domingo, 6 de diciembre de 2009

Retener al aburrido

El primer episodio fue en la perfumería. Fui a elegir una tinta de pelo y el celular se quedó entre las cajas. Enseguida me di cuenta y volví. Lo encontré. Qué suerte tuve, pensé.

Eso pasó el jueves. El viernes ocurrió el segundo episodio. Voy caminando por la rambla y viene un chorro con una navaja. Se lleva la plata y el MP4 y me dice:
- El celular también.
- Ah no, le digo. El celular no te lo va a comprar nadie porque es re viejo… Es una porquería.
Lo convencí y me lo dejó. Qué suerte tuve, pensé.

Eso pasó el viernes. El sábado sucedió el tercero. Me bajo de un taxi a la una de la mañana y entro a casa. Miro el bolso y no veo el celular. Disco desde el fijo y atiende un señor:
- ¿Quién habla?- pregunto.
- Yo… eh … acabo de subirme a un taxi y sonó este celular. Por suerte lo agarré yo porque otro igual se lo queda.
Qué suerte tuve, pensé.

“Debería hacerle una limpieza con alguna bruja a este aparato”, bromeé con Daniel cuando fui a almorzar a su casa el domingo. Al regreso del almuerzo, nuevamente estoy ayuna de todo celular. Daniel me llama al fijo.

- Tu celular está en casa.
- ¿Lo tenés al lado?
- Sí.
- Entonces miralo a los ojos y decile que entendí perfecto. Que si me quería dejar, se hubiera apagado un par de veces que yo no iba a insistir, que no hacía falta usar una estantería, un chorro, un taxista… Que si se aburre conmigo porque nunca llama nadie, que lo entiendo. Yo también hubiera querido que fuera distinto. Pero de verdad no era necesario todo esto.
- ¿Te lo llevo más tarde?
- Bueno.

No sé si he tenido suerte. Pero gracias a él sé que permanece intacta mi vocación de retener a los que ya se quieren ir.