lunes, 2 de septiembre de 2013

Colonizada

A Gimena y a mí no nos gustan las generalizaciones del tipo: estadounidenses y ricos son todos colonialistas malos; latinos y pobres son todos buenos y de espíritu cooperativo. Por eso, porque no nos gustan las generalizaciones, decía, odiamos a todos los jipis.

En verano conocemos a algunos en Valizas y después los criticamos todo el invierno; críticas que van acompañadas muchas veces de reflexiones serias, como las que hablan del dogmatismo, la desconfianza y el lugar de superioridad moral que caracterizan al comunista como ser humano.

Un día, en este marco, dice Gimena:

—Es increíble cómo dejamos que los jipis se adueñaran de la combinación rojo-verde, cómo se la entregamos sin más. Ya no te podés poner ni de casualidad rojo y verde porque el cerebro decodifica jipi, modal, incienso.

A mí, debo admitir, se me había escapado ese dato de la realidad, pero hablé como si estuviera al tanto, con la naturalidad de quien ya lo pensó antes:

—Totalmente. Ya la mina jipi se había adueñado del verde-violeta, pero con el verde-rojo la cosa fue masiva. Hombres y mujeres.

Pero después vine a casa y caí en la cuenta de que muchas veces me pongo un buzo verde y un saquito rojo. Y deseé en silencio que Gimena no me hubiera visto nunca así.

Ahora, cada vez que me voy a vestir para ir a la rambla, escucho dos voces en mi cabeza:

“Si esas prendas te gustan juntas, te las tenés que poner igual”, dice una.

“Te verás como una jipi, ya bastantes problemas tienes”, dice la otra.

Y siento ganas de llamar a mi psicólogo… De preguntarle cuándo es que se termina de armar el yo, a qué edad, finalmente,  se termina el colonialismo de la opinión ajena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanta la combinación verde-viole, es bien de mina jipi, ya se