viernes, 1 de febrero de 2008

contra el miedo al ridículo

Entro a la sucursal del Banco República, enorme, exagerada, como casi todas las de esa entidad financiera... Exagerada como la fila de gente que estaba esperando y como la altura del recepcionista.

El hombre contestaba con la misma frase a las preguntas (tontamente esperanzadas) de todos los que entraban: “Sí sí.. Esa es la única cola”.

Éramos unas 100 personas paradas, aburridas y medio inmóviles. En un momento, el hombre en cuestión, con su aspecto de Security venido a menos, saca un pote de crema Nivea (la de la lata azul) y se empieza a untar ahí nomás. Primero las manos y después la cara. Al principio quedó todo blanco pero después la fue desparramando, paciente, hasta quedar bien brillantito.

Los de la cola lo mirábamos. Yo me sentí abolutamente superada. Porque un día que me olvidé de llevar los championes al gimnasio y entré a la sala de aparatos con botas de taco, quedé convencida de que iba a quedar puntera en la lucha contra el miedo al ridículo... Pero no. Hay gente que me lleva ventaja.

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