viernes, 2 de abril de 2010

Mentime que te gusto

Antes, yo creía que era amorosa. Con la terapia supe que no. ¡Minga de amorosa! Parece que lo que tengo es un afán desmedido por agradar. Antes yo me gustaba, me veía buena. Ahora sé que tengo un problema: necesito de la aprobación ajena.

El otro día por ejemplo. Vengo por 18 y veo a un viejito que busca algo en el piso. Me detengo, lo ayudo a buscar la pieza de su lente y la encuentro.

- ¡Usted es magnífica!- me dice el hombre todo agradecido cuando se la doy.

Y mi primer reflejo es alegrarme, pero después pienso… pucha ¿lo habré hecho de buena o solo para escuchar que soy magnífica?

Y así todo. Ahora dudo de mi autenticidad… Porque debo admitir que mi deseo de agradar es bastante patológico. Y el primer paso es admitir, como siempre dicen.

Hace unos días me descubrí diciéndole a Marialaura:

- Pongamos que me muero mañana en un accidente. Nadie tiene mis contraseñas de correo. Mucha gente no se va a enterar de mi muerte y me va a escribir y va a pensar que soy una antipática que no responde… Yo tendría que darte mis contraseñas por las dudas.

- Bueno… Te prometo que te contesto toooooodos los mails cuando te mueras- se burla Marialaura.

- Ta. Solo espero que no te accidentes conmigo, porque entonces tendríamos que dejárselas a un tercero…

Mi deseo de agradar es bastante irrefrenable. Si me cruzo con una pareja y el hombre me mira más de la cuenta, nunca me siento elogiada o deseada. Solo pienso: “Imbécil, por tu culpa, ahora tu mujer nunca me querrá”. Y así todo.

A veces hago el intento de cambiar, pero me voy para el otro lado. Si no, que lo diga Andrea. Hace poco me pidió que la acompañara a ver un apartamento para comprar. Yo detesto el mercado inmobiliario y se lo recordé:

- Andre, yo firmé mi contrato sin haber visto la casa donde vivo. ¿Cómo me pedís que vaya a ver una para vos?

Pero insistió y, por agradarle, me subí al ómnibus con ella. Pagué el boleto y cuando me fui a sentar, reaccioné. Junté valor y arranqué para la puerta de atrás. Apreté el botón y mientras esperaba para bajar traté de explicarle medio a los gritos:

- ¡Perdoname Andre! Pero estoy pagando mucho dinero en terapia como para no trabajar estos temas. Yo odio mirar casas. ¡Entendeme!

Nunca entendió. La pobre se quedó sola en el ómnibus y yo en la vereda, también medio desconcertada... Es lo que tiene la terapia… te saca unos problemas y te encaja unos cuantos más. Tiene un lado bueno y un lado malo, como todo.

Por ejemplo, ahora ya no me veo como una amorosa, es cierto. Pero al menos puedo estar tranquila de que Marialaura contestará mis correos. Y seré simpática, incluso, desde el más allá.

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