumpleaños de quince.

Ella ya estaba acostumbrada a mi carácter voluble, así que sólo me preguntó si estaba segura.

- Segurísima. Yo no me puedo poner un vestido blanco- dije.

Nos fuimos a comprar championes y chocolates y volvimos sin mayores consecuencias. Pero sólo aparentemente. Porque desde ese día el Universo me tomó la palabra y nunca me dio la posibilidad de casarme. En vez de darle una a cada una, le dio las dos a mi hermana y yo no sé cómo hacer para que deje de tomarme en serio.

- Oye, Universo, lo que dije no era cierto. Sí que me puedo vestir de blanco. Y no tengo ganas de empezar catequesis.

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