viernes, 5 de septiembre de 2008

¿En serio?

La raza se llama cóquer, creo. El Negro era de esos perros de orejas enormes, que llegan al piso.

Siempre fue problemático. De chico metía las orejas en la leche y, después de que tomaba, las arrastraba y ensuciaba todo.

Además se le infectaban los oídos. Según el veterinario, las orejas le daban tanto, tanto calor, que los oídos no resistían. Había que darle antibióticos (todo un trabajo) y ponerle un palillo de ropa arriba de la cabeza, sosteniendo las orejas por sus puntas.

Tener un perro con un palillo de ropa en la cabeza ya no era muy lindo, pero además el Negro era cascarrabias y mordía y no hacía caso ninguno.

Lo atábamos de la columna del patio y siempre saltaba el muro y quedaba del lado del vecino. Pero como la cuerda no le daba para llegar al piso del otro lado, quedaba colgado en el aire y chillaba hasta que venía alguien y lo auxiliaba. No sé si no podía acumular conocimiento o era masoquista, pero lo repetía todo el tiempo.

Según la teoría de mi madre, el Negro era normal mientras fue cachorro, pero quedó bobo después de que tuvo “la joven edad” (la enfermedad con el nombre más lindo que conozco).

Una Navidad nos fuimos a Rosario y le dejamos comida y agua para tres días. Lo dejamos atado, pero cuando volvimos ya no había más Negro. Había saltado el muro y esta vez, con los cuetes y la música, nadie lo escuchó chillar.

En casa no lamentamos demasiado la pérdida, aunque fingimos que sí. Yo al Negro lo recuerdo cuando me junto con amigos terapiados y empieza la inevitable competencia de experiencias traumáticas. Siempre guardo ese as bajo la manga y en el momento justo, largo un:

_ A mí se me suicidó el perro en Navidad.

La respuesta siempre es la misma:

_ ¿En serio?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mis condolencias por el Negro, qué en paz descance!!