miércoles, 24 de septiembre de 2008

Tendinitis

Ahora consulta al cirujano plástico, con pase.

En la sala de espera, frente a mí, una pareja. No se sacaron las camperas, son sesentones y gorditos. Ella apoya la cartera negra sobre la bolsa de las placas. Él tiene los lentes apoyados en la barriga. En el medio de los asientos, él le sostiene una mano y se la acaricia. Le acaricia un dedo, más precisamente. A veces lleva la caricia desde la muñeca hasta la punta del índice de la señora. Va y viene la caricia. Va y viene… A ella parece darle lo mismo... No entienden por qué los miro así.

De a ratos me aburro y planeo mi entrada al consultorio. Es mi primera vez con un cirujano plástico. Cuando me pregunte el motivo de la consulta, sería divertido asustarlo… Por ejemplo, poner cara de loca y decirle fuerte: “¿Me estásss jodieeeeendooo? ¿Te hacés el que no se notaaa?”

No me animo. Apenas me atrevo a bromear: “Me dijo el traumatólogo que usted puede ocuparse de las partes blandas”. Se sonríe, me advierte que no de todas, le digo que lo sospechaba.

Le extiendo mi mano: “No puedo más. Empieza en el hombro pero termina acá”, le explico, y le señalo mi mano derecha.

No me toca. Pregunta muchas cosas y después sugiere: “Reposo. Inmovilizar el brazo por tres semanas y fisioterapia”.

No levanto la mano de la mesa. Me duele. Quiero que me la acaricie como hace el señor que está afuera, por favor. No se lo digo, pero la dejo ahí. Extendida, suplicante. Me duele.

Me dice y me repite que no podré escribir nada en ese tiempo. Le pido que ya no me castigue en las partes blandas. Se ríe. Me voy.

Me acaricio la mano en el ómnibus.

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