jueves, 3 de diciembre de 2009

Inocentes 33

Siempre he tenido métodos de seducción muy burdos. Uno es decir que no me gusta el sexo. Si decís eso, como que los tipos piensan: “eso es porque no te ha tocado conmigo”... Como si se les activara la ambición de ser la excepción. Este método funciona bastante, pero es trabajoso en términos de argumentación discursiva.

Otros incluyen sacrificios. Ejemplo:

Voy sentada en el avión, me gusta el tipo que está al lado y no sé como empezar a hablarle. Reparten la comida. Me como lo salado y dejo el postre para regalárselo y que surja la siguiente conversación:

- ¿Me estás dando tu postre? ¿En serio? ¿No te gusta?
- Sí, me gusta. Pero viene el verano en mi país y ya ves... Tengo que bajar un poco de peso.

Si el tipo es un imbécil o un mochilero en crisis existencial, se come el postre y la cosa queda ahí. O peor, (me ha pasado) me rechazan el dulce.
Pero si no lo es, el diálogo seguirá.

- ¿Cómo que bajar de peso? Yo te veo muy bien.

En esa parte, yo sonrío de manera que la charla siga, y siga, y a veces se dan las cosas.

Este método tiene algunas desventajas:

1- Viajo en avión (promedialmente) cada tres años.
2- No siempre me tocan tipos lindos al lado.
3- No siempre viene el verano en mi país.
4- A veces me dan verdaderas ganas de comerme el postre.

En este último viaje tuve una competencia descarnada con la mujer que se sentó tercera en la fila. Era colombiana y vi la desventaja desde el comienzo. Él, sentado en el medio, trataba de alternar la charla con las dos.

La colombiana hablaba entusiasta. Yo tenía sueño, así que me rendí y decidí dormir.

Estaba por empezar a soñar cuando escucho que él le pregunta:

- ¿En serio no comes tu postre? ¿Por qué?
Y ella que le responde de frente y mano (imagino que con cara de vicio)
- Quiero compartir con usted.

Puf. Diez a cero. Ya puedo ponerme a gritar en el pasillo que no me gusta el sexo que este hombre está 100% ganado, admití.

Por un instante, de todas formas, quise que él dijera: “No puedo. Gracias. Soy diabético”. Pero solo se oyó el silencio cómplice.

Entonces me doy cuenta: no me ha valido de casi nada cumplir 33. Soy un bebé de pecho. Y ya no logro dormirme, mitad por la revelación, mitad por hambre.

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