jueves, 13 de diciembre de 2007

Ómnibus vergüenza

Madrugada. Junio. Trayecto Treinta y Tres – Montevideo. Calefacción rota. Mi compañero de asiento venía congelado desde Río Branco. Nos lamentamos de la temperatura mientras yo me acomodo. ”Vamos a ver si se puede dormir con este frío”, dice. “La verdá que está bravo”, le contesto. Tiene los ojos grandes y me parece que le brillan incluso con las luces apagadas. Debía tener, como yo, los pies helados. En el peaje me habla. “¡Ya sé! ¿Cómo no me di cuenta? Tengo un acolchado de dos plazas que llevo para vender. Si vos después me ayudás a doblarlo bien, lo sacamos”, me dice. El nylon hacía ruido. Si alguien había logrado dormirse, se despertó con el rasgar de las etiquetas. “Se llega a ensuciar, no lo vende nunca más”, pensaba yo. Pero no me podía negar. Me tapó con generosidad. “Ponéte, ponéte bien en los pies”, y me extendía la tela por la cara, por las piernas. Al principio me molestaba el olor. El olor a nuevo -brasilero-barato, tan conocido para mí. Al final nos dormimos. Bien tapaditos los dos. ”¿Y? ¿Cómo pasastess?”, me pregunta cuando llegamos a Tres Cruces. “Buenísimo”, le confieso.
“Ahora me tenés que ayudar a doblarlo”, me pide.
Nos paramos uno a cada lado del pasillo, Empezamos a intentar doblarlo. Los pasajeros se querían bajar y yo no lograba coordinar un movimiento simétrico con mi compañero. Sentí vergüenza. Y creo que se dio cuenta, porque se hizo a un lado y me dijo: Andá nomás, dejá que yo lo doblo. Y me bajé. Sin frío, con vergüenza y con culpa.

1 comentario:

pecesdecolores dijo...

capaz otra persona hubiera pasado vergüenza... pero vos.. creo que pasaste muuuuuucha vergüenza.