sábado, 12 de julio de 2008

Espectador celoso

El asiento del ómnibus que queda en la espalda del chofer sirve para mirarse en el vidrio. Siempre trato de elegirlo porque me queda más fácil maquillarme con el reflejo. Pero tiene una desventaja: todos los que van en el ómnibus se quedan mirándote, porque estás muy adelante.

Debería estar estudiado sociológicamente, pero yo nunca llamo tanto la atención como cuando me maquillo en el ómnibus. Basta con empezar a desparramar la base con las dos manos y ya… llega el peso de todas las miradas.

A veces vuelvo la vista hacia alguna mujer con la esperanza de que me haga un gesto del tipo “ya está bien así” o "desparramá mejor acá", pero la gente no te ayuda. Los pasajeros no son solidarios ante un proceso de maquillaje. Sólo miran.

El delineador de labios es un momento tenso y difícil. Cuando termino de hacer la línea de arriba siento que hay aplausos reprimidos y tengo la certeza de que, para entonces, todos quieren ver el resultado final.

Esta mañana, casi todo fue como siempre. Me siento atrás del conductor, saco el maquillaje, me desparramo la base, todos me miran, viene el polvo compacto, la sombra, el momento del lucirme con el delineador y al final el rimel.

Pero hoy exageré, pequé de coqueta e intenté acercarme más al vidrio. Decidí pararme, con todo el público pendiente de las próximas pinceladas. Entonces el guarda se aburrió de la escena, no se bancó más el silencio y me ordenó: “¡Ya está! ¡Ya está! No se pinte más que ya está preciosa!”

“No me puede dar vergüenza a esta altura”, pensé. Le dije “muchas gracias” y me senté. Pero ahora creo que no quiso piropearme sino robarme a mi público, porque él se puso a cantar muy fuerte y no hubo aplausos para mi rimel. Cuando me bajaba, como para redimirse, me gritó una solapada disculpa: “Los bombones no se pintan!”.

1 comentario:

David Santa Cruz dijo...

Sos grande, te mando un beso de esos que nunca me atreví a robarte... cuídate.