miércoles, 25 de septiembre de 2013

La cama y el consumismo

Siempre tuve sábanas baratas. Cuando era más joven compraba en el Chuy de esas que se te quedaban con pelotitas. Ni siquiera una Teka.

Después, cuando empezó el Imperio Chino, empecé a usar de las que son como una sedita resbalosa, que parece que podrías secarlas con apenas soplar un rato, llegado el caso.

Pero un día, puesta a analizar los factores de mi persistente fracaso amoroso (el único análisis que hago a diario) se me dio por pensar que el problema podían ser las sábanas. Que no estaban buenas, que no eran copadas, que no ayudaban.

Entonces, ante la primera cita que tuve, arranqué para Arredo y me compré unas caras y lindas. ¡Para qué!

El hombre que las estrenó no supo apreciar (ni las sábanas ni el contenido) y nunca volvió, pero algo en mí empezó a cambiar. Para peor.

Noté que cada vez me costaba más usar las viejas sábanas, las de sedita china. Empezó a pasar esto: cuando tenía las sábanas lindas en la cama, llegaba a dejarlas hasta dos semanas. “Total, no pasa nada. Si igual estoy sola y siempre me baño”, me convencía.

Pero cuando ponía las chinitas, a los dos o tres días ya me decía:
- Bueno… Va a haber que cambiar las sábanas…

Y fue así. Caí en el consumismo de las sábanas buenas, un lugar donde yo era virgen (paradójicamente).

“Todas las citas te dejan algo bueno”, les digo siempre a mis amigas. “El que menos, te deja depilada”, las aliento. Pero ahora veo que no es siempre así, que una cita te puede dejar solo un problema, como me pasó a mí.

Ahora vivo anhelando un amante nuevo solo para poder volver a Arredo. Porque no lo voy a recibir con las mismas sábanas que al anterior. Sería de total mal gusto, ¿no es verdad?

No hay comentarios: