lunes, 6 de mayo de 2013

Marina la precavida; yo la lista


Con Marina decidimos compartir el apartamento en 2003. Hasta 2007, recuerdo, ella atesoraba, cronológicamente, los recibos de Ute y Antel.

Aunque es de acá, Marina le teme a los juicios insólitos cual nacido en Manhattan, y te guarda todos los comprobantes. Para siempre.

—Marina: incluso si se diera el caso de que necesitáramos un recibo de UTE del año 2003 —yo hacía un esfuerzo de imaginación —: ponele que alguien se raya y va al juzgado y nos acusa de que ese año estuvimos colgadas de la red… En la desesperación, ¡ni vamos a encontrar estos recibos, no sé para qué los guardamos!

Ella hacía como que no oía y guardaba todo. Yo los tengo todavía. La documentación de esta casa entre 2003 y 2007 está completa en una carpeta azul.

Cuando Marina se fue a Inglaterra quise ser desprevenida. Ahí mismo en el Abitab. Iba, la mujer me cobraba y yo empezaba a rumbear para la puerta antes de que me devolviera los recibos con el sellito. Cuando me gritaba: “¡Señora, sus recibos!” yo sobraba desde la puerta:

—¡Tiralos! ¡Yastá!

Si quien me atendía se ponía firme en que me los tenía que llevar, yo agarraba los recibos de mala gana y los metía en la papelera más cercana a sus ojos, como diciéndole: “Esto es un país moderno, ingenuo”.

Pero Dios quiere a los precavidos. El mes pasado pagué Antel y este mes… OPA OPA. Debía todo de nuevo. Ahora vendrá la tontería repetir en los bares que las empresas públicas son un desastre, y la sensatez de seguir extrañando a Marina.

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