sábado, 14 de septiembre de 2013

Hay gente para todo

En el “parque” donde paseo a Mengana hay mucha gente que duerme en el piso y también, en la noche, mucha gente que usa la escalinata de la iglesia que hay allí para drogarse, paradójicamente.

Es más: estoy convencida de que en algún momento de la noche estas personas pierden el equilibrio y desparraman droga en el piso, porque Mengana siempre va con una exagerada determinación a unos sitios muy puntuales, siempre los mismos, y vuelve de esa escalera con la mirada cambiada.

Pero no quería hablar de eso, sino de una persona que veo siempre en ese parque y que me ha desatado una sensación linda, de gratitud. Es una mujer como de mi edad, con aspecto de normal. Sin embargo, si uno la mira bien, ve que lleva entre su ropa a un conejo gordo y viejo (lo de viejo lo adivino por el color del pelo).

Todos los días saca a su conejo a pasear. Pero claro, no lo puede soltar porque se lo comerían los perros que andan ahí. O el animal huiría fatalmente hacia la rambla. Entonces lo lleva apretado contra su cuerpo y el pobre conejo pasea así, sin poder mirar ni oler nada del paisaje, respirando mal contra la ropa y padeciendo la incertidumbre que el caminar de la mujer le hará sentir en términos de equilibrio.

Yo la miro y me dan ganas de decirle: «No hagas eso, dejalo adentro nomás», pero veo que le habla al conejo como si le contara lo que ella está viendo. Entonces pienso en mamá y papá, en lo dura que he sido a veces con ellos, y me dan ganas de escribirles y decirles que gracias, que dentro de todo, gracias. Que no fue tan grave.

La mujer, por su parte, me juzgará a mí. Seguramente me mirará y se dirá: «Esta mujer ve perfectamente cómo su mascota cae en las garras de la pasta base y no es capaz de hacer nada. Hay gente para todo».

1 comentario:

Marina dijo...

Escribiles